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“Un beso de Dick”, de Fernando Molano Vargas

Habla de la atracción entre dos adolescentes colombianos y de cómo empieza a germinar, a pesar de los prejuicios sociales, el amor entre ellos. 

por Andrés Gómez Quevedo
junio 29, 2022
en A librazos
0

Escrita entre el verano de 1989 y la primavera de 1990, Un beso de Dick ganó en 1992 el concurso literario de la Cámara de Comercio de Medellín, Colombia. Habla de la atracción entre dos adolescentes colombianos y de cómo empieza a germinar, a pesar de los prejuicios sociales, el amor entre ellos. 

Cubierta del libro.

Desde el principio Felipe se nos muestra, en su monólogo interior, en su flujo de conciencia, como un chico que si bien no parece gay, fantasea bastante con los varones que le rodean, admira la belleza femenina pero no desde el deseo, sino desde el respeto, y aunque su más ferviente anhelo está en el cuerpo de Leonardo, uno de los mejores del equipo de fútbol, como él, tampoco se corta a la hora de observar a los demás, como un buen buscador de la belleza en general.

El realismo, la verosimilitud, la sinceridad y la sencillez narrativa son características que predominan en toda la novela.

En las duchas los varones tienen juegos rudos, retos y burlas que rozan con la indirecta a una intimidad gay; “(…) el juego inocente con todo lo que nos está prohibido…”, pero todo queda en la broma, esa que entre más gay salga más seguridad en lo masculino aporta, pues si eres bien “macho” no te da vergüenza mofarte de lo gay, mimificarlo, denigrarlo a la condición ofensiva. Pero, casi siempre hay algo detrás. Las bromas de Coloso con las nalgas de Leonardo, la competencia de tamaños de pene, los golpes, los juegos de mano, de hecho, en este punto de la historia se empieza a presentir que algo se cocina. ¿Que esto juega con el imaginario gay y las incontables películas porno que acontecen en ese contexto lavatorio?, ¡por supuesto que lo hace!, porque, además, en la vida real, entre tanta desnudez e intimidad con los cuerpos ajenos, se manifiestan esas primeras ideas de sexo, y más en una edad tan efervescente como la adolescencia, incluso el que no es gay tiene asomos de la idea; que le agrade o le repela ya son otros cinco pesos, pero de que se manifiesta la idea, se manifiesta: 

“(…) Y me maravillé de las cosas que uno puede esconder bajo las bromas…”, como se dice por ahí jugando se dicen las peores verdades, ahí lo dejo.

La narración ocurre en primera persona, desde el punto de vista de Felipe; tiene momentos en los que en su monólogo interior el protagonista se dirige a sí mismo como a una segunda persona, y eso es también parte de la ambigüedad de los pensamientos del joven que vive debatiéndose entre lo que supuestamente está bien y lo que está mal, se autocensura y se obliga a ciertos comportamientos que no van de la mano con sus impulsos y deseos verdaderos. Esto forma parte de esos primeros pasos del personaje antes de evolucionar.

“¿Por qué tiene que haber gente triste por mi alegría?”; Esta pregunta que se hace el protagonista para referirse a otra cosa también tiene otro subtexto: el miedo al rechazo, esa pena que sobredimensionan las personas ante la confesión de homosexualidad, esa exageración de las preocupaciones y frustraciones familiares ante un miembro gay, que aún hoy, por desgracia, se sigue viendo como una especie de disidencia social y que incluso dentro de la aceptación sigue teniendo sus peros. 

Leonardo no es solo el efebo hermoso que causa admiración con su cuerpo y su aptitud para el fútbol, su desenvolvimiento social y su carisma, sino también por su sensibilidad para el arte: “solo las cosas que él habla pueden ser más bellas que él”. En el aula habla del nexo que descubre entre la poesía, en este caso de Eliseo Diego, y la pintura, y de cómo las artes tienen su punto de encuentro en algún momento.

La realidad de Leonardo es otra, pues él vive con un poco más de independencia de sus padres, ¿Cómo así? ¿Por qué? ¿Qué tanto puede esto afectar la relación de ambos? Son preguntas que el lector se irá haciendo a medida que avanza la historia, y que de algún modo tendrán respuesta, pero hay detalles que solo hallarán la luz en nuestra interpretación de las palabras y los hechos.

De tanto hablar de poesía y de arte, Leonardo termina creando poesía instantánea cuando habla y reflexiona frente a su clase, en un ejercicio de proyección del autor en su personaje, aunque, —valga la aclaración—, cuando se buscan datos sobre Fernando Molano Vargas, el autor del libro, es fácil darse cuenta de que es en Felipe en quien más se refleja, pues su portagonista sueña con hacer una película y dibuja las escenas en una especie de storyboard improvisado y sin organizar, que forma parte de una historia dentro de esta historia, una proyección dentro de la otra, la dichosa “caja china”; Molano Vargas era graduado de Lingüística y Literatura por la Universidad Pedagógica y de Cine y Televisión por la Universidad Nacional de Colombia. 

Como el acto de besar está implícito en el título de la novela, he seleccionado y unido algunos textos que aparecen en diferentes páginas y que, así, empastados, logran un solo párrafo que es feliz, hermoso y muy verosímil para referirse a ese deseo constante de besar, en esa edad en la que las horas se gastan en las bocas y en las calenturas mentales que el cuerpo traduce como puede:

“(…) Cuando uno da un beso, es como ponerse a repasar con los labios lo que ha estado todo el tiempo estudiando con los ojos (…) yo quisiera decirle a mi amigo que lo amo. O algo así. Pero a mí sólo me salen besos (…) Y nos besamos mucho…”

Lo subrepticio de la relación, lo supuestamente prohibida que es, el peligro de ser atrapados con las manos en la masa los conduce a un hedonismo existencial que se alimenta de adrenalina, y es ese mismo peligro y esa imposibilidad de darse afecto frente a los otros lo que más les provoca y une, lo que dará paso al giro de la trama:  “Nos da mucha risa de ver lo boba que es esta vida. Porque le queda tan fácil a la güevona hacerse la complicada…”.

Ya en la segunda parte Felipe adquiere la conciencia del cuerpo propio, el repudio al sentido de propiedad que tienen los padres sobre los hijos y la falta de libertad para elegir que predomina en las crianzas patriarcales y machistas por las que hemos sido impactados. Todos somos, de alguna manera, enemigos de nuestros padres en la adolescencia, y más cuando la paternidad o la maternidad se ejercen de forma dictatorial, o cuando dan paso a la violencia física y psicológica, incluso cuando no se quiere dañar pero se daña por impotencia o incapacidad. Los diálogos del padre con el hijo son tan creíbles que al leerlos pareciera que estamos colados en casa ajena y no entre las páginas de una obra inventada por un talentoso escritor. 

Y como en toda crisis de cualquier vida, se ponen a prueba a las personas, y aparecen nuevas luces, nuevas formas y vías para salir adelante, y un personaje que es clave para ayudarlo a reforzar sus sentimientos e ideas, para impulsarlo a volar y no a temer ni a censurarse a raíz de la falta de comprensión de los demás.

¿Por qué se llama Un beso de Dick?

El beso de Dick viene de Oliver Twist, novela que inspira a Fernando Molano para escribir este texto. En la novela de Dickens (Dick-ens) hay un personaje femenino, Oliva, que se besa a escondidas en el orfanato con Dick, y ese beso prohibido, porque no se podían hacer esas cosas entre los huérfanos hermanados por sus condiciones y por la convivencia en ese sitio, es a lo que se refiere el autor en esta otra situación tan distante en tiempo y espacio, pero que igual alude a un beso de amor desesperado por la impotencia, por el profundo sentimiento y la idea de que cualquier ocasión puede ser la última para ambos amantes, jóvenes y desvalidos por sí mismos, además: “Oliva también se dio un beso con un amigo del orfelinato. Dick le dio un beso a Oliva porque se iba a morir. Pero no los vieron. Menos mal no los vieron; porque si no los habrían matado. Si les pegaban por pedir comida… Los habrían matado”.

La novela es también una crítica a la educación y formación machista, patriarcal, religiosa y limitada en afectos, comprensiones y flexibilidad que hemos recibido todos, incluso los que después nos hemos opuesto a ella. Esto se ve también dentro de las propias libertades que se dan los amantes en la intimidad, que a pesar de tener todo el cielo, a solas, se cortan los vuelos con torpes bromas y gestos que también pasan por la inmadurez y la camaradería que comparten.

Un beso de Dick es también una lección de libertad personal, una lección de humildad, ese momento en el que Felipe conversa con el chico vendedor ambulante que tiene menos que él, y que sin embargo le hace un regalo, se apiada de su situación y, —¡lo mejor!—, no lo juzga por su preferencia sexual. Más allá de verlo como la ofensa que casi le hace el pobretón al de clase media alta por asumirlo como gay por tener dinero y ser acomodado, hay que ver el gesto de ayuda, el nivel de flexibilidad que la calle le ha dado al menos aventajado, y de cómo en la vida podemos encontrar ayuda de quien menos uno piensa que pueda venir. Esa parte me remontó a la belleza de Corazón, de Edmundo de Amicis. 

El erotismo es también parte esencial de este libro. Esa carne despierta, esos sentidos alterados tan de esos años en los que se empieza a descubrir el sexo no podían faltar. Se trata de un erotismo hermoso y sutil, sin soeces y sin rozar la pornografía, que, a ver, que tenga soeces y su toque porno tampoco está mal, pero en Un beso de Dick las escenas de sexo son, en verdad, escenas de amor. 

“No me deje ir”, es la última oración de esta novela que he terminado con los ojos aguados, en digital, porque aunque mucho lo quiera a Cuba no llegan las ediciones de Blatt&Ríos, y créame, Fernando, que tu alma lo sepa donde quiera que esté, jamás dejaré ir su novela; algún día la tendré en físico, y la colocaré en ese lado del estante reservado para los libros que me han marcado. 

Fernando Molano Vargas

Fue un escritor colombiano que escribió dos novelas que son consideradas de culto hoy en día: Un beso de Dick y Vista desde una acera. Murió a la temprana edad de 37 años por complicaciones relacionadas con el Sida. Fue un gran apasionado de las artes plásticas y el cine clásico.

Su historia de amor con Diego, una de las primeras víctimas del Sida en Colombia, es digna de ser escrita en otra novela, y entre el rechazo familiar, la inminente enfermedad y el abandono de sus estudios su obra se vio cada vez más pospuesta, aunque cada vez que sacaba algo era premiado. Por desgracia no pudo escribir más. Sus restos fueron unidos a los de Diego, cumpliendo con su deseo final. 

Espero que con estas historias, la de la novela y la del propio Fernando, se motiven a conocer la obra de este excelente escritor. 

Los espero la próxima semana con otro “Librazo”. 

 

Etiquetas: literatura contemporánealiteratura LGBTQPortada

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Andrés Gómez Quevedo

Andrés Gómez Quevedo

Santiago de Cuba, 20 de agosto de 1987. Egresado del Centro de Formación Literaria especializado en narrativa Onelio Jorge Cardoso de Ciudad de La Habana, 2009. Graduado de Comunicación Social en la Universidad de La Habana, 2013. Trabajó en el Centro de Información para la Prensa, CIP (2014-2015), como columnista en Cubahora, y en el Centro Nacional de Educación Sexual, CENESEX (2015). Tiene publicado como ilustrador el poemario "La paz en el infierno" del autor Ramón Muñiz, Ediciones Exodus, 2019, bajo el pseudónimo de Yunitón. Como autor e ilustrador la novela infantil "Los árboles que querían volar" por la editorial Publishway, Chiadokids. Actualmente se desempeña como artista plástico, escritor y guía turístico independiente en Ciudad de La Habana.

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