Pocos fenómenos de la cultura de un pueblo son tan activos y maleables como la lengua. Situada en medio de las tensiones entre lo social y lo cultural, los modos y formas a través de las cuales se organiza el habla, sus repertorios y códigos de uso, experimentan una constante transformación. Gracias a esa dinámica de indetenible renovación el español que hablamos hoy en Cuba es fruto, no solo de estructuras que se han estabilizado a lo largo del tiempo, desde la común raíz indoeuropea de las lenguas occidentales pasando por el tronco de las lenguas romance (derivadas del latín) hasta la expansión de la variante castellana hacia América y el Caribe, sino también reserva de los más increíbles procesos de aportes y modificaciones.
Algunas de esas modificaciones tienen una explicación lógica como parte de los procesos naturales de cambio que ocurren al interior de una lengua, convirtiendo el “ferrum” en “hierro” y el “aurum” en “oro” o en “áureo”. Otras, se derivan del contacto con lenguas diferentes, de las cuales se toman prestados términos inexistentes en la nuestra. Y también son posibles cambios menos lógicos y, en ocasiones abruptos, relacionados con transformaciones sociales y culturales de diverso tipo.
En la primera entrega de esta columna nos referimos a los procesos naturales de pérdida de sonidos que ha experimentado, por ejemplo, el clásico “Alabado sea Dios” hasta llegar al “alabao” de hoy, que en Pinar del Río es signo identitario inconfundible con expresiones como “alabausimidió” o unidades de máxima restricción como “usi” (alabado sea ˃ alabausi ˃ ausi ˃ usi). De esta forma, se registran hoy en el uso popular muchos términos que han ido dejando atrás sonidos para legitimar expresiones ya naturalizadas, sin importar el tipo de hablante o la situación comunicacional en la que se emitan.
Uno de los más expresivos en términos sonoros es el “cucha” en que ha venido a parar “escucha”. De manera que hoy resulta raro y generaría sorpresa la expresión “escucha eso”, cuando la lógica del habla popular impone el “cucha pallá”. En un claro proceso de economía fonética, tanto “escucha” como “para allá” pierden sonidos e incluso densidad semántica, pues la expresión no necesariamente remite a la idea de prestar atención a lo que se oye y mucho menos a desplazarlo o desplazarse hacia otro sitio. “Cucha pallá” o “cucha tú”, entonces, posee un mero valor interjectivo que expresa asombro ante una información que se recibe, se convierte en una fórmula que matiza la participación de un sujeto en la conversación.
Algo similar ocurre con el cubanísimo “palante”. Ya “alante” es una versión popular intermedia entre los gramaticalmente correctos “adelante” y “delante”, en los que la partícula “de” parece haberse perdido para siempre. A ella se suma la apócope de “para” que posee hoy un uso generalizado salvo en situaciones o registros formales. En la unión de “pa” y “alante” se sintetiza la “a” del enlace, dando lugar a una nueva palabra que, por otro camino, expresa el sentido original de movimiento y transformación que contiene “adelante”. Así, “echar palante”, implica superar una situación, sobreponerse a un estado adverso, y también moverse hacia el frente. Sin embargo, entre nosotros “echar palante” también significa “delatar”, exponer a una persona ante los demás con una connotación poco decorosa.
Igualmente popular es el uso de “nananina” como resultante de “nada de nada”, insistiendo en la negación de algo que se ha pedido o demandado. Nananina no alude, como en el sintagma que lo origina, a la no existencia de algo sino, en su nueva fórmula, a la falta de voluntad para acometer una empresa, lograr un resultado, involucrarse en una faena, etc. Tampoco se debe ser una persona religiosa para usar el “aydió” en que ha terminado el lamento cristiano, y que es hoy una de las fórmulas más socorridas para expresar asombro o sorpresa.
En algunas ocasiones, estas modificaciones responden a necesidades de la lengua para introducir matices de diversa naturaleza en la comunicación. Es el caso de las distancias entre “ahora” y el “ahorita” que termina siendo “horita”. El uso de “ahora” remite a una acción o tiempo del presente inmediato (quiero que vengas ahora, ahora te lo alcanzo, etc.), mientras que “horita” desplaza temporalmente esas acciones o marcos temporales (pasa horita por aquí, horita me lo traes, etc.).
La lengua popular, por otra parte, tiende a construir constantemente nuevos sentidos a partir de apropiaciones metafóricas y metonímicas que crean relaciones asombrosas y divertidas. Las cualidades de esos usos muchas veces suelen estar reforzadas por la pérdida de sonidos, aportando una inusitada intensidad al nuevo valor que se desea expresar. Decir, por ejemplo, que alguien es un “mechado” no significa que lleve una mecha encima, sino que es sumamente inteligente, cualidad que se acrecienta cuando el sujeto en cuestión es un “mechao”. En una línea similar, ser un “tarrudo” no implica poseer cuernos, sino simplemente ser víctima pasiva de la infidelidad conyugal. No obstante, a nadie se le dice el gramaticalmente correcto “tarrudo”, sino “tarrúo” o “tarrú” según se quiera reforzar esa condición. El mismo procedimiento es válido para “revencú” o “tarajayú”, y especialmente como marcador de virilidad, arrojo y valentía en “pingú” o “cojonú”, que tienen hoy sus versiones en femenino.
Junto a la pérdida de sonidos, los desplazamientos de significado son también fenómenos muy interesantes del habla popular, a veces muy difíciles de fundamentar y ubicar en el tiempo. Una de las modificaciones más extendidas en el español de Cuba hoy es, sin dudas, la de “obstinado” como equivalente de cansado, aburrido, harto y muy lejos de su significación original de persona firme en una resolución, empeñada en un propósito. De la misma forma, “cuadrar” se ha impuesto con gran multiplicidad de usos, desde la noción de establecer una correspondencia monetaria o ajustarse a unos criterios de conducta (cuadrar la caja), establecer las bases para un negocio o intercambio de favores (hacer un cuadre), sentir atracción por una persona (esa muchacha me cuadra), hasta establecer una relación de tipo afectiva o de otra naturaleza (cuadré con fulano). Tampoco el berro se reduce a una simple planta comestible, pues hoy se puede lo mismo “coger un berro” (molestarse con algo o con alguien), “dar el berro” (formar problema para solucionar un asunto o ser muy activo en el acometimiento de una empresa) que “estar al berro” (andar al descuido, sin demasiado cuidado o interés por nada).
Por la magnitud con que se presentan en nuestro idioma, hablaremos otro día de los préstamos y calcos que han llegado al español de Cuba desde otras lenguas a partir de fenómenos sociales y culturales diversos. Es el caso, por ejemplo, del amplio campo lexical del que nos hemos apropiado a través de la práctica del béisbol, deporte a través del cual se han cubanizado palabras de amplio uso como flai (fly), fao (foul), jonrón (home run), ampalla (umpire) o suin (swing). Pero de esos curiosos caminos nos ocuparemos en su momento. Por hoy cerramos con la idea de que el cambio en cuestiones de lengua es un proceso absolutamente natural y lógico. Condenar esas soluciones en el habla cotidiana implica renunciar a uno de los espacios más hermosos y creativos que nos caracterizan como pueblo.