Hoy se celebra en todo el mundo el Día Internacional de la Lengua Materna. Esto me ha puesto ante un dilema. En el caso cubano, la balanza se inclina hacia la península ibérica; pero la maternidad de la lengua que hablamos en la isla está desperdigada por muchos rincones del mundo.
Llamamos hoy “idioma español” a una variante de las lenguas ibéricas, el castellano, que acompañó a España en su movimiento de expansión colonialista. Primero del reino de Castilla y Aragón hacia la reconquista de los territorios ocupados por los musulmanes, después del imperio que en América tomó el apellido de Español, es decir, representativo de la antigua Hispania.
Pero, escondidos bajo el manto del castellano, continuaron latiendo los aportes de otras variantes de lenguas de la península, las influencias de casi ocho siglos de presencia árabe, además de otros influjos culturales, como los de los gitanos, los judíos, etcétera.
No podemos olvidar tampoco que, en el proceso de formación de nuestra identidad como pueblo americano y caribeño, la lengua bebió continuamente de los aportes de los africanos esclavizados y traídos a América, de los migrantes de otras partes del mundo. Además de las lenguas criollas, que nacieron de la propia amalgama cultural en las islas de la región.
En medio de esta confusión sobre la maternidad linguística, hoy quiero hablar no de los lugares u orígenes a los cuales nos lleva la noción abstracta de “lengua” y su matriz, sino del órgano del cuerpo que le ofrece directa referencia y vehicula el acto de la comunicación. La lengua —la concreta, la tangible, la visible e imaginable— es no solo un medio para hablar y articular, sino también de habladuría, de chisme, de sofoco, de encono, de ansiedad o, incluso, de lujuria, deseo, pasión… Todo depende de la situación en la que nos encontremos.
Hace unos días, por ejemplo, tuve que explicarle a mi hijo por qué es una acción muy fea “sacarle la lengua” a alguien, en tanto es expresión de burla, desinterés, desafío. No obstante, “sacar la lengua” tiene muchos matices, en dependencia de cuánto tramo de la lengua se saque hacia afuera o de si la boca se abre más o menos para mostrar al importante órgano. De hecho, la gestualidad es capaz de transformar la acción en un gesto dulce o cariñoso entre amigos o con la pareja.
Uno de los usos más recurrentes de la palabra “lengua” está relacionado con la noción de quien dice de más, de quien habla mucho o de quien habla solo por amor a hablar. Si se dice de una persona que “tiene tremenda lengua”, no nos referimos exactamente a las medidas del órgano señalado sino al uso que se le da. Se trata de una persona que de todo y de todos opina, comenta, hace valoraciones, sean fundadas o infundadas.
Cuando ese tipo de persona habla de forma indiscriminada, sin pensar en las consecuencias de lo que dice, pues decimos también que “tiene una lengua que se la pisa”, queriendo significar el excesivo parloteo. Personas en extremo verbosas como esas suelen cometer imprudencias, dar información no deseada a quien no la debe o no la puede conocer. Se dice entonces que alguien “se fue de lengua”.
Por lo general, se trata de personas a las que le gusta “darle a la lengua”, que es muy diferente de otra expresión con claros matices sexuales como “dar lengua”, en referencia al cunnilingus.
Otra variante interesante es la que suele añadir un matiz, generalmente peyorativo, a la lengua según el uso que se le dé. Así tenemos expresiones que caracterizan a un sujeto como “lengua de trapo” o “lengua sucia” (para quien se dedica regularmente a calumniar u ofender), “lengua larga” (para quien habla siempre de más o no puede callarse nunca informaciones delicadas), o “lengua suelta” (para quien usa expresiones indecorosas, vulgares o fuera de la norma que debe regir una situación comunicativa específica como la de padres-hijos, profesores-alumnoa, etcétera).
Otro día hablaré de una variante que conocí hace poco tiempo a través de una amiga rumano-alemana, quien me comentaba que en el antiguo campo socialista solía llamarse “lengua de palo” a la demagogia de los burócratas.
Por último, tenemos el reino de las frases. Cada una de ellas ilustra con gracia situaciones que se clarifican inmediatamente ante nuestro interlocutor. A nadie le cuesta demasiado trabajo interpretar qué es andar “con la lengua afuera”, sobre todo si se matiza con expresiones como “me llevaba con la lengua afuera” o “llegué con la lengua afuera” (ambas significan un esfuerzo considerable para acompañar el paso de alguien, la premura por llegar a tiempo a un lugar, velocidad, sofoco).
Muy querida entre nosotros es la frase “lo tengo en la punta de la lengua”, que suele indicar asunto o cosa que uno recuerda o visualiza pero que le resulta imposible verbalizar: el nombre de un antiguo amigo, la palabra adecuada para una situación, etc. Recuerdo que entre adolescentes era distintivo de haber llegado a una etapa superior de la relación amorosa cuando se daba un “beso con lengua” a la pareja, que no necesariamente implica lo mismo que “buscarle la lengua” a alguien.
En este caso lo que se busca o pretende no es el órgano en sí, sino su habilidad para hablar o ripostar un argumento. Buscarle la lengua a una persona es azuzarla, provocarla para que se pronuncie sobre un tema. Pero también puede funcionar como una advertencia cuando alguien no desea que se le mencione un tema, pues le resulta incómodo, desagradable, fastidioso: “mejor no me busques la lengua”.
Los casos in extremis resultan aquellas situaciones en que el decir, el hablar (función para la que resulta vital el uso de la lengua) tienda a ser cancelado o reprimido. En diferentes grados, es el tipo de contexto al que se refieren frases como “morderse la lengua” o “tragarse la lengua”. La primera indica un gesto de sutil represión para no pronunciarse ante una situación, ya por respeto, ya por temor a las consecuencias. La segunda puede indicar tanto auto represión del decir (“me tragué la lengua para no decirle un disparate”) como derrota ante un argumento o razón que no pudo ser rebatido (“le enseñé sus errores en el examen y se tuvo que tragar la lengua”).
Así que ya sabe: la próxima vez que le mencionen o le pregunten algo de su lengua, considere también este horizonte menos solemne pero vital de la actividad “lengüística”. Úse su lengua con amor y con cariño pero, sobre todo, responsablemente. Recuerde que uno también se puede “morir por la lengua”.
Feliz día de la Lengua Materna.