No hay archivo más rico y variado para la cultura de un pueblo que su lengua, un extenso manto en el que se depositan progresivamente no solo las normas y estándares del “buen uso” sino también los azarosos senderos que atraviesan las palabras en su evolución, los préstamos y adaptaciones de otras lenguas, las desviaciones de sentido y las innovaciones a partir de nuevas necesidades de la comunicación.
Suelo reflexionar bastante con mis alumnos sobre el destino, los usos y abusos que padece la lengua, especialmente el Español hablado en Cuba, muchas veces atizado por el viejo dogma de las “buenas” y las “malas” palabras. En términos estrictamente lingüísticos solo conocemos de palabras. Su calificación positiva o negativa es el resultado de convenciones contextuales, culturales, políticas, que tejen un campo —en ocasiones demasiado estrecho— para el florecimiento del lenguaje. Sin embargo, sobre los bordes de ese sistema de (de)limitaciones, se abre un mundo maravilloso que no conoce otra pauta que la creatividad, que es la fuente misma de la que emana la incesante transformación de un idioma.
En el caso de Cuba, el Español hablado en la isla ha transitado curiosos caminos de adaptaciones y usos locales que perviven en términos y expresiones a través de los cuales podemos reconocer, incluso, la procedencia de una persona. Yo, por ejemplo, siempre pensé que aquella frase de mi madre “vamos a aprovechar que hizo un jaciíto”, para seguir la ruta cuando amainaba la lluvia, era un pinareñismo suyo, porque jamás se la había escuchado a otra persona. Años después supe que no, que el término existe, aunque con diversa grafía en el Reino del Español (link aquí para quien guste del chisme lingüístico). Sin embargo, hay otras expresiones, muy usadas en mi querido Pinar del River, que resultan más difíciles de desentrañar. Un verdadero enigma sigue siendo por qué, al dolor que se siente en la entrepierna después de hacer ejercicios, se le dice allá “tener cotorras”.
Hablando de Vueltabajo, no hay comportamiento lingüístico más típico de un pinareño, que endilgarle el “alabao” y sus múltiples variaciones a cualquier cosa o suceso de la vida. En Pinar el “alabao” y sus descendientes funcionan con un valor interjectivo, o sea, que se han vaciado de su significación original para pasar a dar un matiz exclamativo, de sorpresa, etc., según lo amerite la circunstancia en la que se encuentra el hablante. Tanto “alabao” como las apocopadas “ausi” y “usi”, son formas con un mismo origen, cuya progresiva transformación les dejo acá como evidencia de los curiosos caminos por los que transita la lengua.
Alabado sea mi santo ˃˃ Alabaosimisanto ˃˃ Ausimisanto ˃˃ Usimisanto ˃˃ Usisanto ˃˃ Usi[Dios o Dió][Pipo][La Virgen o lavrigen]
Muy típico de Pinar es también llamarle “cuajo” al aburrimiento, o “chinatas” a las bolas, o cuando algo es de dudosa calidad decir que está “carne´ puerco”. Por lo general los diccionarios, incluso los especializados, omiten el interés por muchas de estas expresiones cuya explicación semántica se pierde entre historias transmitidas de generación en generación en entornos muy localizados. Así, en Matanzas, es causa común llamarle “hueso” a la pereza y “rasco rasco” al popular granizado. También en la occidental provincia al frozen se le dice “copelita”, una evidente apócope del Coppelia que ha pasado a designar en Cuba a muchas heladerías como extensión del célebre sitio habanero. Otra maravilla matancera, y fuente de enconadas discusiones, es su endémica especie de tubérculo al que llaman “guagüí”, que según ellos es diferente de la tradicional malanga.
Un poco más hacia el centro, en Villa Clara y Cienfuegos, se le dice “bangaña” a un desproporcionado plato de comida, cosa a la que en Pinar, según recuerdo, se le llamaba “buque”, y a quien se lo zampa se le atribuyen calificativos diversos como “tambuchero”, “jamaliche” o “pestífero”. Muy localizado, según me dicen, en la Perla del Sur, es el uso de “pejero” para referirse a una persona de baja calaña. El término, derivado de “peje” (pez), nació en los pueblos de pescadores situados alrededor de la bahía, como El Perché o El Castillo.
Las dinámicas propias de la oralidad, el detrimento de la cultura rural a partir de la acelerada urbanización y la insuficiente atención a las tradiciones populares, han hecho que muchos de estos términos se pierdan o tengan un uso muy localizado. Es el caso, por ejemplo, del “arreovaya” en Baracoa, fórmula de exclamación o saludo típica de los campesinos de esa oriental región que hoy se intenta rescatar por diversas vías.
Otros términos tienen un uso más generalizado en toda la isla, aunque cada vez se escuchan menos en las nuevas generaciones. Hace unas semanas, por ejemplo, una amiga preguntaba por la extensión de “jipato” como sustitutivo de hartazgo o llenura, y le decía que en Pinar se utiliza también para describir a personas muy blancas de piel. Ambas acepciones están registradas en el Diccionario de Americanismos de la Real Academia Española, aunque el uso es variable según países y regiones. Para mi generación todavía era común referirse a alguien con una voz estridente como poseedora de tremendo “galillo”, y quien se atragantaba con saliva u otro líquido cogió un “galillazo”. Quien estaba muy necesitado de pareja o de sexo, andaba “mangrino”; el estado de cansancio general derivado de una enfermedad se traducía como un “muermo”; se prevenía a alguien de estar al “resisterio” del sol o si no iba vestido adecuadamente se le conminaba a no salir con ese “pregenio”. Una lluvia fina era un “cisnío” (e incluso un “cisniíto”) y según la provincia se limpiaba la casa con “colcha”, “balleta” o “frazada”. Insistir demasiado en un asunto era volver con la “pituíta” y si se era un “berraco” (tonto, bobo) había que dejar la “berracá”. Una mentira era una “guayaba”, el pelo era “tacho” o “tejo”, y un niño un “culicagao”, especialmente si intentaba pasar por persona madura.
La lista de palabras, frases y giros lingüísticos que singularizan al Español hablado en Cuba es bien extensa. En lo adelante intentaré desandar esos caminos llenos de curiosidades, anécdotas y memorias que nos conducen a uno de los territorios más entrañables de lo cubano: nuestra lengua.
Por hoy se cierra el “tinglao”.
Califico de muy interesante el artículo sobre la lengua española, que además, nos trae grandes recuerdos y conocer nuevas acepciones de nuestro idioma.