Al otro lado de la bahía de La Habana, al este de la ciudad, se encuentra el populoso reparto de Alamar. Allí, con sus zonas y distritos, se levanta una de las comunidades emblemáticas de la capital, hogar de miles de personas de toda Cuba.
Lo que alguna vez fue un proyecto de urbanización burgués, nombrado por la combinación de los apellidos de su impulsor, el cirujano Guillermo Alamilla, y su madre, María o su esposa, Margarita —según la versión que se cuente— se convirtió en un amplio barrio de edificios.
Fue en la década de 1970 cuando Alamar comenzó a tomar la fisonomía actual. Ante la falta de viviendas para los trabajadores, el Gobierno echó a andar un ambicioso plan de construcción de edificios, muchos de ellos levantados por sus futuros moradores a través de las microbrigadas.
El lugar fue creciendo, expandiéndose hacia el este, con modelos de edificios multifamiliares traídos del antiguo campo socialista, junto a los que se incluían escuelas, áreas sociales, tiendas, centros multiservicios, instituciones médicas y otras entidades estatales.
Al final del reparto se construyó Micro X, cerca de donde ya se ubicaba la academia militar Máximo Gómez Báez. Su edificación fue parte de un segundo momento de la urbanización de la zona, iniciada a fines de los años 70 y que ganó impulso en la década siguiente.
Su posición, al fondo de Alamar, terminaría por darle una especie de personalidad propia dentro de la vasta y un tanto caótica composición del reparto. Al punto que, al menos en sus conversaciones cotidianas, no son pocos los habaneros que se refieren a él como Micro X a secas, marcando una diferencia nominal con el resto de la comunidad.
Los edificios de Micro X, como muchos otros de Alamar y otros distritos cubanos, han resistido estoicamente el paso de los años y el peso de las crisis. Y como muchos de ellos han acusado problemas de filtración, de drenaje, de mantenimiento general, del impacto del salitre.
El abasto de agua y el alcantarillado son también dificultades recurrentes en una zona en la que han residido importantes deportistas cubanos y que ha ido transformando también su imagen según las posibilidades y voluntad de sus moradores. Así se han multiplicado los tanques propios, se han construido garajes y hasta ampliaciones de apartamentos de los bajos.
La lejanía de la ciudad no es una desventaja menor para sus habitantes, que se traduce en más tiempo de viaje y mayor precio en el transporte particular. En cambio, su cercanía con el mar les permite ir caminando hasta la costa e, incluso, hasta la conocida playa de Bacuranao.
Con décadas de existencia, y aun con la sangría migratoria, Micro X sigue siendo el hogar de muchos cubanos. Allí, al fondo de Alamar, es y no es lo que en su momento se diseñó, y resulta un espejo del presente de todo el reparto y el país, tal como nos lo muestra hoy en su galería dominical nuestro fotorreportero Otmaro Rodríguez.