Caletones, mi Macondo

Mi historia con este pueblito de mar es similar a la de la novela. No sigue una estructura cronológica lineal, sino que se mueve en el tiempo, creando un sentido de circularidad.

“Lo esencial es no perder la orientación. Siempre pendiente de la brújula, siguió guiando a sus hombres hacia el norte invisible, hasta que lograron salir de la región encantada”. Fragmento de “Cien años de soledad”. Foto: Kaloian.

“Lo esencial es no perder la orientación. Siempre pendiente de la brújula, siguió guiando a sus hombres hacia el norte invisible, hasta que lograron salir de la región encantada”. Fragmento de “Cien años de soledad”. Foto: Kaloian.

Hace poco volví a Cien años de soledad. La novela de Gabriel García Márquez está ambientada en el pueblo de Macondo y narra la fabulosa historia de los Buendía por varias generaciones. Como en mi primera lectura, cuando tenía unos 16 años, ahora, con cuatro décadas en las costillas y un poco de mundo recorrido, experimenté la misma sensación: yo tengo un Macondo.

Caletones, un pueblito de la costa norte de Holguín, está fuertemente ligado a mi historia familiar. En esos parajes pasé casi todas mis vacaciones desde que estaba en la barriga de mi madre hasta mi mayoría de edad.

El cielo de Caletones. Foto: Kaloian.
El cielo de Caletones. Foto: Kaloian.
Vecino de Caletones. Foto: Kaloian.
Vecino de Caletones. Foto: Kaloian.

Fue precisamente en unos de esos veranos cuando leí por primera vez el libro del ganador del Premio Nobel de Literatura en 1982. Recuerdo entregarme por horas a aquellas páginas, tirado en una hamaca en el portal de nuestra casita, construida por mi abuelo en 1959 cuando por todo aquello apenas había nada en pie. Tenía la banda sonora de las olas rompiendo en los arrecifes a pocos metros y la caricia de la brisa marina como acompañante.

Recuerdo entregarme por horas a la lectura de “Cien años de soledad”, tirado en una hamaca en el portal de nuestra casita. Foto: Kaloian.
Recuerdo entregarme por horas a la lectura de “Cien años de soledad”, tirado en una hamaca en el portal de nuestra casita. Foto: Kaloian.

Subrayo la segunda oración de la primera página del libro de marras: “Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”.

Me parece estar viendo una foto panorámica del Caletones de mi niñez. También era una aldea, aunque con más casas que Macondo. Y en la singularidad del paisaje, en vez de un río, se puede disfrutar de playas de aguas azul turquesa y arenas blancas. Gigantescas rocas han formado piscinas naturales de aguas salobres con cavernas profundas en las que habitan peces ciegos.

Caletones tiene pequeñas playas de aguas azul turquesa con arenas finas y muy blancas. Foto: Kaloian.
Caletones tiene pequeñas playas de aguas azul turquesa con arenas finas y muy blancas. Foto: Kaloian.
Vecinos de Caletones. Foto: Kaloian.
Vecinos de Caletones. Foto: Kaloian.

Mi historia con Caletones es similar a la de la novela. No sigue una estructura cronológica lineal, sino que se mueve hacia adelante y hacia atrás en el tiempo, creando un sentido de circularidad y repetición. Elijo quedarme atrapado en el tiempo, evocar escenas felices vividas allí, en una especie de eternoretornógrafo. “(…) los recuerdos se materializaron por la fuerza de la evocación implacable”, sentencia el narrador en unos de los capítulos del texto.

La poza fría. Gigantes prehistóricas han formado piscinas naturales de aguas salobres. Foto: Kaloian.
La poza fría. Gigantes prehistóricas han formado piscinas naturales de aguas salobres. Foto: Kaloian.

Por eso me es inevitable trazar un paralelismo entre ese punto perdido de la geografía cubana tan entrañable para mí y el mundo imaginario creado por García Marquez. Quizá porque Caletones es fuente inagotable de realismo mágico; la combinación de elementos de lo real y lo fantástico; la misma mezcla cotidiana entre lo surrealista y lo verdadero que caracteriza Cien años de soledad.

En Caletones puedes encontrar caballos en el portal de una casa. Foto: Kaloian.
En Caletones puedes encontrar caballos en el portal de una casa. Foto: Kaloian.
Una escena de puro realismo mágico: un cerdo disfruta de un baño en la playa de Caletones. Foto: Kaloian.
Una escena de puro realismo mágico: un cerdo disfruta de un baño en la playa de Caletones. Foto: Kaloian.
La playa “grande” de Caletones en un verano. Foto: Kaloian.
La playa “grande” de Caletones en un verano. Foto: Kaloian.

Lo más parecido al realismo mágico lo escuché de boca de Carlos Peralta, entrañable vecino en Caletones. Nos contó que, una tarde, sentado en su portal frente a la costa, vio cómo un pescador submarino salió del mar y corrió despavorido por el caserío. Según nuestro narrador, al pescador lo perseguía una picúa, que también habría salido del mar y recorrido varios metros a toda velocidad ¡por la tierra! detrás de su presa humana. Al no alcanzarlo, el vertebrado acuático dio media vuelta y volvió campante a su hábitat natural, aseguraba Peralta.

“El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. Fragmento de “Cien años de soledad”. Foto: Kaloian.
“El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. Fragmento de “Cien años de soledad”. Foto: Kaloian.
“Como todas las cosas buenas que les ocurrieron en su larga vida, aquella fortuna desmandada tuvo origen en la casualidad”. Fragmento de “Cien años de soledad”. Foto: Kaloian.
“Como todas las cosas buenas que les ocurrieron en su larga vida, aquella fortuna desmandada tuvo origen en la casualidad”. Fragmento de “Cien años de soledad”. Foto: Kaloian.

Si García Marquez hubiese conocido a mi vecino, de seguro lo habría incluido en algún pasaje. Peralta no es el único. Caletones está lleno de personajes peculiares, como Felo, María, El Chino, Pedrito, Armandito o mi abuelo Bartolomé.

La luz eléctrica llegó a Caletones recién en el año 2015. Foto: Kaloian.
La luz eléctrica llegó a Caletones recién en el año 2015. Foto: Kaloian.

Mario Vargas Llosa en su ensayo “García Márquez: historia de un deicidio” (Barral Editores, 1971), apunta cómo los habitantes de Macondo logran romper las barreras del atraso y el aislamiento soñando, fantaseando e inventando.

“La más ilustre y la más antigua de las tareas humanas: imaginar, partiendo de este mundo, otro más original, más bello, más perfecto, y, mediante un movimiento de la sensibilidad y de la mente, trasladarse allí a vivir mejor”, escribe el perueano y también Premio Nobel de Literatura.

Un rebaño de chivos por los caminos de Caletones. Foto: Kaloian.
Un rebaño de chivos por los caminos de Caletones. Foto: Kaloian.

En Caletones, en medio de las carencias acumuladas a lo largo de los años, tuve mi mundo sin par, lleno de aventuras y fantasía. A ese pueblito de 400 habitantes, que se alcanza después del calvario de atravesar 18 kilómetros de carretera (de tierra y llena de baches) que lo separan de Gibara, llegó la luz eléctrica recién en 2015.

El maltrecho camino por el que se accede a Caletones desde la ciudad de Gibara. Foto: Kaloian.
El maltrecho camino por el que se accede a Caletones desde la ciudad de Gibara. Foto: Kaloian.
La playa “grande” de Caletones. Foto: Kaloian.
La playa “grande” de Caletones. Foto: Kaloian.

Tan Macondo es Caletones, que cierro el libro y la novela continúa.

“Nadie debe conocer su sentido mientras no hayan cumplido cien años”, fragmento de Cien años de Soledad. Foto: Kaloian.
“Nadie debe conocer su sentido mientras no hayan cumplido cien años”, fragmento de Cien años de Soledad. Foto: Kaloian.
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