Subo a una guagua en Buenos Aires y está copada de zombies. No es una invasión de cadáveres reanimados. Son adolescentes disfrazados de esos personajes tan popularizados en los últimos años por videojuegos y series como The Walking Dead.
Lejos de asustar o causar terror, los pasajeros curiosos se les acercan, los saludan, sonríen y hasta les piden retratarlos. El grupo de “zombies” posa y, como si estuvieran filmando una película, sacan a relucir sus mejores dotes actorales.
Permítanme subsanar un error. Los zombies no están disfrazados. Son cosplayers. La diferencia entre el disfraz y el cosplay radica en que, en el segundo caso, sus intérpretes no sólo usan los atuendos de un personaje salido de una ficción sino que, además, hacen una representación realista del personaje. O sea, un cosplay no es el acto de quien se disfraza, por ejemplo, para el día de Halloween. Aquí se trata, sobre todo, de encarnar una actitud interpretativa de un personaje de ficción.
El término cosplay es una contracción de costume play. Es una palabra compuesta en inglés que, traducida al español, sería algo así como una mezcla de las palabras traje, juego e interpretación.
Otro rasgo de los cosplayers, que los diferencia de quienes sencillamente se visten para una fiesta de disfraces, radica en su completa caracterización. Un cosplayer es una persona fanática del personaje que representa, que asume y conoce cada uno de sus detalles estéticos, físicos y hasta psicológicos. Así, un cosplay del Guasón requiere empeño y recursos para estudiar al personaje, como si uno fuera el mismísimo Joaquin Phoenix, actor que interpretó ese papel en la famosa película The Joker y que le valió por ello el Premio Oscar como mejor actor.
Este universo del cosplay se convirtió en un nicho muy rentable. Los personajes trascendieron a sus autores y traspasaron las pantallas, las páginas de los libros y algoritmos de los videojuegos y se llenó de merchandising. Actualmente todo lo que gira alrededor de los cosplayers es uno de los circuitos comerciales que mayores dividendos arroja dentro de la gran industria del entretenimiento.
Este fenómeno comenzó en 1970, en la Comic Market de Japón. Este es un famoso evento del género manga (cómics tradicionales japoneses) conocido como “cultura doujinshi”.
En esas reuniones miles y miles de fans de los mangas acuden vestidos de los personajes salidos de varias historias asiáticas. Fue tanto el furor que en el país del sol naciente abrieron restaurantes, bares, discotecas y muchos otros lugares para cosplay.
Un espacio público muy conocido en Tokio, donde se reúnen los cosplayers casi religiosamente los domingos en la mañana es la calle Takeshita.
Con el tiempo la práctica se popularizó y se diseminó por el mundo. Las convenciones de cómics se inundaron de cosplay. Pero también comenzaron a hacerse presentes en presentaciones de libros sobre la temática, en cines o sencillamente caminando por la calle.
Hoy cruzarse con un cosplay es más común de lo que pudiera parecer. Millones de personas se apoderaron de los personajes de las historietas, la literatura fantástica, el animé, los cómics, el manga japonés, las películas, las series, los videojuegos y otros productos atravesados por la ciencia ficción y el género de terror para incorporarlos a sus vidas cotidianas.
Ojo, el cosplay implica solo la representación desenfadada del personaje. Quien lo interpreta no asume los actos de los mismos. Aunque se sienta superhéroe como “El hombre araña” o una villana como Cruella de Vil, no va a ni siquiera intentar saltar de techo en techo o hacer el mal.
Por eso bienvenida la invasión de los cosplayers. No hay que temer si una tarde soleada de domingo, en una guagua, hay una horda de zombies sonriendo como si fuera lo más natural del mundo.