Bajo el implacable mediodía caminaba por la Calle Línea. Antes de arribar a la intersección con la calle 2 un graffiti me tomó por sorpresa: en el portón pintarrajeado dos manos resguardaban un rombo con las siglas UMAP. Entonces activé la cámara del teléfono.
Asocié el graffiti con el encierro y la anulación del sujeto en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción. Porque solo encontré relación con aquellos campos de trabajo forzado donde, de 1965 a 1968, destinaron a más de 25,000 jóvenes en edad de cumplir el Servicio Militar Obligatorio.
Revisé las fotos. Mi interés se situaba en la decisión del grafitero de interactuar en el espacio público a la entrada de una Unidad Municipal de Vigilancia y Lucha Antivectorial.
¿Se trataba de invadir la calle con un tema “viejo y polémico”? ¿Acaso el tema y el sitio elegido eran casuales? ¿Las manos resguardando el rombo nos hablan de preservar una memoria? ¿Los vectores de sentido que lo atraviesan proponen acción? ¿Pero qué acción? Puesto que fue ejecutado con una plantilla, ¿lo han reproducido en el resto de la ciudad?
No es poca la producción historiográfica, testimonios y obras literarias sobre las UMAP. Pero no abundan en publicaciones impresas en Cuba, y en la cinematografía la ausencia es casi total.
Mientras leía un artículo sobre el foro “En busca de una memoria positiva. A 50 años de la UMAP”, organizado en el Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo-Cuba —allí “por primera vez de manera pública”, personas de “distintas congregaciones religiosas rememoraron uno de los capítulos más tristes en la historia reciente” de Cuba—, recordé una imagen que resume el breve arco de tiempo vivido por el protagonista del libro Benjamín. Cuando morir es más sensato que esperar (Editorial Verbum, España, 2018), de Carolina de la Torre. No es una novedad editorial, pero no está a la venta en Cuba.
La imagen contiene dos viajes:
El primero ocurrió en 1961; su destino, la Campaña de Alfabetización en la Sierra Maestra. “Los vagones iban abiertos para que el pueblo nos pudiera saludar (…) y recibir como héroes” —dice Benjamín, “niño triste o cisne herido”, así lo califica un amigo también confinado en las UMAP.
En 1965 esos trenes se desplazaron en la noche, cerrados; se detenían en las afueras de los pueblos. Su destino, los campamentos UMAP en Camagüey. Vigilados, sin recibir saludo alguno, aquellos muchachos considerados lacras sociales no imaginaban el rigor que les esperaba.
Sin dudas la imagen condensa la vida de un joven. A la par disecciona una década.
“Esta obra, aunque se basa en una historia real y contiene fotos y documentos (…), no puede, ni pretende ser, una reproducción exacta (…) de la vida de mi familia ni de la época que nos tocó vivir; tampoco de los amigos que acompañaron en los años 60 a mi hermano”, dice Carolina. Pero el intento de ejecutar un registro donde se apueste por la asociación de eventos de la vida de un sujeto que no figura en los episodios de la Historia, es, como mínimo, necesario. Ese relato histórico entonces cobra un matiz terriblemente humano. Se vuelve familiar, lo acerca a nuestra biografía.
La Habana narrada allí es una ciudad que participa, febril, de las intensidades políticas, culturales e ideológicas de los primeros años de la Revolución.
Como un aerolito el libro de Carolina impactó en mí, al igual que Dios no entra en mi oficina (Editorial Bautista, 7ma. Ed., Cuba, 2015) del Pastor Alberto I. González Muñoz, y Llanura de sombras. Diario de las UMAP (Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo-Cuba, 2017) del Reverendo Raimundo García Franco.
Ambos libros contienen los motivos que indujeron a los autores a ejecutar un recuento detallado de sus días en las UMAP. Ambos desean instaurarse como parte de “una reflexión ante las injusticias y los errores humanos, los sufrimientos que ellos causan y las actitudes posibles frente a los imponderables de la vida” (AIGM).
En ellos los individuos sufren bajo el régimen de los campamentos al mando de militares que no tenían “la más mínima preparación”, reubicados allí tras la reestructuración de las FAR. Por otra parte, el “gran temor y desconcierto de las iglesias y religiones ante el cambio del panorama nacional” condujo a errores “en sus directivas como el de ni tan siquiera ocuparse de quienes [estaban] internados en los campamentos” (RGF).
Al igual que en Benjamín…, el dolor descrito se origina en el sometimiento físico y psicológico, en las bajas pasiones surgidas entre confinados y mando militar. Hombres buenos y peores gravitan allí. Aspiran a no correr con la peor de las suertes, pero en condiciones de encierro, y aquí recuerdo a Primo Levi, los hombres incapaces de cometer ilegalidades casi siempre llevan la peor parte.
La descrita por De la Torre es una vida con la cultura como centro, Benjamín y sus amigos son furibundos consumidores de arte y literatura, la de los pastores bautistas tiene a la religión. Pero los 60s son el espacio común donde transcurren las charlas sobre arquitectura, música, etnología, exposiciones de artes visuales. También las jornadas de culto y las noches de solaz.
Es la década donde la canción “Adiós, felicidad” de Ela O’Farril y el documental PM de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal suscitarán resquemores en la dirigencia de la Revolución. En el discurso pronunciado en la clausura del acto para conmemorar el VI Aniversario del Asalto al Palacio Presidencial en la Universidad de La Habana el 13 de Marzo de 1963, Fidel Castro dijo:
“Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos (RISAS); algunos de ellos con una guitarrita en actitudes ‘elvispreslianas’, (…) han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre.
Que no confundan la serenidad (…) y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución. Porque nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones (APLAUSOS).”
El grafiti de la Calle Línea parece advertirnos de los posibles efectos de una rígida aplicación de los patrones ideológicos y políticos, y lo tenido por ético, y moral, sin tener en cuenta la diversidad de los actores sociales, y sin propiciar la inclusión.
¿Qué puede hacer entonces un “cisne herido”?
(…), como tú, apetezco la muerte liberadora,
deseo rugir de dolor y de placer.
Hoy, como nunca, mi sexo es partícipe de la conmoción de mi espíritu
y proclamo el terrible y sublime derecho a la fuga.
¿No es vivir un constante apartarse de la naturaleza?
Yo soy su hijo,
y sé que liberándome la afirmo.
Hoy sé quién es mi enemigo.
Le temo a la muerte física,
mas, aun sin mi dolorosa presencia,
habrá una Revolución espiritual.
Lo saben los patriarcas abominables
que en nombre de la moral deforman el sexo.
Yo denuncio a los criminales verdugos
que dicen salvar a la sociedad
estrangulando la naturaleza.
Yo denuncio a quienes sistematizan y destruyen el amor,
yo denuncio a aquellos que ignoran
la naturaleza trágica del sexo,
yo denuncio a los estúpidos
que para purificar castran.
Benjamín de la Torre, Camagüey, 1966, UMAP.