Joaquín se levanta todas las mañanas a las 4:15 de la madrugada para abordar el transporte que lo llevará al trabajo y luego lo regresará a su casa pasadas las 8:00 de la noche. Ojo, Joaquín es chofer de una guagua estatal, una de las tantas Girón que ruedan aún por las calles
de Cuba; pero él y otros choferes comparten el mismo ómnibus para ir y regresar a sus casas.
Esa no ha sido una decisión institucional. Todas las guaguas tienen asignado el combustible necesario para que ellos lleguen a sus hogares, pero ahorrarse más de 50 litros de gasolina diariamente se ha convertido para Joaquín y sus compañeros en un lucrativo negocio libre
de impuestos y que los deja dormir tranquilos cada noche.
Claro está, el ómnibus elegido como transporte no es de gasolina, si fuera así tendrían que rotar la responsabilidad entre todos.
Ninguno de ellos considera que roba, ninguno de ellos deja de cumplir con su trabajo diariamente y no perjudican a nadie con esta práctica; son hombres que han sacrificado algo de comodidad para incrementar sus ingresos y, si fuese necesario, mantener rodando sus guaguas.
“Al final, somos nosotros los que nos encargamos de mantener funcionando las guaguas cuando se rompen, y casi todos los gastos los pagamos de nuestro bolsillo”, asegura Joaquín mientras la guagua en que viajamos acelera en medio de la madrugada.
Cuando llegan a la base donde aparcan sus vehículos, cada uno de ellos se parapeta en el suyo y parten al trabajo, pero antes de recoger a los trabajadores cada uno de ellos parte hacia los servicentros elegidos para “abastecerse”. Una vez allí todo funciona como maquinaria de reloj.
Las guaguas se parquean en fila y obstaculizan la vista de los indiscretos y, de una en una, acercan las bocas de sus tanques al depósito madre de combustible del servicentro. Una vez el escenario listo solo resta que la transacción sea realizada.
Los litros salen de la tarjeta estatal, el pistero de turno paga el importe acordado por cada litro adquirido y el brazo dispensador apunta hacia la abierta boca del tanque madre. Son apenas dos minutos de trasiego. Pero cuando arrancan todos han salido ganando. Todos excepto el comprador minorista, que pagará 1.20 CUC por cada litro que compre.
Joaquín realiza esta operación cinco madrugadas a la semana, y aunque los lunes el volumen de combustible puede fácilmente duplicarse, para agilizar cálculos supongamos que cada uno de esos días 50 litros pasa de su tarjeta al tanque madre. Calculemos que, por cada año, Joaquín trabaje 200 días (serán más) y entonces habrá vendido 10 mil litros de combustible, idéntica cifra que sus cuatro compañeros.
Tiempo atrás ellos mismos vendían el combustible, cuando la base a la que pertenecían les servía la gasolina directamente en el depósito de sus guaguas, pero llegaron las tarjetas magnéticas y eso cambió. Mas el cambio solo puso a prueba la capacidad de adaptación, ahora es más complejo almacenar el combustible y sacarlo de la tarjeta, pero eso —evidentemente— ya también quedó resuelto.