Si una mañana cualquiera los conductores de carretones tirados por caballos dejaran de circular por las calles de Cuba, colapsaría de inmediato el transporte urbano de la mayoría de las urbes del país.
La idea no es hipotética. Cuatro movilizaciones poco organizadas de los carretoneros (o “cocheros”, como también se les conoce), desde el 2010 hasta el mes de junio de 2014, han logrado crear verdaderos cuellos de botellas en las ciudades de Bayamo, Santa Clara, Cárdenas y Cienfuegos.
En esa última ciudad, a 210 km de La Habana, los ánimos todavía no se calman luego de que una disposición del gobierno local estableciera, sin discutirlas públicamente, regulaciones tan extrañas como la de prohibir el transporte de pasajeros desde el corral del caballo hasta la “piquera”, aunque entre ambos puntos a veces medien varios kilómetros.
En todos los casos, luego de la tensión ha llegado el diálogo entre autoridades y transportistas, pero el problema de fondo sigue sin solución, porque, a pesar de su indiscutible importancia, una parte mayoritaria de estos emprendedores privados sienten que no les reconocen y hasta les entorpecen su papel social.
“No te dejan trabajar, te molestan mucho los inspectores y nos prohíben pasar por las calles principales”, se queja Alexei, montado en su carretón y a la espera de que le llegue el turno para cargar. “Está bien que exijan los coches pintáos, los culeros de los caballos bien ajustados y el animal con buena salud; pero la presión es mucha y por cualquier cosa es una multa”, insiste.
Algunas de las contradicciones afloran cuando en nombre del ornato público y la seguridad vial se les confina el tránsito por las calles menos importantes, que son al mismo tiempo las de mayor número de baches. Otras, cuando se busca impedir el ejercicio ilegal del oficio y la evasión de impuestos en una actividad que por su relativo bajo costo y rápido beneficio es muy atractiva para un grupo no despreciable de hombres, y también mujeres.
“Yo vi muy bien que a obligaran a los cocheros a ponerles tapones a la punta de los tubos de metal donde se engancha el caballo, luego de aquel accidente en el que un motorista murió por impactarse de frente contra el carretón”, comenta en su puesto de la cola Odalys Mesa, enfermera y usuaria habitual del servicio.
“Muchas personas se quejaban de que algunos cocheros no cargan en las colas de las piqueras para que alguien venga y los alquile, y así ganar más dinero con menos carga. Pero con la cantidad de cocheros que hoy existe eso ya casi no ocurre, porque si alguien deja de cargar, viene otro y le lleva el pasaje”, argumenta por su parte Reinaldo, otro transportista cienfueguero.
Aunque no está disponible la cifra total en el país de licencias para transporte privado con vehículos de tracción animal, los 700 trabajadores registrados en la urbe centrosureña, o los 600 conocidos en la norteña ciudad de Cárdenas, ilustran la dimensión que alcanza este sector.
Un cálculo somero de diez viajes por vehículo cada día, con sus ocho capacidades cubiertas cada vez, sumaría 56 mil personas trasladadas durante 24 horas en localidades con entre 100 mil y 130 mil habitantes. A esa cifra difícilmente lleguen los 23 ómnibus que trabajan por jornada, y como promedio, en la llamada Perla del Sur.
“Hubo etapas en la historia de Cienfuegos en que los coches tuvieron todo el protagonismo y otras en que lo perdieron. Hay momentos, como ahora, en que lo comparten. Pero siempre, la ciudad trató de organizar y disciplinar una alternativa de transporte público de la que nunca ha prescindido del todo”, escribe el periodista cienfueguero Omar George.
Esa convivencia y el afán de disciplinar debería manejarse como quien toma las riendas de un potro joven: con firmeza, pero sin tirones.
Es muy ecologico los coches.