Entrando a los cañaverales de José Miguel Rivero llaman la atención grandes zanjas, que entre los surcos, interrumpen las ordenadas filas de retoños. Se eslabonan irregulares, cada cierta cantidad de metros, como si alguien hubiera cometido la insensatez de abandonar el camino para tomar a campo traviesa y terminara hundiéndose en la tierra reblandecida de los surcos.
“Esas fueron las Case (las combinadas brasileñas), que empezaron a atascarse apenas entraron. Yo se los dije cuando llegaron, pero los habían mandado a seguir cortando. Aquí ha estado lloviendo desde abril y no hay equipo pesado que se meta en esos terrenos. En definitiva tuvieron que traer las combinadas de esteras y solo así resolvieron, aunque al final no sé si haya sido mejor el remedio que la enfermedad”, cuenta José Miguel mientras contabiliza mentalmente cuánto le costará solucionar el destrozo ocasionado por los equipos.
En general, él salió ganando con la arbitraria decisión. En otros tiempos le habría afectado que fuera mayo y que sus cañas no tuvieran el grado óptimo de maduración, con lo cual hubiera perdido en el rendimiento industrial y el consiguiente pago. Pero desde hace años en Cuba se privilegia la retribución de la gramínea por su volumen cosechado, y a los productores no les importa tanto si el calor y la lluvia ya se han llevado por delante la concentración de sacarosa en sus plantaciones. Solo buscan, como en el caso de José Miguel, que no se les “quede” caña por cosechar y menos cuando esta rebasa los catorce meses y está en su etapa de mayor florecimiento.
El hecho, sin embargo, parte de una contradicción evidente para cualquier persona que haya interactuado con el mundo del azúcar. Desde siempre, una máxima de los viejos productores ha asegurado que la zafra es cuestión “de seca y frío”, en alusión a las dos condiciones climatológicas imprescindibles para alcanzar buenos rendimientos. Mantener las cosechas y molidas cuando ya el calor y las lluvias han hecho acto de presencia parece entonces un sinsentido tan caro como innecesario.
En el siglo XIX el científico cubano Álvaro Reynoso había defendido la idea de que “la verdadera fábrica de azúcar está en los cañaverales”. Allí radicaba la base de un texto de su autoría que hasta hoy constituye biblia para los defensores de la planta más cosechada en el mundo: Ensayo sobre el cultivo de la caña de azúcar.
A juicio del sabio cubano, el primer paso estaba en fomentar plantaciones con las mejores variedades posibles, brindarles un cultivo “esmerado y constante” y velar por su adecuada renovación. Que lo dijera en el territorio que por aquella época se enorgullecía de ocupar el primer lugar mundial en cuanto a la producción azucarera lo hacía parecer un sacrílego a los ojos de muchos, pero Reynoso sabía de lo hablaba. El acelerado crecimiento de industria azucarera en la Isla tenía un cimiento de barro: los bajos rendimientos agrícolas.
Los tintes más grises caracterizan el último cuarto de siglo en la historia azucarera cubana.
Luego de ser por décadas la “joya de la corona” en las relaciones de la Isla con el Campo Socialista, la industria “dulce” inició los años ’90 en medio de la contradicción: Aunque para entonces la pérdida de los mercados preferenciales en la URSS y otras naciones del Bloque habían terminado compensándose con algunos clientes de Asia y Europa, la noticia venía acompañada por dos antecedentes que anulaban casi por completo sus discretos efectos positivos. En primer lugar, el Ministerio de la Industria Azucarera (Minaz) ya no recibía las generosas asignaciones de combustibles, equipos y otros recursos imprescindibles para sostener su monumental infraestructura; en segundo, estaba obligado a asumir –casi en solitario– el sostenimiento de todos los demás sectores socioeconómicos del país.
“De un año a otro (1991-1992) el volumen de caña molida se redujo en un tercio y el rendimiento por área cosechada en 20{bb302c39ef77509544c7d3ea992cb94710211e0fa5985a4a3940706d9b0380de}”, explica el investigador Oscar Zanetti en su libro Esplendor y decadencia del azúcar en las Antillas hispanas. La misma fuente apunta cómo –si bien en al principio se logró preservar cierta estabilidad en la producción y las exportaciones– ya para 1993 la crisis se confirmaba como irreversible: ese año la zafra se desplomaba hasta 4,2 millones de toneladas de azúcar, la campaña más discreta en casi medio siglo.
De entonces a la fecha no puede hablarse de recuperaciones. En estos veinte años la otrora “primera industria” ha vivido una aguda descapitalización y dos profundas reestructuraciones (la Tarea Álvaro Reynoso y la generada a partir de la creación del grupo empresarial AzCuba).
Ninguna de las dos ha logrado los resultados que se esperaban.
La “Álvaro Reynoso”, por ejemplo, apostó a la estabilización de las zafras en torno a los 4 millones de toneladas de azúcar, con un rendimiento agrícola de 54 toneladas de caña por hectárea y casi un 12{bb302c39ef77509544c7d3ea992cb94710211e0fa5985a4a3940706d9b0380de} en cuanto a rendimiento industrial (12 toneladas de azúcar por 100 toneladas de caña molidas).
“Esa riesgosa planeación sobre parámetros óptimos se mostraba, sin embargo, muy parca en materia de aseguramientos financieros, un factor indispensable para elevar a los rangos deseables los indicadores de una producción que llevaba varios años deprimida”, considera Zanetti en la obra mencionada.
El desmantelamiento de los centrales “menos eficientes” y sus plantaciones supuso un enorme costo económico y social. Aunque más de una década después no existen cifras oficiales sobre el proceso, resulta difícil creer que la venta de piezas y estructuras de los ingenios desactivados y la reutilización de sus equipamientos agrícolas hayan compensado los inmensos gastos que supuso el programa y su consecuente impacto humano.
Por solo citar un hecho, durante la “Álvaro Reynoso” cerraron sus puertas 71 industrias ubicadas casi siempre en comunidades para las cuales constituían la base económica fundamental. Llevado al campo de la demografía se trató de una decisión que implicó de forma directa a más de una décima parte de la población cubana. Y el costo material se confirmó en la contienda de más pobres resultados de todo un siglo (2009-2010: 1 millón 100 mil de toneladas de azúcar).
Seis años después, y aplicados nuevos conceptos de reinversión en la agroindustria azucarera, el campo no da señales de que acabe de despegar la nueva estrategia. Aún no están las cifras definitivas de la zafra 2015-2016, pero sí fue anunciado que quedaría por debajo de la lograda el año anterior: 1 millón 600 mil toneladas.
Biografía íntima de la zafra
La zona de Consuegra, donde vive José Miguel, fue por muchos años una de las mayores productoras de caña en el sur de Camagüey. Su momento cumbre llegó a finales de la década de 1980, cuando en un radio de no más de cincuenta kilómetros funcionaban cuatro centrales con una capacidad de molida conjunta que se acercaba a los dos millones de arrobas diarias.
Eso es más de lo que puede moler toda la provincia de Camagüey en la actualidad.
Eran tiempos en los que no faltaban el combustible ni los tractores, y en los que para obtener el fertilizante y otros insumos solo había que encargarlos a la cooperativa o la dirección del Complejo Agroindustrial (CAI).
Hoy en el radio de influencia de Consuegra se mantiene en operaciones un único ingenio, el “Batalla de las Guásimas”, responsable principal de la industria en la provincia pero también habitual incumplidor de sus planes. De hecho, casi la mitad de las 300 mil toneladas de caña que esta vez se dejaron de moler en Camagüey correspondieron a esa planta, la segunda creada luego de 1959.
Al momento de su fundación junto con el “Batalla” vio la luz una comunidad de edificios en los que encontraron vivienda miles de personas. La mayoría eran trabajadores vinculados al central o a las labores agrícolas, aunque también se contaron numerosos pobladores de los campos cercanos, entre ellos los que hasta entonces habían vivido en las áreas donde se construyó la presa La Jía.
Una carretera convertida a tramos en el terraplén comunica al poblado con la cabecera municipal, Vertientes. El trayecto total hasta la capital agramontina, que duplica esa distancia, continúa por una vía en mejores condiciones, franqueada en buena parte de su extensión por cañaverales.
Yanet vive en Batalla pero trabaja en Vertientes. En ocasiones, por motivos laborales o personales también debe trasladarse hasta la ciudad de Camagüey. Cuando toma camiones particulares, casi siempre, el viaje en redondo le cuesta 40 pesos y cinco horas de esfuerzo.
“Da lo mismo si uno va a pasear o a un hospital. Los camioneros no entienden, para ellos valemos menos que el billete que pagamos. Es verdad que está la guagua de los turnos médicos, pero esa termina su ruta en Vertientes y de los transportes del Estado mejor ni hablar, pasan más tiempo rotos que de servicio”.
En Batalla las Guásimas Yanet no hubiera tenido la oportunidad de trabajar en una oficina; o se decantaba por el campo o se hacía ama de casa o se dedicaba a buscarse la vida por cuenta propia. Por eso acepta con resignación la diaria travesía, a veces en un camión, otras en botella, en ocasiones sobre una carreta tirada por un tractor…
Yanet sueña con que su hija de nueve años no tenga un futuro así. En Batalla los niños tienen como principales alternativas la televisión y los bancos entre los edificios. Desde hace un año incluso carecen de la pequeña piscina construida en uno de los antiguos enfriaderos del central, a más de un kilómetro del área urbana. En 2015, justo cuando estaba a punto de comenzar el período vacacional, alguien decidió quitarle la turbina a la instalación y destinarla al riego de siembras. La piscina no funcionó en el verano.
En la zona de Batalla de las Guásimas, como en Consuegra u otras muchas de la geografía camagüeyana la gente sigue un ciclo migratorio que pareciera inevitable: los abuelos cultivan pequeñas fincas o laboran en tierras de las cooperativas, los padres viven en las comunidades todavía vinculados al mundo del azúcar y los nietos se asientan en Camagüey, La Habana (o siempre que pueden) el exterior.
“Imagínese un pueblo en el que los niños no pueden ni tomarse un helado, ¿vale la pena vivir así?”, pregunta Ismary, una muchacha de 21 años que con añora el día en que pueda marcharse “para donde sea” con su hijo. Lograrlo depende en primer lugar de que consiga vender el apartamento que comparte con su abuela en la comunidad de Las Quinientas. El problema está en el poco interés que despierta un pueblo de edificios descascarados, a quince kilómetros de la carretera más cercana y con un camino de tierra como principal vía de comunicación.
La realidad no tendría por qué escribirse en esos términos. Con precios que este año han mostrado una tendencia a la recuperación y ya superan los 15 centavos por libra en el mercado de Nueva York, los pronósticos de la Organización Internacional de Azúcar vaticinan que al cierre del actual calendario la oferta mundial quedará unos 3,5 millones de toneladas por debajo de la demanda. Se trata de una tendencia que se ha mantenido durante los últimos años, impulsada por el valor “estratégico” que posee la caña debido a sus múltiples usos.
Pero sin inversiones, la oportunidad nunca podría ser aprovechada en Cuba. De 2011 a la fecha la recapitalización se intenta en áreas de la industria y el sector agrícola, conducida por el grupo AzCuba. Pero la infraestructura social, la de los hombres y mujeres que sostienen el sector sigue siendo –cada vez más– un asunto pendiente.
Mientras se mantengan las estructuras productivas como hasta ahora, no habrá crecimiento en la producción de azúcar, las UBPC, con algunas excepciones, traban la producción. Estas empresas tienen en sus manos gran parte de la tierra dedicada a la caña de azúcar y lamentablemente carecen de identidad y de la fuerza de trabajo necesaria. Para producir se necesita caña suficiente, y estas empresas no producen porque venden el abono y los herbicidas y porque los tractores usan parte del combustible para roturar las tierras de los campesinos; es más fácil vender un saco de urea en 130 pesos que regarlo en los campos y después esperar una ganancia que casi nunca llega. No son pocos los campos que de caña muy buena en las orillas, es decir en lo que se ve y en ruina por la hierba y la infertilidad 20 metros adentro, es vergonzoso. El problema es tan serio que hoy no existen mecanismos que puedan controlar esto, lamentablemente y aunque vaya en contra de nuestra idea socialista se necesita volver a la colonia, es la única manera de que las toneladas de urea o de nitrato no sean vendidos en el mercado sumergido. El concepto de vinculación del hombre al área de las UBPC no funciona, todo parece indicar que los vinculados desconfían de los vinculadores. Por lo tanto se necesita una relación directa entre el productor y los centrales azucareros, sin el intermedio de las directivos de las UBPC, a partir de contratos jurídicos directos, nada de burocracias intermedias, que la ganancia real vaya al productor el cual se responsabilice con los resultados, así tal vez aparezcan nuevos productores. Si tenemos en cuenta que el Estado le fijó un buen precio a la arroba de caña es muy probable que muchos se interesen por asumir contratos, pero las UBPC no son confiables para los productores, y cuando alguna funciona es porque aún queda un poco de ética en sus integrantes y son minoría. Si la prensa y los funcionarios no saben nada de esto es porque nunca han entrado a un campo de caña o porque se hacen de la vista gorda.
Alguien ha visto el parqueo del ministerio del Azúcar. Todo lo invierten en autos nuevos y modernos. Jajaja.
La debacle de la industria azucarera ha sido uno de los reveses mas dolorosos que ha sufrido este pais ,de golpe y porrazo pasamos de ser uno de los primeros países productores de azúcar , a tener que en varias ocasiones tener que importar azucar,de otros lugares, ejemplo dominicana, ese descalabro dejo sin trabajo a miles de obreros azucareros que vivian ellos y su familia de esa industria , se quiso compensarlos de alguna manera, como por ejemplo ponerlos a estudiar,todo resulto una quimera,cientos de centrales se convirtieron en chatarras , recuerdo hace algunos años en ocasión de estar durante 8 meses en matanzas dando docencia medicas ha estudiantes latinoamericanos de medicina,tuve la oportunidad de estar en un policlinico que quedaba enfrente del central ESPAÑA, y daba pena mirar el estado en que estaba el mismo y oir los lamentos delos otroras trabajadores de esa gran industria,lo repito uno de los descalabros mas dolorosos que ha sufrido nuestro pais
En el tema del sector azucarero, pasa al igual que la pelota, cualquier cubano opina y casi siempre deja la idea de conocer totalmente las causas y efectos que han propiciado los continuos incumplimientos de la producciòn azucarera. Yo, en esta oportunidad, aportarè un poquito de lo que sè. A mi juicio, si tomamos en cuenta que el decenio de los años ’80 fue, sino el màs, uno de los màs eficientes y de mayores zafras despuès de 1959 podemos encontrar que en esa etapa se unieron muchos factores importantes. Precios preferenciales para el comercio con el campo socialista, garantìa en los suministros de insumos y maquinarias para la preparaciòn, inicio y desarrollo de la zafra y mejor organizaciòn empresarial de la misma. Estas condiciones ideales propiciaban que la zafra azucarera fuera el pilar econòmico de una gruesa parte de otros sectores como la educaciòn, deporte y la salud, incluido el incipiente sector tecnològico de la investigaciòn y producciòn de medicamentos y futuras vacunas, costosos proyectos de hecho. Al desaparecer a inicios de la dècada de los ’90 ese mercado de los paìses del campo socialista, dejaban de existir automàticamente dos factores: precios preferenciales y fuente de los suministros de insumos y maquinarias agrìcolas y si a este nuevo escenario le adicionamos que pràcticamente no se destinaban parte de los ingresos para invertirlos en la industria, era evidente que se estaba fomentando el deterioro de la antigua locomotora de la economìa cubana. En cualquier industria que, ademàs de un entorno externo adverso, usted no designe parte de sus ganancias para retroalimentar la misma con las reparaciones o sustituciones de sus partes y piezas, asì como de la actualizaciòn tecnològica, no puede esperar menos que su decadencia y lo peor no termina aquì, el costo para reactivarla en un futuro serà mayor. En cuanto al cierre de los centrales azucareros, deberìa verse caso por caso, sì existìan algunos que eran inevitables cerrarlos por varias razones, como encontrarse cerca de polos turìsticos que con el auge de ese sector en los años ’90, su fuerza laboral emigrò al mismo en busca de mejorar las condiciones de vida. Esa fue una razòn en algunos casos, existen muchas màs, aunque eso no exonera la responsabilidad a nivel gubernamental de haber garantizado con efectividad y objetividad un nuevo destino laboral para los trabajadores de esas industrias cerradas.
Creo que este artículo para Cubaxdentro un blog poco conocido puede autenticar y servir para extender el resultado de una política desacertada.
Olvide el Linkhttps://cubaxdentro.wordpress.com/2014/09/08/el-batey-la-politica-y-su-realidad-i/
Muy de acuerdo con Karel.
Añadir que en Cuba hay casi mil unidades productoras de caña, 56 centrales y casi 150 plantas de derivados. La experiencia personal de un lugar, es eso la experiencia personal de un lugar, no pretendamos que nuestra experiencia personal es la generalidad. Ninguna unidad productora se parece a otra, tanpoco ningún central ni ninguna planta de derivados. En la viña del señor hay de todo y no solo en Cuba. En Brasil o en el Caribe, todas las islas del Caribe eran buenas productoras de azúcar, hoy eso no es así, investiguen. No todos los centrales en Brasil muelen todos los años, tampoco en la India, ni en ninguna parte del mundo.
Ahora, yo no tengo toda la verdad, pero me remito a las cifras oficiales y comprobadas. El salario medio del sector azucarero cubano, es el mayor del país como sector, no lo digo yo lo dice la Oficina Nacional de Estadísticas y tampoco quiere decir que sea suficiente, pero se acerca a los 1000 pesos como promedio. La productividad en los cinco años de AZCUBA se ha triplicado, la producción de caña (de 11 millones paso a casi 20 millones) y el rendimiento (de 26 paso a 44 ton/hectárea) casi duplica el de hace cinco años atrás, la producción de alimento animal crece 10 veces, el azúcar ha venido creciendo en un 11% promedio anual sin contar la de este año y en la del 2017 se debe duplicar la producción de 6 años atrás. El Ministerio del Azúcar tenia pérdidas, AZCUBA en cinco años no ha tenido pérdida y el año pasado se acercó a los 200 millones de ganancia. Menos este año marcado por el niño, no obstante, a pesar del clima (seca, lluvia y bajas temperaturas, las tres con efectos negativos sobre la caña cuando no ocurren en el momento que normalmente debe ser) se alcanza una producción casi un 50% mayor que la de cuando se creó AZCUBA. Se introducen nuevas tecnologías tanto en la industria como en la agricultura, se comienzan a montar las primeras bioeléctricas, se incrementa el riego, se cambia la tecnología de siembra, se hacen importantes inversiones en los derivados como parte de un programa de desarrollo que en los cinco años de AZCUBA han ido avanzado pero que nadie espere que en unos años se resolverá todo, más si tenemos en cuenta que AZCUBA empezó sobre niveles muy deteriorados y en condiciones adversas de la economía cubana, las cuáles también influyen.
Rogelio: la reestructuración conducida por Azcuba ha tenido aciertos, eso nadie lo pone en duda. Pero tampoco nadie puede desconocer que en sus cinco años de labor esa entidad no ha logrado cumplir ninguno de sus planes de producción de azúcar por zafra, ni ha revertido el estado calamitoso que presenta la mayor parte de la planta industrial, ni ha logrado elevar los niveles de rendimiento agrícola.
Eso, por no hablar de los derivados cañeros (la verdadera joya de la corona en el negocio azucarero), que hoy siguen siendo tarea pendiente en todo el país.
Usted menciona que los trabajadores del azúcar se ubican como los de mayores ingresos en el sector estatal; es verdad, pero no debe obviarse que los vinculados directamente a la producción en su inmensa mayoría reciben esos pagos mientras dura el tiempo de zafra. Luego de concluida la molienda deben dedicarse a otras actividades por su propia cuenta, hasta el comienzo de la nueva cosecha. Justo como ocurría antes de la Revolución durante el temido “Tiempo muerto”.
Otro aspecto que aborda el trabajo y que no debe perderse de vista es que las inversiones para la recuperación azucarera se han concentrado en la esfera productiva, y casi nunca –por no ser absolutos– en el ámbito social.
Sin ánimo de juzgar a los que conducen el proceso, valdría la pena preguntarse hasta qué punto es sostenible su desarrollo en el tiempo si quienes deben sostenerlo cada día son menos en número y en las comunidades cañeras no se respiran aires de prosperidad.
Conste que buena parte de los análisis del presente texto se concentran en Camagüey, la provincia que está llamada a convertirse en la productora de casi una sexta parte del azúcar de Cuba (según los propios planes de Azcuba) y que en zafras como la que recién concluyó aportó parte de sus cañas a la primera provincia cumplidora del país (Sancti Spíritus) y a la mayor productora de esta temporada (Ciego de Ávila).
Sin azúcar no hay país, valdría recordar, pero también tener presente sin Camagüey –y sin los trabajadores– no hay azúcar.
Daniel Valero y Rogelio, ambos tienen razón, no se contradicen sus puntos de vista. Rogelio hace referencia a logros que se han obtenido a partir de la política gubernamental de respaldo económico al sector azucarero aplicada a partir del último quinquenio y lo inevitable que fue en su momento cerrar varias industrias. Ese apoyo económico fue de tal envergadura que, según las propias palabras de un directivo del Grupo Azcuba en una Mesa Redonda realizada hace 1 o 2 años atrás (disculpen que no sea preciso en la fecha), en el periodo del 2010-2013 se había invertido más en maquinarias agrícolas e insumos que en la primera década del presente siglo. Por ahí podemos sacar muchas conclusiones pero una de ellas es, sin dudas, que la agroindustria azucarera cubana estuvo prácticamente desatendida en cuanto a inversiones y apoyo financiero. Sería ilógico aspirar a cumplir planes de azúcar de ese modo, aún con todo el sentido de pertenencia que caracterizó y sigue caracterizando a los trabajadores cañeros, a pesar de los pesares. Hizo falta esa reactivación y sustento económico y financiero para verse los primeros resultados.
Ahora, eso es una arista o una razón real pero también no podemos girar la cabeza hacia un sólo lado. Daniel Valero acierta igualmente al expresar que los planes de producción propuestos por Azcuba en los últimos años, supuestamente basados en análisis serios y objetivos,no se han cumplido. Además, se debe tener en cuenta un factor histórico que a nivel de nación con los años pasó a ser más brutal a nivel municipal y es la total dependencia económica, social y cultural al sector azucarero. El país fue transformando a nivel macro su dependencia económica a las exportaciones de azúcar pero en la mayor parte de los pueblos o bateyes que existía un central azucarero, no cambió esa dependencia. Al desactivar esas industrias y no existir variantes económicamente sustentables, ocurrió lo que ya sabemos.
Se hace muy difícil comparar las etapas de la historia de la industria azucarera en Cuba, porque las condiciones en que se han desarrollado han sido diferentes. Por eso considero, amigo Rogelio, que cometeríamos un sacrilegio si comparamos la producción azucarera de los últimos 5 años con la primera década de este siglo o quizás con los años ´90, no fueron respaldadas en iguales condiciones.
Es mi modesto punto de vista.
Es que no se puede desarrollar la industria sin inversiones. y se ha desarrollado una politica ferrea de no inversiones extranjeras en la agricultura cubana que provoca que los campesinos carezcan de una simple turbina, un arado, un tractor, fertilizantes
Todo esto se compra en divisas, pero como el campesino cobra en pesos cubanos donde va a comprar esas cosas? Ah pero a nadie le interesa eso. Solo la unica frase que se escucha es para aumentar los salarios hay que aumentar la produccion, (Que produccion), o conque, es la historia del huevo y la gallina, y con eso cuento ya vamos por 50 años mas