Punto de reunión y reposo, de intercambio y trasiego cotidiano, el Parque Central de La Habana es un sitio especial de la ciudad. Como si a él llegasen todos los caminos, no hay paseo o caminata por el Centro Histórico habanero que no lo atraviese o haga estancia en sus concurridos predios.
Coronado con la primera estatua de José Martí erigida en la Isla, el Parque Central conecta la ciudad antigua con la moderna. Sus límites los marcan las conocidas calles Prado, Zulueta, Neptuno y San José, pero su entorno abarca mucho más, como singular encrucijada que conduce lo mismo al boulevard de “San Rafael” que a la populosa calle Obispo; lo mismo al Paseo del Prado con sus broncíneos leones que al Capitolio que lo contempla a poca distancia.
Su historia se remonta a los tiempos de la colonia, cuando —según se cuenta— la zona era ocupada por una laguna infesta que las autoridades españolas habían ordenado desecar. Luego sería construida allí una plaza anexa al entonces Teatro Tacón, hoy Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”, donde se colocaría una estatua de la reina Isabel II, que le daría nombre a la plaza.
Lo que hoy conocemos como Parque Central terminaría de construirse en 1877, tras haber sido derribadas las Murallas de La Habana, aunque su fisonomía no era la misma de ahora. Era, se dice, uno de los parques menos arbolados y de mayor proporción de pavimento de la capital cubana, lo que cambiaría ya en el siglo XX.
Luego del fin de la guerra con España y la intervención estadounidense, fue desmontada la estatua de Isabel II y una votación popular, convocada por el semanario El Fígaro, decidió que el sitial de honor del parque lo ocuparía una escultura de José Martí, encargada al artista José Villalta de Saavedra y colocada allí finalmente en 1905. Pero antes, una poco agraciada estatua de calamina en representación de la Libertad y con el escudo de Estados Unidos en el brazo derecho, fue puesta en la explanada hasta su “afortunado” derribo por un ciclón.
Con el tiempo, el Parque Central tomaría su vista actual, con sus árboles, bancos, fuentes y senderos interiores que se entrecruzan. En él, 28 palmas reales recuerdan la fecha del natalicio de Martí, y ocho canteros simbolizan las tumbas de los estudiantes de medicina fusilados vil e injustamente por orden de las autoridades coloniales españolas el 27 de noviembre de 1871.
Los alrededores del parque son también distintivos, con emblemáticas edificaciones como el Gran Teatro Alicia Alonso, el cine teatro Payret —hoy en restauración—, el edificio de Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes, y hoteles —tanto históricos como contemporáneos—, como el Inglaterra, el Telégrafo, el Manzana Kempinski (ubicado donde por mucho tiempo estuvo la célebre “Manzana de Gómez”), el Plaza y el nombrado precisamente Parque Central, hoy en manos de la cadena hotelera española Iberostar.
Antes de la pandemia, el Parque Central era un punto neurálgico de La Habana, con su animada peña deportiva y su constante actividad turística. Piqueras de coches de caballo y autos antiguos esperaban a los numerosos visitantes que llegaban, cámara en mano, hasta el lugar. Mientras, expediciones de turistas, con o sin guías, desandaban la zona y conocían historias como la del ultraje a la estatua de Martí por marines estadounidenses, que provocó la ira popular en 1946.
Hoy, en medio de los rigores de la COVID-19, en la plaza han disminuido el bullicio y el trasiego, pero, aun así, el parque no ha dejado de recibir a paseantes y tertulianos. Como el resto de la ciudad y el país, el Parque Central capitalino espera por tiempos mejores, sin dejar de ser lo que ha sido por más de un siglo: un símbolo de la urbe y un lugar de encuentro al que, como a Roma, parecen conducir todos los caminos.