La capacidad creativa de los artistas cubanos ha despertado históricamente el interés mundial y la música ha sido una de las disciplinas de mayor resonancia.
Sin embargo, el quehacer de los músicos y de otros exponentes de la cultura cubana está circundado por un grupo de aspectos que atentan contra una mayor visibilidad de sus propuestas y su alcance entre los diferentes tipos de público, que en su mayoría, por esas mismas circunstancias, solo conocen una zona de la creación desarrollada en el país.
El rasero para la divulgación y el “visto bueno” pasa por una amplia diversidad de criterios y enfoques no precisamente basados en la calidad de las entregas artísticas. Uno de los análisis que cobra mayor peso está vinculado directamente a la relación entre la obra del artista y la postura política que asume públicamente, lo cual ha influido (e influye) particularmente en sus posibilidades de diálogo en los medios nacionales y en las distintas plataformas creadas para la promoción.
Se ha percibido que este tipo de vínculo se ha incrementado exponencialmente durante los últimos años debido a eventos políticos acaecidos en la Isla que han llevado a televisar la supuesta radicalización de algunos miembros de la comunidad artística en torno al discurso oficial.
Por citar un caso puntal, en la televisión se percibe con frecuencia la participación de los mismos artistas que asisten para conversar sobre la actualidad de sus carreras, mientras quedan muy pocos espacios para otros creadores con una obra de la misma calidad o superior.
Lo anterior es un tema harto conocido y criticado en algunas esferas muy particulares de debate, pero a ese escenario se suma un conflicto fundamental. Los artistas que manifiestan una postura política sin ambages a favor del proyecto político del país tienen para su beneficio mayores facilidades para el decursar de sus carreras. No ocurre lo mismo, sin embargo, con aquellos que con un pensamiento crítico expresan sus diferencias sustanciales con el sistema, por lo que ven limitada su promoción.
Este escenario provoca que algunos creadores vean en la asunción del “compromiso político” una manera de alcanzar mayores dividendos y comiencen a manifestarse con asiduidad en actos públicos o en sus redes sociales alcanzando en breves lapsos una visibilidad notoria en la esfera pública del país. Así, hemos visto video clips sin factura de ningún tipo, cantantes improvisados en espacios estelares de la televisión o canciones para contrarrestar otro tipo de entregas que carecen de los sustentos de la creatividad, a pesar de que su creación se realiza generalmente con recursos que precisarían otras obras pensadas desde el rigor y el compromiso estético.
Ante el silencio de los medios hacia su trabajo, hemos sido testigos igualmente de cómo algunos artistas cambian su manera de interpretar la realidad, de enfocar su obra, y se acoplan a planteamientos regidos desde la oficialidad sobre los que antes se mostraban críticos o alejados. Incluso, se convierten de la noche a la mañana en los más mediáticos defensores del discurso oficial, por encima incluso de los que históricamente han defendido su forma de pensar alineada con el sistema político, esos que generalmente se mantienen en una línea orgánica y sin mayores estridencias. Estos “nuevos” artistas llegan a los medios que los desconocían y, de repente, aparecen en casi todos los programas de televisión y eventos públicos, alcanzando además las ganancias previstas en estos casos.
Esta naturaleza de la promoción insular, que no funciona de forma esquemática ni en toda su literalidad, trae como consecuencia el ninguneo o la falta de apoyo institucional a varios artistas con una obra y una carrera de las que apenas se tienen noticias en el país y cuya divulgación fortalecería el campo de acción de la cultura insular.
No se deben soslayar las derivas hacia la crítica, que traen como resultado esta mirada esquemática de las relaciones institucionales y mediáticas con los artistas, digamos, con una obra de mayor conflicto en el ámbito público. El ejercicio de la crítica, por su condición natural, está obligado a jerarquizar la valía del arte por encima de cualquier otro análisis, pero se ve ralentizado en este escenario en el que se imbrica la cultura y la política y que provoca la falta de análisis respecto a la creación o ciertos fenómenos culturales en todas las dimensiones sobre los que se asientan. De ahí que se escuchen con frecuencia las críticas a la propia crítica cultural por no ejercer en los medios nacionales las observancias que presuntamente la estructuran.
Los medios no pueden estar de espaldas a la realidad del país. Ni a la cultura entendida como un universo cambiante que va desde la difícil realidad en los barrios hasta los escenarios clásicos pasando por los relatos beligerantes del hip hop como forma de expresión de las periferias. Nada de un país es ajeno a la cultura. Esta es una verdad como un templo. Cuando se soslaya una capa de la creación, el único que pierde es el propio país que no da relieve a los logros o a la carrera de artistas que, por distintas razones, han tomado distancia del proyecto político o lo han criticado públicamente, una postura que los asiste como artistas o simplemente como ciudadanos cubanos, el mismo derecho a defender el sistema político de la Isla que tienen otros artistas.
No obstante, en este caso sería muy relevante para la cultura nacional que los artistas que gozan de los beneficios de la promoción también se interesen por las obras y el quehacer de colegas suyos que carecen de las mismas oportunidades. Porque, al fin y al cabo, todos responden, —o la mayoría— al interés de expandir la cultura cubana.
Se pueden citar numerosos ejemplos de artistas silenciados, censurados o manejados con cierta, digamos, precaución, en el sistema de medios oficiales cubanos. Pero hay casos muy notorios cuya divulgación prácticamente nula ofrece más preguntas que respuestas. Pablo Milanés, Leonardo Padura y Pedro Pablo Oliva son tres de nuestros mayores representantes en los diferentes campos de acción en los que se mueven, es decir, la música, la literatura y la pintura.
De Pablo y Pedro Pablo apenas hay referencias actuales sobre sus carreras, sus triunfos o desaciertos en los escenarios internacionales o nacionales. Se han convertido en una especie de fantasmas para esos medios oficiales. En el caso de Pablo, no obstante, se ha mantenido, al menos en años recientes, ofreciendo conciertos en la Isla, aunque esas presentaciones en muchísimas ocasiones no han sido reflejadas en los reportajes o análisis de rigor que deben aparecer en la prensa plana, la televisión o la radio cuando se trata de artistas de su envergadura. Padura es otro caso muy “raro” en el entorno mediático local. Considerado el escritor cubano vivo de mayor visibilidad, no tiene prácticamente un espacio en las plataformas mediáticas cubanas, a pesar de haber obtenido en la Isla los más importantes premios literarios que se otorgan. Mientras, sus lectores deben recurrir a otros medios o soportes para conocer sobre su carrera, en la que también ha ganado notables distinciones internacionales. Y lo sabemos: muy pocas han llegado a las páginas o las pantallas cubanas.
Este análisis entre política, cultura, y medios de comunicación tiene otras aristas a través de las que también se pueden observar las dinámicas del país. En próximos artículos iremos comentando otras expresiones de este escenario, porque si algo está claro es que la cultura de un país no se puede construir sobre las ausencias, la conveniencia o el rigor mortis del olvido. La que sufre, en su estructura, es la propia cultura.
Gracias, Michel. Estoy de acuerdo. Lo mismo sucede en el Teatroi y en la Literatura para niños, por ejemplo.