La generación de electricidad en Cuba atraviesa, al menos desde hace un par de años, uno de sus períodos más oscuros (nunca mejor dicho) en las últimas décadas. El agujero en el que ha caído el sistema eléctrico de la isla se ha hecho cada vez más profundo y, aunque por momentos ha habido alivios parciales, la situación parece lejos aún de la mejoría necesaria para rebasar esta crisis que compromete el conjunto de la economía y lleva hasta el límite la paciencia de la gente.
Continuas roturas en los bloques generadores, atrasos forzados en los mantenimientos, dificultades cíclicas con el suministro de combustible y hasta incendios, accidentes y desastres naturales, se han combinado para tensar al máximo la cuerda de un sistema lastrado por la falta de financiamiento y la longevidad de sus centrales termoeléctricas.
Todo ello ha derivado en un incremento de los apagones (programados y sorpresivos) a lo largo del país en este período. El malestar de la población es evidente.
Durante la peor etapa de la pandemia en Cuba, el aumento de los cortes eléctricos fue uno de los detonantes de las protestas antigubernamentales del 11 de julio de 2021. Luego, otras protestas más localizadas, como las de Nuevitas en agosto de 2022 y las sucedidas en La Habana tras el huracán Ian, también tuvieron a los apagones como uno de los focos del conflicto.
El pasado año el déficit en la capacidad de generación llegó a su punto más crítico, al superar los 1000 MW y abarcar las 24 horas del día en no pocas ocasiones. Los cortes eléctricos se extendieron por 10 y más horas seguidas en muchos lugares de la isla, y hasta en la capital, intocable en crisis anteriores, fueron programados apagones “solidarios”, aunque más cortos y espaciados que en el resto del país.
Ante este complejo escenario, el gobierno cubano ha trazado algunas estrategias y ha intentado maniobrar con los escasos recursos a su disposición, en medio de una severa crisis económica, agravada por la COVID-19 y las sanciones de Estados Unidos. Pero sus acciones han estado mayormente encaminadas a aliviar la crisis circunstancial, con una lógica cortoplacista.
Entre estas soluciones están las controvertidas patanas turcas, centrales flotantes que comenzaron a llegar al país en 2019 y por las cuales Cuba paga una renta mensual. El monto de lo pagado no se conoce con exactitud, aunque se presume que es elevado. No obstante, el gobierno cubano las ha defendido como un buen negocio.
“Somos del criterio que en el medio de la crisis que estamos viviendo, fue el mejor negocio que se hizo”, señaló el pasado febrero el ministro de Energía y Minas, Vicente de la O Levy, en el programa televisivo Mesa Redonda. Entonces, se anunció la incorporación de más generación móvil —es decir, nuevas patanas— durante 2023 a la isla, aunque meses después trascendiera la salida de alguna de estas embarcaciones.
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Pero, incluso con las patanas y otras alternativas —como la incorporación de motores de diésel y fuel—, la incertidumbre sigue escamoteando el horizonte. Tras la mejoría experimentada hacia fines del pasado año e inicios de 2023, cuando incluso llegaron a desaparecer los apagones por déficit en la capacidad de generación, el avance del año ha traído nuevas averías, mantenimientos prolongados y otras tensiones. Así, los cortes eléctricos han vuelto a ser una realidad cotidiana en muchos lugares de la isla.
Lo logrado meses atrás, tras las acciones tomadas por las autoridades y con el menos sofocante clima invernal como aliado, luce hoy como un espejismo de cara a un verano que promete —y va teniendo ya— temperaturas de agobio. Y aunque todavía el sistema eléctrico no haya llegado a los extremos más críticos de 2022, muchos se preguntan, con razón, si la estrategia gubernamental será suficiente para evitarlo.
Un verano ¿“en mejores condiciones”?
A fines del pasado mayo, cuando ya los cortes eléctricos hacían nuevamente estragos en el país y la crisis de combustible complicaba aún más el panorama, De la O Levy aseguró que se habían cumplido “todas las acciones previstas para la recuperación del sistema eléctrico nacional” y se preveía “enfrentar el verano en mejores condiciones”.
En entrevista con Cubadebate, el ministro se refirió a las labores acometidas en los últimos meses por su ministerio en las “peores condiciones de suministro de piezas de repuesto, materiales y materias primas por no tener acceso a los financiamientos ni a suministradores, debido al recrudecimiento del bloqueo”.
Entre ellas mencionó los mantenimientos a unidades generadoras importantes como Felton 1 y Guiteras, el trabajo en la solución de averías como la que afectó a la planta de Energas de Boca de Jaruco, la devolución de potencia a las baterías de motores del Mariel y Moa, así como “la recuperación de más de 600 MW en la generación distribuida y la incorporación de nuevos motores a fueloil (100 MW)”.
Además, adelantó una recuperación en el suministro de petróleo, cuyo déficit no solo ha provocado largas colas en torno a las gasolineras de la isla y ha afectado al transporte y otras actividades económicas. También ha golpeado a la generación eléctrica, en especial la que no se alimenta del pesado crudo cubano, aun cuando se haya desviado diésel de la industria con este fin, según ha reconocido el propio gobierno.
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Con todas estas acciones, y los recursos invertidos en ellas, el titular de Energía y Minas auguró “una disminución considerable de las afectaciones” antes de finalizar mayo. Casi un mes después, ya sabemos que no ha sido precisamente así.
Nuevas averías han ocurrido. Incluso, una rotura sacó otra vez del sistema a la central Antonio Guiteras —el principal bloque unitario del país, que en 2022 tuvo más de 20 paradas— poco después de su entrada y tras más de 90 días en mantenimiento. También han sucedido incendios y otros imprevistos, como el de este domingo en una subestación de Pinar del Río, que provocó apagones en varias localidades pinareñas y causó la salida de la unidad 6 de la termoeléctrica del Mariel, la más joven del país.
Lo cierto es que el sistema eléctrico cubano sigue en ascuas y por más mantenimientos parciales y reparaciones forzosas que se ejecuten, cualquier pronóstico positivo que se haga sobre su desempeño corre el riesgo de estrellarse contra una realidad menos alentadora si no se toman en cuenta sus males de fondo.
Generación en picada
Los problemas en la generación de electricidad en Cuba no empezaron en 2021. La crisis que ha atravesado el sistema eléctrico en estos últimos años es resultado de un proceso acumulativo de deterioro, de atrasos e incumplimientos de los mantenimientos capitales requeridos, de parches puntuales en lugar de arreglos profundos, de decisiones marcadas por el presentismo y espoleadas por crisis y carencias crónicas.
Con semejante “arrastre” es sin dudas complejo “levantar cabeza”. Una mirada a los datos oficiales de la generación eléctrica en los últimos cinco años en la isla confirma su tendencia en picada: entre 2018 y 2022 la misma se redujo en casi una cuarta parte, una dinámica que a decir del economista Pedro Monreal “no es compatible con la recuperación económica en el corto plazo ni con el desarrollo a largo plazo”.
En ese período fue apreciable también el desplome de la generación de grupos electrógenos, que producen electricidad a partir de diésel y fuel. En condiciones normales estos grupos suelen emplearse para apoyar los horarios de mayor demanda, en especial el pico nocturno, pero en condiciones excepcionales asumen mayores cargas, lo que, a su vez, incrementa su desgaste y los costos por combustible. Ello, a su vez, fuerza su parada cuando llegan al límite de horas útiles que pueden tener.
2/3 La generación de grupos electrógenos se desplomó un 42% entre 2018 y 2022. También es notable la brusca caída anual de 44,6% ente 2021 y 2022. pic.twitter.com/9IefDF1726
— Pedro Monreal (@pmmonreal) May 29, 2023
No obstante, el mayor protagonismo en la generación —y también, por consiguiente, en su déficit— lo tienen las centrales termoeléctricas. Estas cargan con la pesada responsabilidad de ser la base del sistema, al asumir alrededor del 45 % de toda la generación, pero con el hándicap de hacerlo con una infraestructura envejecida y sobrexplotada, que ha ido perdiendo, por demás, parte de sus efectivos.
Entre estos se cuentan unidades que ya no volverán a generar, como la histórica central de Tallapiedra, en La Habana y el bloque 7 de la termoeléctrica de Mariel, afectado por un incendio que también puso en peligro al 6, que pudo recuperarse. También otros de Felton, Nuevitas y Renté. En total, estos cinco bloques de baja entrañan para el sistema la friolera de 615 MW de generación perdidos, alrededor de un cuarto de su capacidad.
Cuba cuenta hoy con solo 15 bloques de generación disponibles, los que suman una capacidad instalada de unos 1995 MW. Sin embargo, las averías, los mantenimientos parciales, las limitaciones productivas derivadas de su antigüedad y otras causas, impiden hoy aprovechar a plenitud esas potencialidades. Baste decir, que salvo el mencionado bloque 6 del Mariel, instalado hace menos de dos años y parado luego varios meses como consecuencia del fuego, el resto del parque es bastante veterano.
Menos dicha unidad y las dos de la termoeléctrica Lidio Ramón Pérez, de Felton —una de las cuales se encuentra desde hace meses de baja por otro incendio y cuya reincorporación supondría 250 MW para el necesitado sistema eléctrico—, las restantes tienen ya más de tres décadas de explotación, e incluso más en algunos casos. Cada bloque cuenta con más de 200 mil horas de generación acumuladas y significativos atrasos en sus puestas a punto, en particular en sus mantenimientos capitales.
Con ese mermado arsenal no es difícil descubrir el porqué de las reiteradas roturas, a pesar del esfuerzo y los recursos invertidos. Ni tampoco entender que, con esta añeja base, el sistema eléctrico de la isla camina todo el tiempo sobre el filo de una navaja, a merced de que una avería o sobrecarga (no tan) imprevista, desmorone en cualquier momento las previsiones oficiales y dispare el déficit de generación y los apagones.
Petróleo, dinero y cambios de matriz
El tema de la generación eléctrica en Cuba tiene otra variable ineludible: el petróleo. Según los datos oficiales, el 95 % de la electricidad de la isla se genera a partir de combustibles fósiles, lo cual incluye también al gas derivado de la producción de crudo nacional. Las fuentes renovables, en cambio, apenas suman el 5 % del total.
Una parte importante del petróleo, como se sabe, Cuba debe importarla. Y mientras los precios del crudo en el mercado internacional han ido en ascenso, las arcas cubanas han acusado el devastador efecto de la crisis económica, la pandemia y las sanciones estadounidenses. Y ello ha golpeado de rebote a la generación de electricidad.
“En el año 2019 el país erogaba entre 150 y 170 millones de dólares para comprar combustibles; en el año 2021 el gasto ascendió a 1 471 millones de dólares y en el año 2022 se gastaron 1 700 millones de dólares, en momentos donde no había turismo, ni otras fuentes de ingreso”, explicó al respecto el ministro de Energía y Minas en febrero.
Por suerte, varias termoeléctricas cubanas emplean el crudo de la isla para producir electricidad. Pero, por desgracia, ese crudo es más pesado y con un porcentaje de azufre (7-8 %) muy por encima del recomendado (1,5 %). Esto aumenta su corrosividad y, por ende, el daño que provoca en las plantas generadoras, las que, a su vez, necesitarían más mantenimientos y cambios de piezas de los que Cuba puede costear.
En este círculo infernal de roturas, paradas, apagones y soluciones a corto plazo, una posible mejoría a futuro requiere de dinero. De mucho dinero. Dinero para ir sustituyendo paulatinamente los equipos obsoletos o dañados, para dar a las plantas generadoras los mantenimientos capitales que necesitan en lugar de posponerlos o hacer versiones exprés, para mantener la vitalidad del sistema aun cuando alguna de sus mayores bloques salga durante meses para someterse a un arreglo capital.
Según De la O Levy, cada año se necesitan unos 250 millones de dólares para el sostenimiento del sistema eléctrico cubano en condiciones normales, sin contar los gastos para la compra de combustible. Pero parece claro que para romper su actual dinámica negativa y proyectar su estabilidad futura, con las acciones esbozadas en el párrafo anterior y otras que incluirían no solo a las termoeléctricas y motores de diésel y fuel, sino también las subunidades y líneas de conexión, haría falta mucho más.
Apenas unas cuentas rápidas y una mirada a la economía cubana en la actualidad, ponen en evidencia la magnitud de tamaña empresa.
Pendiente está todavía el crédito de 1200 millones de euros que Rusia le concedió a Cuba hace más de siete años para la construcción de termoeléctricas. En teoría, ese dinero iba a permitir sumar 800 MW al sistema eléctrico cubano, distribuidos en cuatro nuevos bloques generadores. Sin embargo, hasta la fecha sigue sin utilizarse.
Según explicó el pasado año viceministra cubana de Energía y Minas, Tatiana Amarán, Cuba no había podido disponer del 10 % anticipado que le correspondía pagar en el proyecto debido a las dificultades que ha enfrentado la economía de la isla en los últimos años. “El dinero de ese crédito no se empleó en nada. Sencillamente, no hemos podido reanudar el proyecto”, afirmó entonces la funcionaria.
Con ese precedente, poco queda por decir. Aunque quizá ahora que la isla vive un renovado y significativo acercamiento a Moscú, y tantea también a otras potencias emergentes como Turquía, puedan esperarse novedades en esta dirección.
En cualquier caso, la solución definitiva a las penurias eléctricas de la isla pudiera estar al alcance de la mano y sin necesidad de emplear petróleo. Las energías renovables, como la solar —algo que en Cuba nunca falta—, bien pudieran ser el remedio añorado, según han reconocido las propias autoridades. Aunque, al menos de momento, tampoco resulten baratas.
“Hemos hecho un análisis y Cuba puede auto sostenerse sin combustibles fósiles”, aseguró el ministro meses atrás. Además, detalló que “montar un parque fotovoltaico de 100 Megawatt o de 1000 Megawatt es más sencillo que darle mantenimiento a la CTE Guiteras, aunque las inversiones iniciales son muy costosas”.
En este sentido, acotó que los niveles de inversión de la isla para ello por el momento “no son tan grandes” y explicó que, de acuerdo a la planificación estatal, “la fuente de financiamiento para las energías renovables es el propio ahorro de combustible”.
Visto así, en medio de las actuales dificultades que atraviesa la economía cubana, la pretensión de alcanzar en el futuro el 100 % de participación de estas fuentes en la generación eléctrica de la isla suena, por ahora, a ciencia ficción. Sin embargo, el cambio de la matriz energética, además de sus beneficios medioambientales, podría traer también un importante impacto a largo plazo en términos socioeconómicos.
En perspectivas, en un escenario ideal, las energías verdes pudieran ser, finalmente, la luz al final del túnel para la generación eléctrica en Cuba. Pero, de momento, con el fardo de la actual crisis sobre la espalda, es al verano y los posibles apagones en medio de sus calores y las vacaciones escolares hacia donde apuntan ahora mismo los planes gubernamentales y también hacia donde miran todos los cubanos, cruzando los dedos.
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