Imaginen despertar un día y que no exista el color. Imaginen salir a las calles de La Habana y percatarse del reinado de los tonos grises, de la existencia de una ciudad completamente descolorida, carente de pigmentos y tonalidades azules, rojas, amarillas, verdes…
Sería, cuando menos, dramático vivir en semejante circunstancia de ver la vida en blanco y negro. Claro que hablamos de un escenario distópico, pero no son pocos quienes de vez en cuando prefieren disfrutar del blanco y negro, casi siempre desde el punto de vista artístico.
En ocasiones el ser humano necesita de la simpleza, de lo sencillo y mundano para desconectar del apabullante mundo en el cual habitamos; incluso más de una persona ha asumido el camino de lo simple como estilo de vida, en contraparte al agitado entorno que muchas veces rodea a la sociedad actual.
También, necesitamos de lo simple para poder entender mejor fenómenos y situaciones diarias, para darle “otro color” a lo que nos rodea, porque la vida en ocasiones se nos presenta en escala de grises y es necesario aceptarlo, aprender a convivir con esos momentos y ponerle “buena cara al mal tiempo”.
Pudiera hasta resultar relajante el ejercicio de ver lo que nos rodea en blanco y negro. Imaginar una Habana minimalista y apacible, plagada de detalles para quien sabe observar desde otro prisma.
El gris es un color presente en la arquitectura de la capital cubana, desde el muro del Malecón habanero hasta las piedras de los centenarios edificios del Centro histórico habanero, pasando por las derruidas columnas de diversas zonas que han sido maltratadas por el paso del tiempo, como si viviéramos en una época pasada, en una película de la primera mitad del pasado siglo, pero sin el esplendor que rodeaba ciertos espacios de la urbe.
Polvo y piedra, dos elementos que encontramos con frecuencia en esta ciudad donde el clima hace de las suyas y le otorga cierto hálito nostálgico en los días nublados, reforzando la mística que la rodea cuando el cielo se colma de nubes y opaca la claridad del sol. Entonces resalta el gris sobre la “ciudad de las columnas”, como la denominara el escritor Alejo Carpentier.
En ese momento la poesía se adueña de La Habana, porque en la ausencia y la tristeza hay demasiada poesía, palpable para que un alma sensible logre captar el aura de esta ciudad atrapada en el tiempo; de ahí que no pocos señalen que la Villa de San Cristóbal sea fotogénica e insistan en perpetuar en imágenes a la centenaria capital de todos los cubanos.