Era el año 1893 cuando llegó a La Habana Eulalia de Borbón, Infanta de España. El viaje desde la Península lo realizó en el barco “Reina María Cristina”, el nombre de dos reinas de España, creándose así una relación emblemática con la que fuera la primera visita de un personaje real español a la “fidelísima Habana”.
Eulalia tenía entonces 29 años y estaba casada con Antonio de Orleans, su primo e hijo del duque de Montpensier el cual codiciaba el trono desde la rama de Orleans. Éste fue un matrimonio de conveniencia para aplacar posibles acciones orleanistas cuando fallece Alfonso XII y previendo otras intenciones con el entonces niño Alfonso XIII y su madre la Regenta María Cristina de Habsburgo. La Infanta fue puesta en la situación de lidiar entre borbones y orleanes, perfeccionándose su personalidad de suyo capaz y prudente.
Hija, hermana y tía de reyes, Eulalia había estudiado en los mejores colegios, sobre todo franceses, cuando su madre la Reina Isabel II se trasladó a Francia y dejó el trono a su hijo Alfonso XII. Hablaba cinco idiomas, era culta e informada y transitaba por los años finales del siglo XIX, disfrutando de la “Belle Époque”, un tiempo de armonía que también vió llegar a su fin, perdiéndose tronos y cabezas coronadas.
Hermosa, la Infanta emanaba encanto y determinación, perdió el infantado temporalmente, una vez por divorciarse y otra por su libro Au fil de la vie (1911)[1], cuyos puntos de vista sobre la mujer y el divorcio, entre otros temas, escandalizaron a la conservadora corte española.
Eulalia fue seleccionada por sus cualidades entre las Infantas para asistir a la Exposición Universal en Chicago y visitar Cuba, representando a la Regenta y al niño Rey. Pero su tarea principal estaba en la Isla. Le habían encomendado “la labor delicadísima de calmar a los cubanos”, como escribió en su Memorias (1935)[2] años más tardes. Antes se informó sobre la situación en la Isla a través de la prensa pro española y, no satisfecha, logró entrevistarse con Calixto García, por entonces en España.
Entre los días 8 y 15 de mayo de 1893, doña Eulalia de Borbón, Infanta de España, fue recibida en La Habana, entre fiestas y visitas, conversaciones con los cubanos, amistades sorpresivas. La prensa recogió la noticia con detalles, los cronistas de La Habana Elegante, El Fígaro y El Diario de la Marina, describrieron a la bella Eulalia aquellos días febriles. Pero fue la Infanta en sus Memorias quien contó mejor su llegada aquel día de mayo, bajo el sol espléndido, el calor húmedo que la atormentaría durante aquellos días y la entrada del puerto oloroso a sal y mariscos.
“… impaciente por desembarcar, terminaba de vestirme en mi cámara el traje que más inquietudes ha producido en torno mío. Era un traje de tela fina, azul celeste, con unos bordados blancos y que llevaba en el cuello una fina cinta de terciopelo rojo, idea del modista que había “creado” para mí el modelo….”[3]
Ante el escándalo que suscitó entre las autoridades españolas y su esposo, por llevar los colores de la bandera cubana insurrecta, concluye Eulalia:
“Pero ¿qué quieren ustedes, –interrogué, dispuesta a no cambiarme de ropa–, que baje a tierra vestida de rojo y amarillo, porque esos son los colores de España?”[4]
Eulalia descendió del barco entre una multitud de cubanos primero curiosos y luego admirados de aquel mensaje de la Infanta, vitoreando entusiasmados a la dama audaz que venía a visitarlos. Pero tal vez ésta decisión fue más meditada que espontánea en una mujer con mucho talento para el diálogo y la negociación, como se revela en sus Memorias y en sus Cartas a Isabel II 1893.[5] (Mi viaje a Cuba y a Estados Unidos).
Ella calibró gentilmente aquella acogida de “La Habana (que) nos hizo un recibimiento, cálido, afectuoso y simpático, sin severidad formularia, pero lleno de emoción, como son los cubanos.”[6] Mucho debió conversar con los cubanos la bella española, para que su intuición y capacidad indagatoria, vislumbraran lo que ocurriría apenas dos años más tarde. Habló con cubanos de uno y otro bando, tanto con recientes títulos de Castilla, como con autonomistas y separatistas:
“Hombres de exquisito trato, no me engañaron cuando traté de sondearlos. (…) La revolución latía en la entraña cubana, aunque he de reconocer que en mis siete días de estancia, cruzando entre los que poco después se lanzarían al campo, solo escuché palabras de respeto, de simpatía y de homenaje. Pero vi que en Cuba, nuestra causa estaba perdida definitivamente.” (183)[7]
A su regreso a España, el Capitán General la presentó como una “diplomática insigne”,[8] pero Eulalia informó sin reparos sobre lo que había sabido y percibido y concluyó con su convicción de que errores de la política española con la Isla, tanto como los vientos democráticos que en ella pululaban, condicionaban lo inevitable, mostrando su mirada desprejuiciada y su talento para medir las diferencias políticas, incluso entre metrópli y colonia: “Un pueblo inteligente, rico y trabajador no iba a estarnos siempre sometido para ser explotado” (189).[9]
Notas:
[1] Eulalia de Borbón, Au fil de la vie, París, Société Française d’Imprimerie de la Librairie, 1911, 239 págs.
[2] Eulalia de Borbón, Doña Eulalia de Borbón Infanta de España. Memorias, (Edición, introducción y notas de Covadonga López Alonso) Instituto de la Mujer, Madrid: Editorial Castalia,1991, p. 179.
[3] Memorias, ob. Cit., p. 181.
[4] Memorias, ob cit., Ibid
[5] Eulalia de Borbón, Cartas a Isabel II. 1893. (Mi viaje a Cuba y a Estados Unidos), Barcelona, Ed. Juventud, 1949, 157 págs.
[6] Memorias, ob. cit., p. 182
[7] Memorias, ob. cit., p. 183.
[8] Memorias, Idid.
[9] Memorias, Ibid.