Durante el VI Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) en 1998, favorecido por discusiones, investigaciones y movimientos sociales que se venían sucediendo, se propicia un agudo intercambio de artistas y escritores cubanos con Fidel Castro, que tiene como tema central el racismo. La recolocación definitiva en el discurso oficial de esta problemática en Cuba tiene lugar en el año 2000 en la Iglesia de Riverside, Harlem, Nueva York, delante de una asistencia predominantemente afroamericana.
En lo que fue un reencuentro amistoso cuarenta años después de su visita a esa comunidad, Fidel Castro asume una inflexión descolonizadora y antirracista al admitir la existencia del racismo, los prejuicios y las desigualdades raciales en Cuba:
“Tiempo tardamos en descubrir, se lo digo así, que la marginalidad, y con ella la discriminación racial, de hecho es algo que no se suprime con una ley ni con diez leyes, y aún en 40 años nosotros no hemos logrado suprimirla totalmente”.
Nuevamente, en la sesión de clausura del Congreso Pedagogía de La Habana en el 2003, el entonces presidente cubano aborda el tema racial y plantea que: “la Revolución, más allá de los derechos y garantías alcanzados para todos los ciudadanos […] no ha logrado el mismo éxito en la lucha por erradicar las diferencias en el status social y económico de la población negra del país”.
De igual forma, en el cónclave Fidel reconoce que, en el ámbito educativo, determinados sectores ocupan las plazas más demandadas en las mejores instituciones, mientras otros sectores constituyen el mayor número de los que desertan en el nivel medio superior. Esta lógica educacional determina —según afirmaba Fidel— que en los sectores populares (con mayor presencia negra y mestiza) se alcancen menos plazas universitarias, y en mayor proporción sean los jóvenes los que arriban a las prisiones por delitos comunes.
Coherente con el discurso político del momento se muestra a principios de los 2000 el tema de hip hop cubano ¿Quién tiró la tiza?. El sencillo musical fue un éxito entre los jóvenes de la época, entre los que se encuentra el autor de este texto, y animó no pocas fiestas donde repetíamos a coro el estribillo pegajoso hasta el cansancio. El tema relataba la historia del cantante cuando estuvo en la Escuela Nacional de Arte (ENA), en la cual no pocas barreras educativas le fueron colocadas. La letra, sin dudas, exponía una realidad palpable —aunque sumergida en el debate público— sobre el racismo en la Isla y las inequidades que de él se derivaban en el ámbito social y educativo para las personas negras.
Varias veces reparé en aquellas estrofas, pero percibo que en la cotidianidad ¿Quién tiró la tiza? sirvió más para el “choteo” y la diversión juvenil que para escuchar y reflexionar. Tampoco recuerdo, al menos en mi contexto, una sensibilización educativa, social que nos llevara a discutir sobre las evidentes muestras de racismo que el tema musical denunciaba. No obstante, es posible reconocer este hit musical como parte importante del rap y hip hop cubanos de esos tiempos, y además de un amplio movimiento afrocubano que desde principios de los años 90 emergía con potencia en el contexto nacional de la Isla.
Ya en el ámbito investigativo, la compleja y multidimensional intersección entre raza, desigualdad y representación social en el contexto cubano de finales del siglo XX y primera década del XXI, se pone de manifiesto en estudios como los de Sandra Morales 1 y el de Rodrigo Espina y Pablo Rodríguez 2. Como parte de esta última indagación se evidenciaba que en una comunidad habanera “más de 50% de los residentes en ciudadelas eran negros y mestizos, y que su proporción disminuía en las viviendas de condiciones medias y mejores”. De este modo “se vislumbraba la persistencia de un tipo de desigualdad fuertemente marcada por una herencia estructural no superada.”
En dicha investigación, también extendida a provincias como Villa Clara y Santiago de Cuba, se identificaban barreras para los negros y mestizos para acceder al sector de la economía emergente. De igual forma se comprobó que ya para esta época las “remesas llegan a los blancos 2,5 veces más que a los negros, y 2,2 más que a los mestizos.”
Mujeres afrodescendientes en Cuba y la Tarea Ordenamiento (I)
Además, en el ámbito educativo se podía evidenciar que la escuela cubana facilita una dinámica intergrupal de amistades multirraciales, sin embargo: “fuera de los límites del centro escolar, en el momento de la salida, esos grupos mixtos tienden a una polarización racial en la medida en que se alejan de la institución.” En posteriores investigaciones de campo se comprobará la persistencia y reproducción de las desigualdades en diferentes territorios cubanos donde son mayoría los cubanos negros y mestizos 3.
Un equipo multidisciplinar perteneciente al Instituto Cubano de Antropología confirma posteriormente la existencia de una tendencia donde la población negra y mestiza, en promedio, se concentra en las peores condiciones habitacionales, las remesas desde el exterior llegan fundamentalmente a la población blanca, y existe un predominio de negros y mestizos en el turismo en los puestos de trabajo no vinculados directamente al turista 4.
En el caso cubano —coincidente en diversos aspectos con otros ámbitos latinoamericanos y caribeños— la identidad racial continúa siendo impactada por dinámicas específicas en la estructura económica y de movilidad social, como se percibe en el informe sobre migraciones publicado por la ONEI (2018). A partir de esta investigación se hace evidente la tendencia en el predominio de la población blanca entre los integrantes de la movilidad hacia el exterior y también una ligera prevalencia dentro de los migrantes internos. El informe brinda cifras que muestran cómo los residentes cubanos blancos en el exterior están sobrerrepresentados en un 14 %, con respecto a su porcentaje de representación dentro de Cuba. Por otra parte, los cubanos negros/as decrecen casi a la mitad en el exterior, de su representación en la Isla. Mientras que los mestizos/as emigrados no llegan al 70 % de la cantidad porcentual de residentes en Cuba.
No son cifras cualquiera: la emigración también estructura y reproduce a través de las remesas un diferencial económico y educativo, de bienestar familiar y social, capital cultural e intelectual, y percepción social positiva. Quizás esto brinda sentido a la conmovedora escena del filme Yuli, en la que le ofrecen un contrato en Londres al bailarín cubano negro Carlos Acosta y ante su idea de querer regresar, su padre, tajante, le dice: ¡Mírate en un espejo, tú eres negro y cuando un negro le dan una oportunidad como esa la agarra con las dos manos!
En esta línea de pensamiento la investigadora Maricelys Manzano analiza que en la actualidad la identidad racial de los cubanos se construye atravesada por dos fenómenos de significación. Como primer elemento encontramos la desigualdad social, dimensión en la que predominan los negros y mestizos como más desfavorecidos, y en segundo término las prácticas culturales que reproducen estereotipos y prejuicios que refuerzan estas desigualdades. Por lo cual la “acción de esta contradicción se verá estimulada por la interacción de ambos procesos, responsables de las limitaciones que ha tenido la Revolución cubana para solucionar los preceptos ideológicos heredados en la racialidad.”
No hay forma de hacer un análisis sobre relaciones étnico-raciales en la etapa revolucionaria que no contenga justos matices. Pero, ciertamente, la raza como construcción social, fantasiosa, con una clara definición ideológica de preterir e inferiorizar, en el caso cubano se subsume, se arrincona, e internaliza en los espacios privados, familiares, en el “choteo” cotidiano. Según opina el ensayista cubano Roberto Zurbano 5 existe una cierta forma de (neo)racismo que se caracteriza por ser un “fenómeno que integra gestos, frases, chistes, críticas y comentarios devaluadores de la condición racial (negra) de personas, grupos, proyectos, obras o instituciones”.
Aunque aparentemente inocentes y sin ánimo de ofensa, se articulan prácticas y mecanismos sociales donde persisten y se naturalizan los prejuicios y las manifestaciones discursivas que alimentan el racismo antinegro/a. Lo anterior tiene, claro está, evidentes consecuencias en el imaginario cotidiano, en las estructuras sociales e institucionales, limitando la vida de los cubanos/as de cualquier pigmentación que aspiran a alcanzar una sociedad de equidad social.
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Notas:
1 Sandra Morales (2001). El negro y su representación social (Aproximación a la estructura social cubana actual). La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.
2 Rodrigo Espina y Pablo Rodríguez Ruíz (2006). Raza y desigualdad en la Cuba actual. La Habana: Revista Temas no. 45, enero-marzo, pp. 44-54.
3 Pablo Rodríguez Ruíz (2011). Los marginales de las Alturas del Mirador. Un estudio de caso. La Habana: Fundación Fernando Ortiz, Colección La Fuente Viva.
4 Niurka Núñez (et. al.) (2010). Las relaciones raciales en Cuba. Estudios contemporáneos. La Habana: Fundación Fernando Ortiz, Colección La Fuente Viva.
5 Roberto Zurbano (2012). Cuba: doce dificultades para enfrentar el (neo) racismo o doce razones para abrir el (otro) debate. La Habana: Revista Universidad de La Habana, No. 273, p. 266-277.