Desde 1992, luego del primer encuentro de mujeres afro latinoamericanas y del Caribe en Santo Domingo, República Dominicana, cada 25 de julio se celebra el Día Internacional de la mujer afrolatina, afrocaribeña y de la diáspora. Una fecha que “tiene como objetivo visibilizar a las mujeres afrodescendientes y promover políticas públicas que ayuden a mejorar su calidad de vida y a erradicar el racismo y la discriminación.” En Cuba, ya hace varios años la fecha no pasa inadvertida, siempre con el esfuerzo y la persistente resistencia de activistas, intelectuales, organizaciones feministas y antirracistas, así como instituciones de la Isla.
Recuerdo que el pasado año 2021 en días previos a la celebración, La Ventana, sitio de Casa de las Américas, publicaba el excelente ensayo de Daysi Rubiera “Afrofeminismo: pensamiento y discurso afrofeminista cubano”, introducido por Zuleica Romay, Directora del Programa de Estudios sobre Afroamérica, de la Casa. En contrapunto, una periodista matancera —miembro de la UPEC, no independiente— se quejaba lastimosamente del por qué en Cuba se debía celebrar una fecha como esa, si todas las mujeres “son cubanas e iguales”.
El rechazo a su post en las redes sociales fue tal que no tuvo otro remedio que eliminarlo, aunque alcanzó el tiempo para observar cómo algunos colegas del ramo periodístico, a lo largo y ancho de la Isla, confraternizaban con sus palabras para luego lamentarse de la “saña injustificada” conque era criticada su homóloga profesional.
Ahora, me sorprende positivamente que el Programa 23 y M, del canal Cubavisión, el sábado 23 de julio haya sido dedicado a la mujer afrolatinoamericana, afrocaribeña y de la diáspora. Un paso comunicativo antirracista y de representación de las diversidades en Cuba muy importante, tratándose de un programa estelar variado-cultural de amplia audiencia nacional.
Sin embargo, hace unos días intento entender los sentidos, las gramáticas, la necesidad comunicativa y editorial de Juventud Rebelde, el periódico de la “juventud cubana”, al publicar en su versión online e impresa el artículo “La inclusión y las temáticas históricas”, de Emilio l. Herrera Villa. Refutar científicamente este texto sería un despropósito intelectual, pero ignorarlo constituiría una irresponsabilidad como activista, comunicador y pedagogo antirracista. Por ello, le dedicaré unas brevísimas notas complementarias.
El argumento del mencionado artículo ronda las polémicas alrededor de la representación de la reina inglesa Anne Boleyn, por parte de la actriz negra Jodie Turner-Smith, en la serie homónima estrenada en el 2021. También trae a colación los debates sobre la inclusión de personas negras en la serie Britannia, así como la ausencia de ellas en la nueva versión del video juego God of War Ragnarök. Sinceramente, extrañé que no incluyera la discusión sobre la presencia de actores y actrices negras en la afamada serie de Netflix Los Bridgerton.
El núcleo del texto es bien simple, casi que de lógica común, estructurado en dos momentos bien definidos y desproporcionalmente argumentados para inclinar al lector a una visión única. Inicialmente el autor afirma que nunca como en los últimos años “las minorías han tocado tan fuerte a la puerta del universo audiovisual”; y “le parece bien” que sea la inclusión “el discurso de orden ahora” porque “simplemente existen” y “el tiempo de la invisibilidad de estos grupos terminó”. En un abrumador segundo momento, el periodista “amante de los videojuegos” (como él mismo se califica) se dedica a discordar de lo que él nombra agenda de inclusión como “estrategia de marketing” para captar empatías y ventas. A la vez que se “muestra una falta total de rigor”, pues “nada más lejano a la realidad histórica” que colocar como reina británica a una actriz de raza negra, de origen jamaicano y criada en Estados Unidos. Hay otros detalles interesantes, que aleatoriamente mencionaré, pero el argumento principal se resume en las líneas anteriores.
Los debates tensos sobre representación, reconocimiento, inclusión y justicia social son recurrentes no solo en las redes sociales, sino además en el campo político y académico-intelectual. La promoción del sujeto posmoderno y su(s) identidad(es), definitivamente problematiza el concepto tradicional de una identidad fija, permanente, esencial, que caracterizaron al sujeto del Iluminismo del siglo XIX o al sujeto sociológico del XX. En este camino nos encontramos con fundamentos a favor de la inclusión de las que el multiculturalismo clásico cataloga con el eufemismo de “minorías”, aunque ciertamente aceptar/tolerar las identidades no determina un puente de diálogo intercultural que reconozca las diferencias y al diferente. Tampoco, mostrar narrativas identitarias condiciona la reducción de las barreras estructurales económicas-sociales que establecen fronteras entre los diferentes grupos sociales e identitarios 1.
Son notables los avances de personas racializadas en diversas áreas profesionales, dentro de los emporios coloniales y metropolitanos del mundo. Pero esto ocurre luego de siglos de una tradición radical negra de resistencias, de liberación anticolonial en Asia, África y América Latina, de luchas por los derechos civiles en Estados Unidos, de un movimiento intelectual panafricanista surgido en las entrañas del reino británico. En este sentido, asociar de forma esquemática la presencia identitaria a “concesiones del mercado” es una interpretación simplista, pues desconoce la importancia de problematizar el imaginario y los discursos hegemónicos que colorizan las narrativas históricas. Las representaciones identitarias son esencialmente espacios ganados en intensas, y también cruentas, luchas sociales e individuales que marcan las historias.
Una lectura que se sitúe en una lógica de racionalismo excluyente, del sujeto iluminista, acostumbrado a una narrativa identitaria (uni)versal, se resiente y sangra por la herida de una cotidianidad cambiante y (di)versa. Apelar al “rigor histórico” puede ser una de las estrategias para mantener las “minorías” en su “lugar”, sólo existe lo que es verificable y por ende solo existen los que la historia colocó en algún lugar para que existiesen. En el libro “Silenciando el pasado: el poder y la producción de la Historia” 2 Michel Rolph Trouillot critica esa clásica historicidad unilateral donde se percibe que “[…] la Historia es sólo la historia contada por aquellos que vencieron, ¿cómo vencieron en primer lugar? Y donde, además, no todos los vencedores cuentan la misma historia”. Otra lectura con otros actores y actrices, como sugiere el historiado haitiano Trouillot, por supuesto que será pecaminosa, ignominiosa, falaz, será la inversión de la narrativa de los vencedores de siempre, el “pisoteo de la Historia” como lo califica el periodista del órgano juvenil cubano.
El autor arremete contra la “insensatez” de intentar “cambiar o manipular la historia” colocando “minorías” —léase negros/as, asiáticos/as— donde sólo deben estar las mayorías (entiéndase blancos anglosajones). Sin embargo, peca de “falta de rigor” al hacer afirmaciones absolutas como que era “imposible en pleno siglo XVI que personas de color formaran parte de la corte británica”. Aseveraciones fácilmente rebatibles desde las investigaciones de la doctora e historiadora británica Miranda Haufmann, y que se muestran en su libro “Black Tudors: The Untold Story” (2017) [Los Tudor Negros: La Historia no contada].
Verdades y personajes históricos “incuestionables”, aparejados a la utilización de epítetos como “provocación”, “ultraje”, “imbecilidad”, “ridículos”, “insensato”, “otras culturas”, “minorías”, van trazando una línea de pensamiento ideológico-comunicacional que se coloca, quizás inconscientemente, en un horizonte de rancio conservadurismo excluyente y racista. Sé también, como profesor, que la Historia que se enseña en nuestras universidades, cubanas y no cubanas, carece en gran medida de matices en las narrativas y colores.
No obstante, me parece sintomático encontrar un artículo del periodista conservador inglés Michael Kleen debatiéndose en las mismas tribulaciones publicadas en JR respecto a la presencia de personas negras y asiáticas, en el filme “Las dos reinas”. También es notable encontrar en el texto de JR una referencia de la historiadora española María Elvira Roca, autora del libro “Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español” considerado un suceso de ventas en España, alabado por la intelectualidad conservadora del reino y cuestionados por otros como un trasnochado e infeliz intento por justificar los crímenes de lesa humanidad del colonialismo español y relanzar la anquilosada maquinaria pos-imperial sustentada en el concepto de “hispanidad”. En el texto publicado en la prensa cubana se evidencia un puritano afán de “veracidad y corrección histórica”, y a nivel de entretextos subyace el propósito de significar para el público lector quiénes son “los otros” y dónde deben estar, así como un claro guiño a la nostalgia imperial hispánica, esclavista y blanca, que durante siglos se encargó de dejar en un único e infame lugar a las personas negras.
Y nos parece contradictorio, cuando menos confuso e imprudente, un cuestionamiento lineal a la presencia negra “ahistórica” en la televisión británica, sin encontrar una palabra o frase dedicada a problematizar el tema en la realidad cubana. Desde 1986, luego del III Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), existen políticas específicas que estimulan la presencia de mujeres, negros y mestizos; estos esfuerzos orientan también al programa nacional gubernamental de enfrentamiento al racismo. Los Objetivos de Trabajo de la I Conferencia del PCC (2012) en su artículo 65 se proponen: “Reflejar a través de los medios audiovisuales, la prensa escrita y digital, la realidad cubana en toda su diversidad en cuanto a la situación económica, laboral y social, género, color de la piel, creencias religiosas, orientación sexual y origen territorial”. Lo anterior no es una “concesión partidista” es el resultado de intensos debates, tensiones y luchas durante décadas, entre artistas e intelectuales cubanos, con la presencia de Fidel y el destaque de figuras inolvidables como la artista y pedagoga negra Elvira Cervera.
¿Publicar a página impresa este artículo no será un contrasentido a las normativas políticas y de fomento gubernamental para el enfrentamiento al racismo? ¿no es un desacierto ideológico-simbólico publicar este artículo una semana antes de la Jornada por la mujer negra, afrolatinoamericana y afrocaribeña? La verdad tampoco me escandalizo demasiado, es recurrente en el espacio público cubano la aparición de un tipo de texto con sesgos ideológicos, clasistas, raciales y étnicos, que a contrapelo, incluso de discursos oficiales, nos dejan en la duda, en la incertidumbre. Son productos, que se esfuerzan por mostrar otra realidad sin mencionar la nuestra por pertinente y necesario que sea, el riesgo potencial es que el público realice una lectura esquemática y por desconocimiento o efecto asociacionista se logre un comportamiento, el de ralentizar/cuestionar el avance de reivindicaciones identitarias que son nodales en el alcance de la equidad social en el Mundo, y en Cuba. Y lo anterior, quizás basado en un conservadurismo que se disfraza de nacionalismo, anticapitalismo, antimperialismo, de ¿izquierdas? para catalogar siempre de “ajenas” y “extranjerizas” las luchas identitarias, de género, antirracistas.
Cuando el autor en sus conclusiones sugiere que le brindemos “un espacio a otras culturas que han sido relegadas” y que “no se fuerza una parte de la historia para ser ‘políticamente correcto’ con nuestro tiempo”, me pregunto en términos freudianos, —mejor fanonianos—, qué habrá en el inconsciente de este sujeto, si consciente y públicamente se siente en el derecho de “otorgar espacios a otras culturas”. Ya que no lo dice, preguntémosle ¿Para usted quiénes en Cuba serán esas “otras culturas”, quiénes serán las “minorías” que tendrán que continuar siendo excluidas, para supuestamente no satisfacer al “marketing imperial”? ¿Quiénes son los otros, las otras, que en la televisión cubana, o en cualquier otro espacio público, no están destinados a aparecer por cumplir con la “rigurosidad histórica”? ¿Quiénes son esos que deben continuar pidiendo permiso al amo para existir, recrear, soñar, dar vida y performar la historia desde disímiles lecturas y gramáticas?
Ciertamente fue a las mayorías a quienes no se les permitió contar sus historias, les escamotearon sus narrativas, sus cuerpos, sus existencias, sus espiritualidades y religiosidades. Por ello, cuestionar la presencia identitaria negra en cualquier punto geográfico desde una sociedad racializada como la cubana, si se propone ser una crítica honesta y rigurosa, debe partir de una problematización de nuestras propias y persistentes exclusiones.
Mujeres afrodescendientes en Cuba y la Tarea Ordenamiento (I)
No somos inocentes, sabemos que el desafío del colonizado es quebrar el círculo vicioso de reproducir al colonizador, asumimos el reto y reinventaremos nuestras (otras) historias. Al texto de JR hasta le puede resultar cuestionable ver aparecer mujeres negras en la historia y la televisión de la isla Britania, no obstante si comienzan a observar un poco la propia historia y realidad(es) de la Isla de Cuba podrán contribuir mejor al justo esfuerzo por visibilizar a las mujeres cubanas negras, mestizas, del barrio, que sin dudas (y no simplemente) existen y tienen un lugar cimero en las luchas, resistencias, reexistencias, soñares, cantares y azares de nuestra historia pasada y presente.
***
Notas:
1 Hall, Stuart. “The question of cultural identity”, in: S. Hall, D. Held e T. McGrew. Modernity and its futures. Politic Press/Open University Press, 1992.
2 Trouillot, Michel. Silenciando el pasado: el poder y la producción de la Historia. Granada: Editorial Comares, 2017.