Reinaldo Funes Monzote pasó el sábado 30 de marzo en Boyeros, desandando la Feria Internacional Agroindustrial Alimentaria, que todo el mundo tiene bautizada, a secas, como Feria Agropecuaria. Es su oficio. No cría vacas, ni ensilla caballos, ni conduce rebaños. Va tirando fotos y conversando, pero no es periodista.
Allí se le podía encontrar, tratando de captar, sobre todo, un estilo, un devenir, una cultura. Porque es historiador: un cronista interesado en temas de la agricultura y el medio ambiente cubanos. Así que se fue a la Feria este año otra vez y la encontró llena de gente de todas las habanas, y de todo el país, comprando, vendiendo, divirtiéndose. Es lo típico.
Funes Monzote, investigador de la Fundación Antonio Nuñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, conoce de memoria cómo este tipo de eventos que mucha prensa trata como un paseo de fin de semana, ayudó, en todos los tiempos, a desarrollar la ganadería en Cuba. Esa que, como el azúcar y el tabaco, moldeó nuestra identidad, y estuvo presente en todas las encrucijadas de la historia cubana.
En toda la historia de la ganadería en Cuba, a lo largo del siglo XIX, y durante el XX, las ferias ganaderas tuvieron un papel importante en el estímulo a esa actividad económica. ¿Tienen hoy el mismo impacto?
Ese es uno de los objetivos fundamentales, no se pueden ver estas ferias como algo separado del deseo de mejorar la ganadería en todas sus ramas y otras actividades agrícolas. No creo que sea muy diferente hoy a cuando surgieron estos eventos en el mundo y en Cuba en particular.
En nuestro caso la primera de las ferias ganaderas en el sentido moderno tuvo lugar en la villa de Puerto Príncipe, hoy Camagüey, en el año 1843. Esta primera experiencia se interrumpió después de los primeros años, pero resurgió con más fuerza a mediados de la década de 1850 y desde entonces se convirtieron en acontecimientos de gran relevancia hasta el mismo año del estallido de la Guerra de los Diez Años.
Otras poblaciones de la isla siguieron este ejemplo y establecieron sus propias ferias ganaderas, como Remedios, Bayamo y Colón. Tras la guerra y hasta la primera mitad del siglo XX se mantuvieron ferias como las de Bayamo y Colón, a la par que surgían nuevos recintos para exponer y premiar la actividad ganadera como los de Güaimaro o Sancti Spiritus y sobre todo el de Rancho Boyeros, inaugurado en la década de 1930.
Este tipo de evento tenía gran repercusión a nivel nacional e internacional para la actividad ganadera cubana, que en la década de 1950 se conceptuaba como la segunda en importancia tras la industria azucarera.
A partir de 1959 la realización de estos eventos ha atravesado distintas etapas. Se abrieron nuevos parques de ferias hasta llegar a más de 30, como los de Holguín, Las Tunas, San José de las Lajas e incluso en algunas empresas ganaderas. Con los años también se diversificaron las ferias en distintas ramas ganaderas, como las ferias del cebú, de ganado menor y équidos, del caballo criollo y de Santa Gertrudis.
Un elemento siempre presente en las ferias desde los primeros tiempos han sido las actividades deportivas, con una evolución que desemboca en el siglo XX en la aparición del rodeo cubano, con gran influencia del rodeo norteamericano. Tras la Revolución de 1959 se dio un gran impulso a este deporte, de lo que es muestra la plaza de rodeo erigida en el parque Lenin y la existencia hoy día de más de 130 pistas de rodeo en todo el país.
Cuba es una isla rodeada de mar y con pocas cabezas de ganado, pero “un buen bistec de res sigue estando en la cúspide de las aspiraciones alimenticias”, lo que para Ud. constituye uno de los rasgos de una cultura ganadera que ha evolucionando durante más de 200 años en el país…. ¿Cómo nació y como se reproduce la centralidad de la res en el imaginario cubano?
En esta pregunta hay dos cuestiones que quisiera aclarar, una es que Cuba designa el nombre de nuestro país, pero este es en realidad un archipiélago que lleva como nombre el de su isla más grande. En ese sentido la ganadería ha estado mucho más extendida por todo el archipiélago que cualquier otro de los cultivos o actividades económicas. Por ejemplo, su presencia ha sido notable en la isla de Pinos o en cayos como Romano y Coco.
Por otra parte, se puede tener la idea de que la cantidad actual de cabezas de ganado en nuestro país es pequeña, pero creo que a pesar de la crisis que sufrió la actividad a partir del período especial, sigue siendo relativamente alta. Al triunfar la revolución de 1959 se estimaban en alrededor de 5 millones de cabezas de ganado vacuno, poco menos de una res por persona. En el presente se calcula en alrededor de 4 millones de cabezas de ganado y una población mayor de 11 millones de habitantes, o sea más de dos personas por cada res. Sin embargo, la cuestión no sería sólo de cantidad, sino de calidad.
La disminución de equinos fue más marcada a medida que avanzó el transporte automotor, pero en cambio durante la segunda mitad del siglo XX se incrementó notablemente la cantidad de ganado porcino.
En cuanto al ganado vacuno y la carne de res como la cúspide de la cultura ganadera y las aspiraciones alimenticias, creo que habría que remontarse incluso a la época anterior al auge de las plantaciones esclavistas azucareras en el siglo XIX, y al sistema anterior de abasto de carne de res a las poblaciones, cuando esa carne era considerada como “el pan” del pobre.
También tiene que ver con el predomino de una ganadería de carne en la primera mitad del siglo XX, que se fue consolidando a medida que iba perdiendo importancia la tracción animal. Pero hay que decir que el consumo de carne de res era muy desigual, sobre todo entre La Habana, que era el gran núcleo consumidor y el resto de la isla.
Luego de la revolución de 1959 se extendió el consumo de carne vacuna a amplios sectores de la población, a través del racionamiento, pero al mismo tiempo se inició una política dirigida a privilegiar la leche y los productos lácteos, lo que junto a otras medidas condujo a la disminución global del volumen anual de carne de res.
Este es un tema complejo que no puede ser respondido de manera simplista, sin contar con el gran impacto de la llegada del llamado Período Especial sobre una ganadería vacuna altamente especializada y la abrupta caída de sus indicadores productivos. Lo cierto es que a pesar de todos los avatares de la actividad ganadera, la carne de res se mantiene en la cúspide de lo que gran parte de las cubanas y cubanos considera como el escalón más alto de una buena comida. ¿Acaso podría ser porque el acceso es hoy más limitado que nunca antes? Esta debe constituir sin dudas una de las principales explicaciones, pero en mi opinión las raíces de la añoranza son mucho más profundas y remotas en el tiempo.
¿Qué posibilidades hay de que efectivamente la ganadería pueda “volver a regir” en los campos de Cuba, después de “200 años de hegemonía azucarera”?
Esta es una afirmación que hice en un primer trabajo general sobre el tema de la historia de la ganadería en Cuba; un atrevimiento que tiene que ver más con el deseo de ofrecer una visión global del tema que con un análisis objetivo a partir de la realidad presente de esta actividad. Por eso pienso que podría haber utilizado otro calificativo, más que de un reinado se trataría de un predominio geográfico evidente.
Si se toman las estadísticas de los censos desde el período colonial, casi siempre fue la ganadería y en especial la vacuna la forma más extendida de uso del suelo, aunque sus resultados económicos quedaron muy lejos de las cuantiosas ganancias que por área dejaba el azúcar u otros cultivos comerciales como el tabaco.
Lo que parece indiscutible es que ante el cierre de numerosos centrales azucareros desde 2002 y la necesidad de destinar las áreas cañeras a otros fines, la ganadería se presenta como una de las alternativas más promisorias para la ocupación de los espacios abandonados.
En la actual política de reparto de tierras ociosas, buena parte de las solicitudes tienen que ver con la ampliación de fincas ganaderas o la apertura de nuevas áreas para la cría de animales. Claro que lo ideal sería la vieja aspiración de complementar de manera mutuamente beneficiosa la agricultura y la ganadería, algo en lo que ya insistían desde el siglo XIX destacados científicos.
En cualquier escenario futuro, esa debe ser la base para una reactivación de la actividad agropecuaria cubana, que además de rentable en sentido económico sea sustentable en lo ambiental.
Esto no implica que la ganadería será capaz de satisfacer una dieta abundante de carne de res, aunque sí debería abastecer al menos el consumo nacional de leche y hasta donde sea posible de otros productos lácteos, con el mayor acceso posible de toda la población.
Esto conllevaría la realización de esfuerzos para contener o revertir la degradación de los suelos, contribuir a la fertilización a través del estiércol y aprovechar las potencialidades de los mejores pastos y de otros cultivos para alimentar a los animales, ofrecer alternativas para el transporte local de muchas poblaciones medianas y pequeñas, así como promover la continuidad de una cultura ganadera que tiene más de cinco siglos de evolución en nuestro país.
Fotos: Alain Gutiérrez / Daniel Álvarez Durán