Hace fotos en blanco y negro con una cámara del año 1900. Se llama Yomar del Toro.
Está frente a la estatua de Martí, que alguna vez tuvo un pedacito de oro a sus pies; al fondo, el hotel Inglaterra, La Habana bulliciosa: caminantes, vendedores, turistas conociendo “una ciudad maravillosa”.
Yomar ha heredado este “laboratorio en miniatura, un cuarto de revelado en la expresión más pequeña, a la antigua, que resulta clásico y atrayente. Fue mi abuelo quien comenzó la tradición, luego mi padre que se retiró hace varios años y después mi hermano y yo hemos continuado. Nuestros hijos también tomarán este artefacto alguna vez”.
Lleva veinte años en el oficio, su padre lo practicó por cuarenta y siete. Primero estaba en el Capitolio, pero el cierre temporal del edificio debido a la restauración lo condujo hasta este parque. Paga su licencia en tiempo a la Oficina del Historiador.
“A pesar de que somos casi una tradición, ha sido muy difícil renovar los permisos”, cuenta.
Las fotografías se revelan al momento. No tiene ningún cartel que lo anuncie, solo la cámara sobre un rústico trípode se encarga de atraer clientes.
Recuerda que cuando comenzó había alrededor de doce retratistas como él. “Hoy quedan muy pocos, ya con un celular se pueden hacer fotos maravillosas. Hay muchos dispositivos modernos que facilitan el arte de la imagen. Ya a veces lo que hacen es tirarme fotos a mí, por curiosidad, pero eso no lo cobro…”.
Una foto suya vale 2 CUC si es para extranjeros, “para la gente de Cuba son 25 pesos, la mitad”.
Una vez él y su hermano le hicieron un retrato al gran púgil Teófilo Stevenson y su familia. Dice Yomar que guarda una copia en su casa.
Por el año 98, no recuerda bien las fechas, fotografió también a la mexicana Alejandra Guzmán que andaba de paso por una ciudad que todavía estaba lejos de Madonna bailando sobre una mesa de la paladar La Vitrola.
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“Eso dentro es un laboratorio, una cámara oscura con los químicos y el papel. Es muy difícil conseguir este papel, en Cuba no hay ya, la suerte son los buenos amigos que se acuerdan de mí y me lo consiguen afuera” dice.
Revelando algo de su alquimia, cuenta que “Todo depende de la luz. Si está nublado le damos 5 segundos de exposición, si hay un sol como el de hoy cuento dos: mil uno, mil dos y cierro”.
En la parte posterior de la caja misteriosa donde ocurre la foto cae la pata de un jeans para hacer contraste, lo importante es que no penetre la iluminación y cualquier solución criolla puede sustituir el clásico paño negro donde se escondían los retratistas de principios del siglo XX.
¿Cuántas impresiones habrá dejado este aparato desde que se hizo? ¿Cuánta gente habrá posado para los del Toro? Yomar no parece darle mucha importancia, él insiste en que todo -más allá del progreso- sigue dependiendo de la luz.