En septiembre de 1990 se decretó oficialmente el anunciado “Período especial en tiempos de paz”. Toda la sociedad cubana sufrió, en lo tocante al abastecimiento, traumáticas reducciones cercanas a la evaporación. No hubo sector que escapara, pero ninguno como el de las cocinas huérfanas sufrió el impacto con tanta crueldad. La llamada “novena de carne” (carne cada 9 días) fue sustituida por paliativos como la masa de hamburguesa, la hamburguesa por CDR, el picadillo de oca, el fricandel, el chorizo vegetal, los pollitos de un día de nacido… La mayor frecuencia, no obstante, la cumplió el picadillo de soya (copyright de 1991) con su nombre a la inversa, porque en realidad debió llamarse “soya de picadillo”.
El referido producto hubiera sido bueno, como se le conoce en el resto del mundo, pero para su elaboración, según la plebe, los fabricantes desviaron, desde las cochiqueras hacia las empacadoras, grandes lotes de proteína vegetal.
El Club del Poste, siempre tomándole el pulso al devenir, reseñó la innovación:
El picadillo de soya,
invento de un negro congo,
se fabrica con mondongo
de lagartija criolla.
Usted lo echa en la olla
como si fuera de res
y aunque una y otra vez
lo hierva con agua y sal
el olor a matorral
no se le quita en un mes.
Mi amigo Julián el Mocho,
que cría después de viejo,
tiene tremendo complejo,
pues cree que come salcocho.
El otro día, a las ocho,
tuvo como un espejismo,
pues su puerco, con cinismo,
le dijo por lo bajito:
«no me llames chito-chito,
porque comemos lo mismo».
Mucho después, en julio de 2016 los escritores de la provincia de Villa Clara nos reunimos con Zuleica Romay, entonces presidenta del Instituto Cubano del Libro (ICL). La ejecutiva nos actualizó sobre las perspectivas y políticas de trabajo del organismo. Había concluido recientemente uno de los períodos de sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Y en los días previos todo el pueblo conoció de la reducción del 50 por ciento de las asignaciones estatales en muchos recursos importantes, entre ellos el combustible. Vimos en el horizonte un conato de nuevo “Período especial en tiempos de paz”.
Ni corta ni perezosa, la comunidad literaria villaclareña elaboró su plan para lograr los ahorros solicitados.
El programa Escriba y Lea se nos configuró como buen candidato para economizar, porque su nombre contiene dos palabras e insta a dos acciones. Potencialidades semejantes vimos en la Mesa Redonda. Y asimismo concebimos una iniciativa para cubrir las plazas de las librerías infantiles, en proceso de creación.
Zuleica nos había informado que estas salas dispondrían de un mobiliario pequeño en aras de borrar diferencias físicas que inocularan en los niños sentimientos de inferioridad. Se desató la delirante creatividad: un reconocido poeta (me reservo el nombre) propuso que, para la función de libreros, contrataran enanitos.
La versión final del plan la redactó, por casualidad, el Club del Poste:
Todo al cincuenta por ciento,
nos orientó La Asamblea,
por eso, en Escriba y Lea
quien lea no escribe –y no es cuento.
Solo tendrá medio asiento
toda la materia gris
de Fernando, y el país
se verá bueno y bonito,
pues sacarán a Angelito
y a media doctora Ortiz.
Un poeta hizo los planos
de las salas infantiles
del ICL, con miles
de libreritos enanos.
Los libros serán más sanos
sin papel y sin presilla,
y Zuleica, allá en su silla,
a sus jefes impresiona,
porque con media persona
se ahorra media plantilla.
Recorriendo esos caminos
de incrementar rendimientos,
se abrirán, con 3 pimientos,
seis mercados campesinos.
No más artículos chinos
(lo del narra es procrear);
a quien no pueda orinar
le pasarán media sonda,
y hasta la Mesa Redonda
la harán semicircular.