OnCuba recomienda este texto de Daniel Samper Pizano, publicado en Orsai
No hemos tenido suerte los colombianos con nuestras estrellas del cine y de la farándula. Es una vieja historia que se repite y vuelve a repetirse. Todo empezó con Catalina, una hermosa indígena caribe nacida cerca de la actual Cartagena de Indias. Hija del cacique Galeras, Catalina fue raptada por un conquistador español en 1509, cuando tenía trece años de edad y conducida a Santo Domingo, donde aprendió a hablar castellano. Regresó a su tierra natal un cuarto de siglo después convertida en intérprete de lenguas nativas. Al poco tiempo la enamoró otro español, Antonio Montañez, y se marchó con ella a Sevilla.
Desde entonces no la volvimos a ver, como no sea en las estatuillas que otorga el Festival de Cine de Cartagena, que llevan su nombre e imaginan su figura esbelta como una especie de Penélope Cruz aborigen. Por eso digo que los colombianos hemos tenido mala pata con nuestras estrellas del cine, incluso cuando todavía faltaban cuatro siglos para que naciera el cine.
El síndrome de la india Catalina se ha multiplicado con los tiempos y con las mujeres guapas y famosas. Los colombianos las gestamos, las parimos, las cultivamos, las embellecemos… y los extranjeros abusivos se las llevan. Permítanme hacer una lista masoquista que corresponde apenas a los últimos lustros.
A Stella Márquez, Miss Colombia 1959, se la llevó un industrial filipino de apellido Araneta. A Marina Danko, señalada como una de las mujeres más bellas de Colombia y España, se la llevó hace más de treinta años el torero español Palomo Linares. Aún la tiene. A Amina Assis, guapísima rejoneadora (las señoras que torean a caballo), la pretendió en España Juan Belmonte (el Messi de la tauromaquia) y acabó suicidándose por ella en 1962. A la guionista y directora Paula Gaitán se la llevó el cineasta brasileño Glauber Rocha. A la Señorita Colombia 1972, Ana María Agudelo, se la llevó el futbolista argentino Jorge Olmedo. A la actriz Ana María Orozco (Betty la Fea) se la llevó el músico argentino Martín Quaglia. A Sofía Vergara, orgullo nacional y actriz de Modern Family, se la llevó el beisbolista de origen dominicano Alex Rodríguez, o bien el bolerista mexicano Luis Miguel o bien el tenista ecuatoriano Nicolás Lapentti: no se sabe bien cuál, pero se la llevó alguno. A la atractivísima actriz Angie Cepeda se la llevó primero el cantante argentino Diego Torres, y luego un inglés abominable. A la ingeniosa actriz, modelo y humorista ojiazul Isabella Santo Domingo se la llevó el cantautor argentino Alejandro Lerner. A la actriz Juanita Acosta, bella rubia de nariz respingada, se la llevó para España el actor hispano-argentino Ernesto Alterio.
Aunque faltan muchos datos, es posible confirmar dos realidades respecto a algunas de nuestras principales mujeres: 1) Que se las llevan. 2) Que los que se las llevan son extranjeros.
Sin la menor intención de desmerecer a las nenas atrás nombradas, hay que decir que la joya de la corona colombiana se llama Shakira Isabel Mebarak Ripoll, más conocida simplemente como Shakira, cuyo talento solo es comparable con su simpatía, su simpatía solo se iguala a su belleza y su belleza solo admite parangón al lado de su fama universal.
Shakira acaba de protagonizar un cambio de hemisferio amoroso que rompe todo balance y constituye una bomba en el mundo de la farándula: la muchacha ha dejado un novio argentino y se ha echado un novio español. Es como si en el Vaticano eligieran papa a un rabino.
Ya no va más el idilio entre Shakira Mebarak y Antonio de la Rúa. Ahora reina el idilio entre Shakira y el jugador del Fútbol Club Barcelona, Gerard Piqué Bernabeu.
La historia de ella
Equidistante de las villas históricas de Cartagena y Santa Marta se encuentra Barranquilla, ciudad caribe colombiana que durante largo tiempo fue un poblado sin mayor interés ni belleza, hasta que en los siglos XIX y XX se convirtió en una de las principales urbes del país. Su condición de puerto atrajo a numerosas familias inmigrantes que han contribuido a su prosperidad. Una de ellas, de origen libanés, es la de William Mebarak, que llegó a Colombia a los cinco años de edad, tuvo siete hijos de un primer matrimonio y una sola hija del segundo, con Nidia Ripoll: Shakira.
La niña nació en Barranquilla el dos de febrero de 1977 y se crió en esa ciudad caliente que vio tomar notas a Gabriel García Márquez cuando era un periodista en ciernes y jugar fútbol a Garrincha en el equipo local cuando era un gordo crepuscular.
Aficionado a las letras, bromista y optimista irredento, William ha sido, junto con su mujer, el ángel de la guarda, el promotor y el primer fan de su hija. Ella, a su turno, lo considera su personaje favorito “por su capacidad de supervivencia y su sentido del humor”.
Cuando Shakira viajó por primera vez a España, hace más de veinte años, era una desconocida. Su agente logró que le dieran una presentación vespertina en una discoteca madrileña cuyo caótico sistema de sonido impedía distinguir las canciones. Yo estaba al lado de William y, desesperados por los chillidos electrónicos, huimos a un bar cercano, donde terminamos tomando cerveza y hablando de boleros.
Ya tuvo tiempo la niña de desquitarse… Pero primero sufrió reiterados rechazos en emisoras y casas de discos. La profesora de música del colegio se negó a recibirla en el coro, aduciendo que le faltaban facultades. Pero el papá, que la veía desde los cuatro años cantando y bailando encima de las mesas de su casa, sabía que en Shakira habitaba una futura artista y se dedicó a ofrecerla a diversos programas musicales y casas de discos. Según Edgar García Ochoa, el hombre que, finalmente, la descubrió, la respuesta más frecuente de los productores era:
—Don William, lo siento, por ahora no podemos escucharla.
Los comprendo. ¿Cuántos miles de padres creen que una hija suya que emite gorgoritos puede ser la sucesora de Judy Garland? ¿Cuántos millones imaginan que un niño que disputa una pelota de goma con el perro doméstico será el heredero de Maradona?
Entre los once y los trece años, Shakira —entonces de pelo oscuro y trajes cosidos por su madre— consiguió aparecer en algunos espacios locales de radio y televisión. William sabía que no bastaba con salir en la pantalla, sino que era fundamental que el nombre circulara por la prensa. Un día le envió a García Ochoa, autor de una leída columna sobre farándula, una reseña escrita por él mismo sobre las actuaciones de la hija. Acompañaba una foto de Shakira preadolescente ataviada con un disfraz de las Mil y Una Noches, los pies ya descalzos y un micrófono en la mano.
García Ochoa lo publicó. Más tarde tuvo ocasión de oírla y quedó encantado. Entonces el nombre de Shakira empezó a figurar cada vez con más frecuencia en su columna. Cuando algún amigo pedía a Edgar que le recomendara un espectáculo para una fiesta infantil, no vacilaba en darle el teléfono de William Mebarak.
En un libro de memorias que acaba de lanzar, García Ochoa explica su papel como descubridor de Shakira: “Con mi experiencia, no me fue difícil darle una mano para su futuro… La ayuda fue hacer que la respetaran. Que no saliera en programas de televisión que nadie veía, que no les hicieran desaires a los padres. Que apareciera en mi columna tantas veces al mes”.
Shakira no olvidó aquel primer empujón hacia la fama que le proporcionó García Ochoa, un tipo de gafas ahumadas, traje desgarbado, panza robusta y aires de político indonesio. La cantante no solo suele enviarle flores en su cumpleaños (veinticuatro de diciembre) sino que lo ha invitado a varias de sus presentaciones internacionales. García Ochoa, mientras tanto, se solaza con su fama de Cristóbal Colón de la más importante figura pop del mundo. Solo le falta agregar el dato en sus tarjetas de negocios.
A los quince años Shakira ya era una intérprete conocida en Barranquilla. Los padres decidieron que el momento de lanzarla nacionalmente había llegado y se trasladaron a Bogotá, donde en 1991 consiguió grabar dos álbumes con sus primeras canciones. Ambos fueron un fracaso.
En ese momento apareció en su camino Patricia Téllez, una ejecutiva de televisión reconvertida en agente de artistas, que había dado un giro a la carrera de Carlos Vives; de antiguo rockero sin rumbo lo convirtió en famoso cantante de música tropical. Vives se había agenciado un nuevo mánager y Téllez estaba buscando artistas para representar. El director de una emisora la conectó con Shakira, y de inmediato atisbó en ella a una estrella en potencia. No era fácil verlo, a menos que uno fuera el papá o la mamá de Shakira. Pero ella lo vio. Los amigos de Patricia recuerdan que un día les dijo:
—Voy a apoderar a una muchachita que canta divinamente y compone su propia música. Juro que será más famosa que Carlos Vives.
Sus amigos le dieron palmaditas en la espalda y le pidieron que moderara el consumo de alcohol.
Pero Patricia no bebía. Se dedicó a Shakira y no solo llegaron a ser grandes amigas sino que le abrió un camino que el talento desmesurado de Shakira supo aprovechar. Téllez la entregó en persona con noble resignación a Miami cuando llegaron cantos de sirena que le prometían un futuro internacional si se enrolaba en el sistema estelar de los Estefan, Gloria y Emilio, que habían logrado proyectar el acento latino en la música pop de Estados Unidos.
En agosto de 2004, cuando Patricia Téllez murió de un infarto a los cuarenta y siete años, un periodista escribió: “Al lado suyo, Shakira pasó de ser una artista de consumo local, con cierta tendencia a la reivindicada música para planchar, a la superestrella que hoy realiza giras mundiales”.
Miami fue la plataforma de despegue planetario de Shakira. El resto, como dicen los escritores a quienes les empieza a escasear el espacio, es historia…
La historia de un sueño realizado. Una historia que abarca siete álbumes best sellers, más de sesenta millones de discos vendidos, cinco giras multitudinarias, una generosa labor filantrópica con niños sumidos en la pobreza e innumerables premios: diez Grammys, dieciocho Billboards, dieciocho MTV, seis NRJ, etcétera. (El que quiera saber más, ya tiene la Wikipedia.)
El éxito ecuménico de Shakira se corona un día de mayo de 2010, cuando, escogida para interpretar Waka Waka (“Esto es África”), la canción suya que fue himno del Campeonato Mundial de Fútbol de Sudáfrica, se encuentra en un estudio de Madrid con un grupo de bailarines, coristas y futbolistas profesionales.
La historia de él
A Amador, el abuelo de Gerard Piqué, el dios del fútbol le hizo la broma de concederle el mismo apellido que al estadio del Real Madrid: Bernabeu. Paradójica cosa, pues se trata de un viejo hincha del Barcelona —rival incombustible del Real Madrid—, que ha ocupado cargos importantes en la directiva del club y ahora mismo es embajador del Barça ante el organismo de fútbol europeo.
Como su envidiado abuelo (¿quién no ha querido tener un nieto que sea campeón mundial de fútbol?), el zaguero central Gerard es barcelonista desde niño. Culé, que es como denominan a quienes nos cruzamos en el pecho la victoriosa bandera azul y granate. A los diez años entró al club y ascendió en habilidad y talla hasta aproximarse a las puertas de la Felicidad Plena, que es el momento en que un jugador juvenil firma su primer contrato como profesional del Barcelona.
Ese momento, sin embargo, no llegó. Lo que un día tocó a las puertas de su casa fue un señor gordo, rubio y chato llamado Luis Van Gaal, director técnico del primer equipo, que, a modo de saludo, le dio un empujón, lo derribó al piso y le dijo:
—¿Ves? ¡Tú no ser fuerte para defensa central!
Piqué entendió que su futuro en el equipo de sus sueños había quedado en entredicho con Van Gaal, de modo que en 2004, cuando lo buscó un club inglés, el Manchester United, dijo que sí. Tenía ganas de triunfar y solo dieciséis años, pues nació el dos de febrero de 1987: exactamente el mismo día que Shakira…, pero diez años después. Debutó en Inglaterra como profesional y, aun cuando le dieron pocos minutos de juego y no contaron con él como titular, permaneció en la gélida Albión hasta 2006. “Estuve allí —dice—los años en los que pasas de ser un niño grande a un hombre”.
Tras dos años en el Manchester, el club inglés lo prestó al Real Zaragoza. El retorno de Piqué a España lo confinó a un club de prestigio muy inferior al del Barça. El sueño, pues, se alejaba cada vez más. No lo hizo mal en el Zaragoza. Pero al cabo del año estaba nuevamente en Inglaterra, con un porvenir poco claro. Esta vez tuvo mejor suerte. Jugó más partidos y anotó dos goles en el principal torneo europeo de clubes, la Champions League, que acabó ganando su equipo. Pero el clavel, señores, no reventaba.
Las cosas estaban a punto de cambiar dramáticamente. En el Barcelona había un nuevo director técnico, Josep Guardiola, que, como Piqué, había jugado desde niño en los cuadros del club y tenía buenas referencias suyas. Siguiendo un golpe de instinto, Guardiola lo repatrió en mayo de 2008 y Piqué firmó un contrato hasta 2012. Había costado apenas cinco millones de euros, pero el técnico tenía tanta fe en él que puso en el documento una cláusula de rescisión diez veces mayor. Cuatro años después de iniciar su aventura inglesa, Piqué volvía a su vieja casa con veinte años de edad, ciento noventa y dos centímetros de altura, ochenta y cinco kilos de peso y un aceptable palmarés.
Desde su debut conquistó el puesto titular, al lado del legendario capitán Carles Puyol, quien se convertiría en su maestro y su amigo. Pese a ser uno de los más jóvenes, no le fue difícil ganarse un lugar propio en el grupo donde ya brillaban Xavi Hernández, Lionel Messi, Andrés Iniesta, Thierry Henry y Samuel Eto’o, y acababa de apagarse la estrella de Ronaldinho. Alto, rubio, extrovertido, enamoradizo, amigo de bromas, divertido, alegre y con la cara y el pelo de quien parece que acaba de abandonar el lecho, Piqué había dejado en Inglaterra más de una anécdota, entre ellas cierta juerga que terminó con intervención de las autoridades.
La temporada 2008-2009 fue histórica para el Barça. Ganó todos los torneos en los que compitió: desde la Copa de Cataluña hasta la Intercontinental, pasando por la Liga española, la Champions League y el desafío entre los vencedores de los dos principales torneos de Europa. Seis títulos. Ningún equipo lo había logrado antes. Entre los jugadores que participaron más activamente estaba una nueva vieja “revelación”: Gerard Piqué. Su actuación inolvidable de la temporada fue el histórico 2-6 que le ajustó el Barça al Madrid en casa de este el dos de mayo de 2009. El último gol, el del delirio, lo anotó Piqué en el minuto ochenta y tres con media vuelta y engaño al portero rival. (Si al lector le interesa, está exhibido ad nauseam en YouTube.)
A pesar de todos los títulos conquistados en tan poco tiempo —que le valieron veloz renovación hasta 2015, mejora del contrato y cláusula de rescisión de doscientos millones de euros— al defensa le faltaba el honor más importante que puede lograr jugador alguno: la Copa del Mundo. España había ganado el torneo europeo de naciones en 2008, con el concurso de varios de sus compañeros del Barça, pero él no había sido convocado. En 2009 se publicó la lista de los jugadores llamados a participar en la Copa del Mundo africana al año siguiente. Allí aparecía su nombre. Su excelente desempeño en el Barça le había reservado un puesto titular, al lado de Puyol y de cuatro culés más.
Faltaban varias semanas para viajar a África con La Roja, como se bautizó a esa inolvidable selección española que fue campeona del mundo, cuando recibió Piqué una convocatoria muy diferente. Debía viajar a Madrid para grabar un video sobre el Waka Waka con un grupo de bailarines, coristas y otros futbolistas profesionales.
La historia de ambos
La historia de Shakira Mebarak y Gerard Piqué, documentada de manera exhaustiva, se hunde súbitamente en la neblina a partir de aquel día en que los dos se encuentran en el estudio de Madrid para grabar la música y las imágenes de la pegajosa canción. Si tuviéramos que juzgar la relación entre la estrella pop y el astro del fútbol por el tiempo de aparición en el videoclip, el romance debió de haber sido con Messi, que realiza varias intervenciones, y no con Piqué. Este sale una sola vez y se asoma en la pantalla durante apenas un segundo. El video dura tres minutos, treinta y dos segundos; entre el 1:11 y el 1:12 se ve a Gerard que señala su camiseta negra, donde se lee sobreimpresa una frase en letras amarillas: This time for Africa (“Esta vez es por África”). Es todo. Un segundo.
Pese a la fugacidad de su presentación, uno tiende a recordar la cara simpática de quien ha sido señalado como uno de los jugadores más atractivos de la Selección Española.
¿Qué ocurrió durante las grabaciones? Difícil saberlo. Son jornadas de mucho trabajo, de repeticiones y nuevas tomas, donde hay poco tiempo y escasa intimidad. ¿Flechazo? ¿Intercambio de autógrafos? ¿Ella firma un disco y él sonríe? Quién sabe. No hay sospechas de que Shakira fuese especialmente aficionada al fútbol, aunque su equipo, por defecto, era el Atlético Junior de Barranquilla. Ha aflorado recientemente, sin embargo, un comprometedor documento que demuestra que en 2004 el club Espanyol, archienemigo local del Barça, recibió la visita de Shakira, le expidió el carné de socio 27.506 y le obsequió la camiseta del equipo, muy odiada por los culés. ¿Lo sabía Piqué? ¿Lo sabe Piqué? ¿Le importa a Piqué?
Consta en los anales que hasta ese momento la cantante mantenía relación estable con Antonio de la Rúa, varón, mayor de edad, hijo de expresidente argentino, vecino de Buenos Aires y del mundo entero, abogado, asesor de imagen y representante artístico de Shakira. Se conocieron durante una gira de la colombiana en la Argentina y estaban juntos desde el 2000. Alguna vez se habló de matrimonio, pero no les pareció necesario. También se habló de encargar un hijo, pero Shakira pidió un par de años como plazo y al final no se supo más.
Lo evidente es que, durante su decenio con De la Rúa, Shakira pasó de ser una encantadora muchachita a una mujer sumamente atractiva. Sus caderas adquirieron movimiento de rotación y traslación, sus trajes se volvieron vaporosos y, además de ser la hija que todo buen padre querría tener, fue la novia que todos los chicos deseaban. De Caperucita Roja a la Loba indómita. De “bruta, ciega, sordomuda, torpe, traste y testaruda” a “por debajo de tu ropa hay una historia interminable”.
Mientras tanto, Gerard mantenía un romance con Nuria Tomas, psicoterapeuta de un hospital de Barcelona. “Ahora sí tengo novia —declaró—. Es mi primera relación en veintidós años, y me ha hecho sentar la cabeza.” Abundan las fotos en que aparece la pareja besándose en la calle o en la playa. Aun así, a raíz de un beso burlón que dio Gerard a un compañero de equipo ante una cámara de bolsillo, corrió repetidamente el rumor de que era homosexual. “Piqué es gay, o poco le falta”, tituló un blog de famosos en julio de 2010. (Visto lo visto, el autor de este artículo confiesa que, si un día se vuelve gay, quiere ser gay con el éxito que tiene Piqué con las mujeres.)
Tras aquella grabación del Waka Waka, Piqué fue campeón del mundo con la camiseta española, lo escogió la FIFA como el mejor zaguero central izquierdo del planeta, se vio más a Shakira en Barcelona —donde vive una hermana suya—, y en algunos mentideros empezó a hablarse de lo imposible: Gerard y Shakira. Era apenas un tenue chisme. Pero el once de enero de este año Shakira y De la Rúa divulgaron un comunicado oficial que estalló cual bomba en el mundo del corazón, de la canción y del balón: “Durante casi once años de relación —decían— nos hemos amado profundamente, cuidado y acompañado. Han sido los años más lindos de nuestra vida en los que gracias al amor y el respeto que nos tenemos logramos ser una pareja y compañeros excepcionales”. Era el preámbulo. La parte resolutiva venía después: “De común acuerdo, nos estamos tomando un tiempo aparte en nuestra relación amorosa”.
No solo fueron “años lindos”, sino asaz productivos, que les permitieron comprar propiedades en el Caribe, Italia, Estados Unidos, España, Colombia y Uruguay. Hace tres años, la revista Forbes calculó en treinta y ocho millones de dólares la fortuna de Shakira.
En cuanto al vínculo de la estrella colombiana con Piqué, no se necesitaba ser Descartes para concluir que tenía visos de verdad. Empezó entonces la cacería en pos de alguna prueba sobre ese romance en agraz que, de existir, crecía a la sombra de una hermética discreción. Los fotógrafos entremetidos acosaban de día y de noche la casa de Piqué en la calle Muntaner de Barcelona y las revistas que ordeñan la intimidad ajena ofrecían hasta cien mil euros por la foto de un ósculo entre los protagonistas del no probado idilio. Ellos, entre tanto, guardaban silencio.
Pep Guardiola, sin embargo, estaba inquieto. Temía que las presiones sobre su jugador acabaran por desestabilizarlo y le pidió que le torciera el cuello al chisme. ¿Cómo? Aceptándolo. Fue así como en la página web de Gerard se publicó a principios de febrero una fotografía tomada el día de sus cumpleaños donde aparecían algunos de sus amigos. Entre ellos estaban Puyol, la novia de Puyol y, con las manos en jarras, en carne, hueso y sonrisa, la adorable Shakira.
Ya era oficial. Había una relación entre los dos. La prensa deportiva y la del corazón hicieron fiesta.
No tardaron en surgir otros rumores de segunda línea. Por ejemplo, que el rendimiento deportivo de Piqué había bajado como consecuencia del apasionado noviazgo. Para explorar esta posibilidad, el autor del presente artículo siguió los pasos de Piqué en la cancha durante tres partidos del mes de febrero. Fue una semana extrañamente pobre para un equipo acostumbrado a ganar siempre: el Barcelona empató contra el Sporting en Gijón, perdió contra el Arsenal en Londres y consiguió un agónico triunfo local contra el Athletic de Bilbao. Piqué estuvo bajo de forma en ellos. En el juego contra el Bilbao lo gambeteó dos veces Troquero y Llorente le hizo un nudo. Comentario del locutor de Direct-TV: “Piqué bailó el Waka Waka, pero no con Shakira, sino con Llorente, que le rompió la cadera”. Es preciso aclarar que el comentarista era porteño, lo que permite pensar que su dicterio podía contener una dosis de envenenado resentimiento. ¿No fue acaso Gerard, el infame español, que arrebató el corazón de Shakira a un argentino?
Febrero corría de prisa, y aún faltaba otra bomba. A la madrugada del lunes veintiuno, ante los ojos medio dormidos de seis fotógrafos que esperaban la salida de Piqué de un restaurante donde se supone que celebraba con amigos la victoria sobre el Athletic, se materializó la sorpresa soñada: el futbolista apareció con Shakira y, tomados de la mano, se subieron raudamente a un auto. La imagen apareció horas después en el mundo entero. No parecían “solo amigos”, como había asegurado Piqué unas semanas antes. Se perfilaba una nueva edición del Idilio Eterno.
El Idilio Eterno
Es tan mísera la realidad de la vida, que el ser humano sueña con ideales imposibles: la Justicia, la Paz, la Felicidad, el Amor. Pocas quimeras iguales al Idilio Eterno, ese nirvana en el que una pareja se ama hasta la consumación de los siglos. El Idilio Eterno se distingue del Amorío Ordinario por la dimensión universal de los obstáculos y contradicciones que debe superar y los valores con que los afronta. Marco Antonio y Cleopatra. Romeo y Julieta. Otelo y Desdémona. Abelardo y Eloísa. Tristán e Isolda. Efraín y María.
Futbolista Alto y Catalán con Cantante Caribeña Diez Años Mayor que Él. Ambos dignos de amar y ser amados. ¿No son estos los ingredientes característicos del Idilio Eterno? Sí. Como todos ellos, será eterno mientras dure. Luego llegará otro Idilio a encarnar la aspiración de felicidad que busca el ser humano.
Pero mucha atención, señores, porque siempre penderá una amenaza sobre este cuadro adorable. Y es que un día, un día terrible e inesperado, los colombianos saldremos a vengarnos.