Son varios los recuerdos “empolvados” que quedan por redescubrir en la historia de Cuba, momentos que, aunque no lo parezcan, guardan claves para entender la nación que hoy somos, retrato de un pueblo que poco ha cambiado en el transcurso de un siglo, tal vez, por no repasar nuestra historia a tiempo.
Cuando en 2018 se estrenaba en La Habana el documental “Los cubanos de Harvard”, se recordaba uno de los sucesos más notables de inicios del siglo XX en el país: el viaje de 1273 maestros cubanos a esa universidad en el verano de 1900, supuso uno de los intercambios académicos y culturales más grandes en la historia de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos.
El largometraje dirigido por Danny González Lucena aborda este pasaje histórico poco conocido hasta el momento. El propósito del viaje de seis semanas era mostrar los métodos de enseñanza de la época y los avances de la sociedad estadounidense, así los profesores tendrían más herramientas pedagógicas para enseñar en las aulas cubanas a su regreso y, también, lógicamente, deslumbrarnos con los relatos de la modernidad que arropaba al mundo, de la cual Cuba estaba totalmente enajenada luego de más de cuatro siglos de colonización española.
De ahí parte la historia que se cuenta en Oficio de Isla, obra de teatro dirigida por Osvaldo Doimeadiós, que parte del texto de Arturo Sotto Tengo una hija en Harvard, un relato que acompaña la puesta en escena concebida por Doimeadiós, quien enriquece el guión de Sotto con intervenciones performáticas, música en vivo (A cargo de la Banda Municipal de Boyeros), además de incorporar escenas del teatro vernáculo.
En este conglomerado cultural bien pensado y orquestado, se cuentan las peripecias de la familia Cancino, cuya rutina cambia cuando Margarita, la hija de José, es escogida dentro de los maestros que irán a Harvard como parte del intercambio académico-cultural de principios del siglo XX cubano.
Medio en broma, pero bien seria, la pieza de Doimeadiós (quien también actúa en Oficio…), muestra a la Isla como un papel en blanco, una esponja ansiosa por absorber todo lo bueno que se le ponga delante, cansada de 30 años de guerra.
Un país agotado, en busca de la tan ansiada paz, dubitativo (en parte) ante la buena voluntad que expresan los vecinos del Norte quienes traen promesas de una naciente república construida “a cuatro manos” entre Cuba y Estados Unidos; esa es la Isla que se nos presenta.
Todo está bien pensado en Oficio de Isla. Desde el diseño de vestuario, que utiliza el blanco para mostrar la ingenuidad y la pureza de un país que inicia el siglo XX con ansias de escribir un capítulo de libertad en su historia, pero también para resaltar ese color en el vestuario cubano, presente desde hace muchos años.
Oscar Bringas, quien trabaja con Doimeadiós desde el grupo Salamanca, fue uno de los encargados del diseño de vestuario, de conjunto con Álida Gutiérrez. “Parte de la idea general de Osvaldo y la necesidad de hacer un diseño acorde al espectáculo y los personajes. Se pensó en el blanco como color de la neutralidad y la pureza, al mismo tiempo para recordar que en Cuba siempre se usó el color blanco en el vestuario, el cual pensamos que además estableciera un diálogo con el presente y esa línea de época de principios de siglo. Fue un trabajo bonito que siempre he hecho y me siento feliz con el resultado final”.
Doimeadiós utiliza el humor como recurso narrativo, pero no abusa de este. No es una comedia lo que estamos viendo, tampoco un espectáculo musical ni el añorado teatro vernáculo, porque el teatro es eso y también tragedia y romanticismo. Estamos en presencia de una representación cabal de todo lo bueno del arte escénico nacional. Solo él pudiera montar algo así.
En las 12 primeras presentaciones no faltaron los elogios de amigos y reconocidas figuras de la cultura cubana, nadie quería perderse este acontecimiento que ya supone Oficio de Isla, la cual tendrá nuevas funciones a partir de enero, según declaró su director a OnCuba.
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“Me maravilla cómo la creatividad cubana resplandece en cada rincón y convierte este lugar casi olvidado en algo eterno, fundamental y extraordinario. No me extraña porque eso es el país y nuestra cultura y estas personas que son un universo de talento extraordinario de quienes me siento muy orgullosa. Ha sido una suerte venir y hubiera lamentado mucho no haberlo visto”, confesó a OnCuba la actriz cubana Beatriz Valdés, de visita en Cuba.
Dentro de los involucrados en la obra destacó la Banda Municipal de Boyeros, que no solo entregaron su música, sino también actuaron como personajes en escena, un reto que asumieron con total profesionalidad. “Nos montamos en este carrusel de la imaginación que nos propuso Doimeadiós y nos pusimos a jugar a que actuamos, eso hizo la banda”, comenta Daya Aceituno, directora del conjunto.
“Me encanta la obra porque nos enseña, esta es una historia que ni yo misma conocía y que se conoce poco en general. Te das cuenta que es una obra que invita a la reflexión: tiene romance, tragedia, música, drama, provoca risas y también lágrimas y para nosotros es una experiencia sensacional, es la primera vez que acompañamos una obra de teatro y fue algo mágico”, añade la joven directora de orquesta.
El teatro como reflejo de una sociedad cumple su cometido en esta pieza. La historia que cuenta, o que toma como referencia, no parece tener casi 120 años. Dialoga con nuestro presente para mostrarnos en dos horas el país que fuimos, incluso el que pudimos ser y no alcanzamos en aquel momento, pero también el que tenemos que aspirar a ser.
Además de participar con parte del guión, Arturo Sotto interviene como actor en la puesta, de la cual salió asombrado con el resultado final. Escrita en un primer momento para cine, Tengo una hija en Harvard es el texto de cabecera para la obra. “La escribí y llamé a Doime para hacer una lectura en casa y me prometió que la iba a hacer. A mí desde el inicio me interesó participar en el proceso creativo porque es una cosa hermosa.”
“El teatro es un hecho vivo y necesitaba tener ese contacto con los actores y pensé a lo mejor doblar algo, un papel menor. Empezamos a trabajar desde julio en diferentes sitios, moviéndonos donde nos daban espacio hasta que llegamos a este sitio, el cual nos pareció ideal y nos vamos con expectativas mayores de lo que esperábamos”, expresó el también cineasta y graduado de Teatro en el Instituto Superior de Arte.
“La obra es muy nacionalista”, así lo reconoce Sotto.
Oficio de Isla se divide en seis momentos, donde el público entra al viejo arpón ubicado en la Avenida del Puerto y desde ese momento comienza la puesta en escena.
Grettel Montes de Oca interviene con una pieza coreográfica nombrada “Ara”, un performance que recibe a los invitados, metáfora de una Isla encerrada en un velo delicado que no logra traspasar a pesar de la fragilidad de las paredes; una mujer llena de temores y desesperación que poco a poco irá encontrando su camino luego de tanto luchar.
¡Arriba con el himno! es la pieza del bufo cubano que rescata Doimeadiós y sirve como complemento de la trama, y ayuda a entender la encarnada lucha sociocultural que trae la intervención norteamericana a inicios del siglo XX. El two steps y el danzón, el americano regordete y su guía el negro criollo Luis, símbolos de la lucha por la identidad nacional que nacía con la llegada de los norteamericanos a la Isla.
La participación de la Banda de Gaitas Eduardo Lorenzo, de la Sociedad Artística Gallega, quienes inician la procesión en el primer momento de la obra y cierran con el resto del elenco que interviene en la puesta en escena es también digna de resaltar.
“Comentaba con los amigos que me encontraba aquí y con el propio Doime, que hacía rato no veía un espectáculo de teatro tan innnovador”, fueron las palabras del actor Nestor Jiménez, otro de los presentes en el público para la última función de la primera temporada de Oficio de Isla.
“Lograr reunir a tanta gente en un espacio impensable para hacer algo siquiera parecido. Todo el reconocimiento para Osvaldo Doimeadiós, un trabajador incansable, un loco enajenado y ojalá que todas las locuras y enajenaciones de la isla y lo que ha sido a través de la historia se pudieran representar así, de esta manera tan exquisita y con tantos valores estéticos. Salgo feliz de esta ‘nave de teatro’ que han montado”, comentó Nestor a OnCuba.
La idea de Osvaldo Doimeadiós fue “pensar en los vasos comunicantes que pudiera tener la puesta con lo cubano, con lo que somos. Pensé además de si voy a hablar de un momento de la intervención, por qué no intervenir un espacio también, urbano y que tuviera alguna historia que se pudiera relacionar”, añade.
“También encontré esta obra del bufo, que parece por momentos estar escrita hoy y decidí sumarla. Fui trabajando como por núcleos pues somos muchos en escena”, explica el director y actor de la obra, quien reconoce que el mayor mérito de la obra es que “muestra un reflejo de nosotros mismos como nación, como cultura”.
“Sirve para mirarnos nosotros mismos. Lo que somos, o lo que fuimos y seremos, eso es importante y además, ha servido para que la gente sea feliz. Esa energía que provoca el teatro, que las personas acudan a un espacio no habitual, con todos los problemas que enfrentamos y nos den esa respuesta, sólo por eso vale la pena hacerlo”.
excepcional!!
Recomiendo la obra . La sala esta dentro del antiguo muelle Juan Manuel Marquez en la Avenida del puerto .