“La Habana no se puede explicar. La Habana se tiene que vivir”.
Susana Pous
Cuerpos controlados. No hay liberación dentro de cuatro paredes. No hay agua que se desborde fuera de ciertas cortinas; aun cuando están hechas con paneles y lentejuelas colgantes. Susana Pous lo sabe, y por ello las ilumina en un espacio donde la luz es un arma de lucha o donde la Isla se reconfigura con un gesto: Welcome. DanzAbierta estrenó esta pieza hace un año en Cuba; hoy abre el Festival Internacional de Teatro de La Habana, y hace unos días se presentó internacionalmente en Little Haiti Cultural Center, Miami, como parte del Copper Fest, evento organizado por la Fundación Copperbridge.
Seis bailarines, la música de Aldo López-Gavilán, la escenografía de Mabel Poblet y el vestuario de Celia Ledón, provocan una suerte de caleidoscopio danzario, sonoro y visual, en el cual rondan dos palmeras blancas, un globo que levita y cuatro paneles-cortinas. Elemento último con el que desde MalSon o Showroom la coreógrafa había intentado acercarse a la construcción de una realidad escénica en donde los bailarines son presencias de específicas circunstancias conflictivas, en el caso de Showroom, de la fragmentación emocional y física del bailarín por la explotación del cuerpo en un tipo de espacio artístico. O en el universo de MalSon, individuos que conviven encerrados en una ciudad tan sofocante como su clima. Ahora con Welcome los intérpretes hacen presente además varios y recientes tópicos sobre los que la directora intenta y propone dialogar.
De nuevo se percibe el empeño de cuestionar la utilización del cuerpo, esta vez en forma de masa dominada por un integrante que deviene parte complementaria del conjunto. Poder que domina y a la vez juega. Poder que interviene y engaña. Su autoridad está establecida desde el inicio. Señala los pasos, marca el ritmo, posiciona, establece rutinas. La práctica llega a ser tanta que algunos buscan otros movimientos al margen de los establecidos. El espacio entonces es un área donde ocurren estas faltas, y a la vez donde son corregidas por el mismo que está participando en ellas. No es un individuo extraño el que controla; es parte del todo.
Sin embargo, el asunto del control viene permeado con la resistencia del cuerpo ante la dominación. De ahí que la coreografía celebre el encuentro como forma de obcecación. Los bailarines se mezclan con besos, a los que están atados y de los que no pueden librarse. Y cuando lo hacen se escucha el mar rompiendo en la costa. Solución del afuera, de la partida, del globo que levita. De esta forma, se puede pensar en el acto de resistencia que se expresa a través de las demostraciones de afecto, acciones a veces demasiado abrumadoras por el hecho de su propia repetición. El espectro de soluciones no es amplio. Quedan solo las más básicas expresiones de placer ante lo unívoco del conjunto.
Es por esto que en otro momento, la obra recurre a los cuadros de costumbres como alternativas de un pueblo encerrado por cuatro paneles-cortinas. Movimientos que presentan estados de amor, de traición, de prostitución, de sensualidad y violencia sobre un fondo de sonoridades más que nostálgicas. El retumbo de la bocina de un buque es el preámbulo de un remix sonoro al que los cubanos estamos acostumbrados cuando se transita, por ejemplo, por las calles de La Habana Vieja. Los tambores, el parloteo de las personas, los pregones, las maquinarias de construcción, la lluvia, la cadencia del danzón, de la radio, del canto de Benny Moré.
Los bailarines dan a entender que reciben a alguien o a algo. Sus saludos no son pocos, y así sus muestras de interés por lo que esto pueda ser de beneficioso. Existe una correlación innegable entre lo que se recibe y lo que ha existido previamente. La figura dominante se dispersa en el grupo. El poder ya no es tal como en su forma primigenia. Se ha disipado, contaminado, expandido, asimilado, en otros tipos de poderes. De esta forma, un cuerpo femenino puede ser agitado, utilizado, estremecido en su fundamento. Los movimientos de una bailarina son dirigidos por otros tres masculinos. Dependencia y atropellamiento. Manifestación de lo que puede ocasionar esta bienvenida. La “Bella cubana”, de José White, radicaliza la alegoría. Demasiado triste para un pueblo que ha resistido no solo con besos, sino con hambre y necesidades tan variadas como el reflejo de las lentejuelas en las paredes del teatro.
Una vez más algo se acerca. Es un avión. Los bailarines abren los brazos para recibir a los turistas. Quién otro que Pello El Afrokán entonces para saludarlos con el Mozambique. Los seis bailarines compiten tanto por el gesto que terminan encerrándose en el cajón que forman los cuatro paneles. De pronto pueden salir, conocer el espacio exterior, al que tienen acceso. El cuerpo que había dominado parece quedarse solo. Sin embargo es atrapado después en una suerte de venganza. Resiste y daña a los otros, pero no es comparable con el número que lo rodea. El grupo termina absorbiéndolo, atrayéndolo hacia su propia rutina, la que una vez corrigió.
Mientras tanto, el espectador se ha quedado con la fatalidad del cuerpo en su lucha contra el poder y la dominación, sea de un corte emocional, económico o político. Susana Pous y su equipo de creación, en el que los bailarines son pilares indispensables, propone una hora para hablar sobre el restablecimiento de las relaciones de Cuba con los Estados Unidos, sobre la disponibilidad del pueblo a la entrada de recursos extranjeros, sobre las tribulaciones de la gente que vive diariamente el resultado de negociaciones ajenas que afectan el acto de vivir.
DanzaAbierta presenta un tipo de cambio en el imaginario de la sociedad cubana. De los instantes finales mucho puede deducirse. Se escucha la lluvia. Los bailarines dan la espalda al público y caminan hacia el globo que es iluminado con una luz amarilla. Una nueva mañana puede ser alcanzable, pero en el momento actual la luz se desvanece totalmente en un espacio en donde ni las caras son reconocibles. El grupo se ha unido en un Welcome que trastoca las anteriores posiciones de dominante-dominado. Ya no hay un solo dictador, ni menos un pueblo entero que sufre. Ahora este pueblo está permeado de diferentes poderes que conviven en su seno, y que conforman a su vez las diferentes y nuevas clases sociales. La Isla es una escena de lentejuelas y cuerpos. Isla que dice Welcome a sus propios habitantes en un idioma extranjero.