Rector del Santuario Nacional San Lázaro, El Rincón
Sergio en verdad es joven, como me dijeron. Tiene cara simpática y grandes entradas en el cabello que le dan un aspecto de persona inteligente. Las apariencias no engañan. Nos sentamos a conversar en la sala de su casa.
Se ordenó de sacerdote en 2007. Antes estudió Enfermería y, al terminar, ingresó en la Facultad de Medicina. Llegó hasta cuarto año. La vocación religiosa lo llevó a pedir licencia por dos años e ingresar en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, de La Habana. Pasados tres recordó la licencia pero, no era tarde, estaba donde quería. “Ese día me dije: esto es lo que Papá Dios quiere para mí”. Ahora es un médico de almas. En sus planes nunca estuvo ser cura pero había señales que lo llevaron al sacerdocio. Con gesto cómplice confiesa: “mi padre fue ateo acérrimo. El primer recuerdo religioso que tengo es una imagen de Santa Bárbara al fondo de un escaparate, detrás de las ropas colgadas, donde a escondidas mi abuela me llevaba a rezar. Mi vida ha estado marcada por señales curiosas, por eso no creo que sea casualidad que esté aquí hoy. El 17 de diciembre se celebra el día de San Lázaro, yo nací en 1971 (71 al revés es 17); viví siempre en el número 17 de la calle Patrocinio y me bautizo, providencialmente, un 17 de diciembre”.
Nos traen café y hacemos una pausa obligada. Las tazas son profundas y el aroma agradable. El café está divino. Reímos… Hay tres cosas que no son negociables en mi vida: “Una es mi sacerdocio, otra mi amor a la iglesia y otra mi permanencia en Cuba. Yo soy un cubano de la cabeza a los pies”. Lo dice con pasión.
Recientemente el padre Sergio ha dado de qué hablar en los círculos religiosos: devolvió la imagen genuina al San Lázaro del Santuario. Luego de una investigación bíblica, teológica y de archivos, decidió colocarle otra vez la campana, el zurrón y las ropas de un pobre –como narra la Biblia– que acompañaban la pieza original desde 1702, cuando se fundó este santuario. Ahora es más cercano a como lo representa la mayoría de sus devotos. En un año, poco menos de un millón de personas han pasado por este lugar. “Es muy difícil hacerle llegar tu mensaje a todas estas personas que vienen con sus códigos y toda su carga existencial y mucho desconocimiento, y hay que transmitirles que Dios los ama, que no los castiga, que hay una luz, y que hay que buscarla”. Habla calmado a pesar de la carga a la que debe someterse en un sitio como este, con tantas historias y tristezas, con tantas esperanzas y alegrías. Ser rector de El Rincón es un desafío cada día. Sergio ha creado un pequeño museo donde se exhiben muchas de las promesas hechas a San Lázaro, y también dignificó el lugar donde se colocó, en el Santuario, la maqueta en mármol con que la escultora Jilma Madera ganó en 1958 el concurso para hacer el Cristo de La Habana, y que otro padre rescató del abandono en un patio.
No puedo evitar preguntarle acerca del celibato. Ríe. Parece que lo esperaba… “Yo tenía todas las posibilidades para no serlo. Pero hay tres factores que han hecho que sea célibe. El primero es un misterio, un misterio de gracia de Dios. Segundo, la relación personal con Jesucristo. Yo soy célibe porque Él es célibe. Y el tercero es doctrinal. La iglesia pide que seamos célibes. Si algún día la Iglesia dice que podemos casarnos, que podemos tener hijos, yo creo que seguiría siendo célibe. Yo le ofrezco a Dios todo lo que tengo, mi fuerza, mi juventud, mi virilidad. Todo”.