En 2006, apostar por un proyecto comunitario que sacara el arte lírico de los fastuosos escenarios para llevarlo a las plazas y calles cubanas, parecía una apuesta —cuando menos— arriesgada, en un país donde, a pesar de contar con una vasta historia y exponentes de renombre, dicho género no es de los más populares. Esa fue la apuesta de la compañía “Ópera de la calle”.
“Así lo concebimos desde el principio, estábamos obligados a desarrollar una nueva estética, una nueva forma expresiva” cuenta Ulises Aquino, artífice de la compañía, que defiende el género lírico y el teatro musical a partir de conceptos modernos en la formación integral del artista escénico.
La idea, cuenta a OnCuba el también barítono y promotor cultural, es “llegar a todos los públicos de la misma manera que llega la comunicación digital, de lo contrario estaríamos haciendo lo mismo que condujo al fracaso a otras agrupaciones que no se renovaron, ni se pusieron al día con su momento”.
Bajo estas premisas, Aquino ha sabido manejar Ópera de la calle con éxito, incluso operando bajo un modelo creativo en la industria cultural, para garantizar la rentabilidad de la compañía.
En el caso de la Ópera de la calle de Aquino, ha sabido inculcar en los jóvenes el gusto no solo por el arte lírico, muchas veces asociado a conceptos elitistas, sino que además se ha propuesto rescatar el teatro musical cubano, en franco detrimento desde hace décadas, siempre con la idea de que “el teatro es reflejo de su tiempo” y como tal, debe atemperarse a las condiciones que vive no solo en el país, sino en el resto del orbe.
Luego de 15 años de trabajo, mucho le queda por hacer a este incansable promotor cultural, quien alegremente cuenta a OnCuba que le gustaría “poder estrenar esta nueva producción en la que trabajo en el planeta Marte, y hacer una transmisión multiplanetaria para, si existe vida inteligente en otras partes, nos conozcan”.
¿Por qué decidió apostar por llevar el canto lírico a espacios y lugares poco habituales para esta manifestación artística?
Nuestro interés principal era acercar al público en general al género lírico, con todas las limitaciones que existían y existen en la promoción y la comunicación.
Llevarlo a las calles constituía la manera más directa de lograrlo, y esa realidad nos obligó a desarrollar la creatividad. Las calles no son iguales a los espacios tradicionales, por tanto, teníamos la obligación de atrapar al público con nuestro repertorio y con una manera distinta de actuar, escénicamente hablando.
Ópera de la Calle no abarca solo el canto lírico, sino que brinda una formación integral a quienes forman parte de la compañía, ¿Cuán importante resulta no solo para el cantante lírico, sino para cualquier artista escénico, una formación de este tipo?
Yo considero que en la actualidad es una necesidad estar a tono con lo que ocurre, desde el punto de vista sonoro y audiovisual, por tanto, necesitábamos un artista mucho más completo y más dúctil, por eso nos dimos a la tarea de crear un artista más integral, preparado para cantar, bailar y actuar.
En el caso del teatro lírico, ¿cómo se pudiera aumentar el interés del público hacia dicho género?
El público es sabio por naturaleza, lo que sucede es que no se puede hacer Teatro Musical, Ópera y Zarzuelas para complacer a los “especialistas”, es imperativo complacer al público, que es para quien trabajas y a su vez quien paga la entrada. Eso no implica renunciar a que la puesta en escena cumpla con importantes valores estéticos.
En Cuba se ha perdido el trabajo en el teatro musical. ¿Cómo pudiera revertirse dicho proceso?
En mi humilde opinión, no se trata de rescatar el pasado; se trata de construirle al género del teatro musical y lírico un futuro seguro.
Sobre todas las cosas considero una necesidad que hagamos un nuevo teatro musical o lírico, despojado de los prejuicios que en el pasado condujeron a su desaparición y en otros casos al estancamiento, sobre todo por el distanciamiento de nuestra realidad [la cubana] con lo que se exponía estéticamente.
No logramos hacer un teatro musical donde la obra nacional fuera prioritaria, pasa como con la zarzuela cubana, que, teniendo un enorme caudal creativo, y un archivo diverso de muchas obras, los que dirigen se preocupan más por Mozart, Beethoven y la ópera alemana, que por Roig, Lecuona, Prats y muchos otros, de una riqueza patrimonial y musical extraordinaria.
¿Cómo garantizar ese futuro? Pues los medios están entre nosotros mismos.
Los proyectos comunitarios muchas veces encuentran dificultades en cuestiones logísticas, ¿Cómo ha sido esa lucha durante estos 15 años?
Esa es una tarea que no concluye nunca. Uno tiene que reinventarse siempre para lograr sostener esas estructuras —en nuestro caso bastante grandes—; y no es ahí donde radica el mayor problema, sino en la comprensión de los burócratas, que siempre se ven amenazados por el éxito y por el dinero.
Si tuviéramos la libertad necesaria y la independencia para trabajar, tendríamos menor dependencia de los medios y recursos del Estado que, al final, nunca han alcanzado para todos y cuya distribución depende de la decisión de alguien que no crea nada, sino que se alimenta del éxito de los creadores.
Nosotros hemos hecho las cosas como hemos podido, no como hubiéramos querido, sobre todo, con mucha imaginación. No se puede olvidar que hace diez años casi nos acusaron de enriquecimiento ilícito por el extraordinario éxito de nuestro Centro Cultural “El Cabildo”, y decidieron cerrarle la gastronomía, que era un complemento del trabajo artístico y un medio de mejorar los ingresos de nuestros artistas y del personal en general.
Fue un análisis miope de los funcionarios, nos costó mucho y provocó reacciones diversas entre nuestros artistas, entre ellas que muchos emigraran.
¿Cuán importante resulta en las actuales circunstancias que proyectos culturales como Ópera de la Calle tengan una ayuda paralela a partir de emprendimientos en el sector privado, como años atrás?
Más que necesario, vital. A menos que el Estado se vuelva rico será imposible desarrollar un gran proyecto artístico sin contar con muchas variantes de soporte económico, porque no se puede separar una cosa de la otra, mucho más para nosotros, que tenemos cada vez más limitaciones económicas.
¿Cuán beneficioso sería el fomento de industrias culturales para la economía del país, a partir de una mayor autonomía para el desarrollo de proyectos comunitarios?
El término industria cultural fue muy utilizado en Cuba para criticar las formas de producción en la cultura y el entretenimiento capitalista, sin pensar que las industrias o empresas no se basan en colores políticos, sino en la generación de utilidades que es su razón de ser.
Hoy no queda otra alternativa que utilizar los mismos resortes productivos, no se puede pensar como si viviéramos en otro universo, este es nuestro mundo, con sus virtudes y sus defectos, y ese mundo tiene sus códigos y sus leyes establecidas.
Perdemos demasiado tiempo tratando de adaptarlo a nuestras circunstancias y perdemos más tiempo aún cuando pretendemos que ese mundo acepte todo aquello que está demostrado que no funciona, que han insistido hasta la saciedad en imponer y que solo la imperiosa necesidad ha obligado a aceptar.
No es posible construir bienes solo con el trabajo voluntario, porque el ser humano tienes necesidades que satisfacer, se impone la necesidad de cubrir los costos y generar beneficios para que cualquier proyecto sobreviva.
La cultura tiene un valor contable e inmensos retornos. El día que entiendan el valor real de la cultura —no la cultura vista desde la necesidad ideológica, sino la que proyecta la creación humana más allá de esa perspectiva y la coloca como una necesidad de profunda espiritualidad— entonces tendremos un mejor pueblo, tendremos un mejor país, y menos gastos innecesarios en proyectos que no generan más que eso porque jamás trascenderán, son hijos de necesidades ideopolíticas puntuales.
¿Cree que en ocasiones las personas tienden a demeritar el trabajo comunitario por considerarlo erróneamente menos profesional?
Yo no creo en el término “comunitario”, creo en el trabajo creativo en general. No creo que un proyecto impacte por el lugar donde esté enclavado, sino por el éxito que consigue a nivel de nación, de identidad y de pertenencia, de cómo sea capaz de conseguir la mirada de la gente, de cuánto cambia la vida de la gente.