Días atrás me llegó un meme con la imagen de Israel Rojas, cantante del dúo cubano Buena Fe, con un texto que decía “un palestino que se llama Israel”. Mi reacción primera fue: “Asere que pesa’o”.
El asunto va más lejos que un meme modo “talla fula”. Los contenidos de las bromas, por más descabellado que parezca, también son una posición política ante la vida. En algunos casos, estas contribuyen a naturalizar el desprecio, el ninguneo, la descalificación, la exclusión… incluso el etnocidio o genocidio (como le parezca mejor).
Decirles “palestinos” a las personas que emigran desde el oriente cubano (muchas en condiciones de pobreza) tiene tanta carga discriminatoria como los hechos y las razones que sugieren esa analogía. En el mejor de los casos, es muestra de supina ignorancia.
Es una expresión micro de un agravio mayor contra aquel pueblo mediterráneo; agravio que data, por ajustar una fecha más o menos cercana, de 1967, con la llamada Guerra de los Seis Días desatada por Israel. También sería posible marcar 1917, con la Declaración Balfour; o 1947, con la espuria resolución de la ONU sobre la partición de Palestina.
En momentos de una polarización tan tensa como la que se vive, algunas “bromas” podrían no estar muy distantes de un bombardeo. Los últimos días se viralizó el video de una influencer israelí en el que se burlaba de las madres palestinas. También entre israeíes se creó una tendencia de redes sociales, una especie de challenge, que suponía imitar a presuntos prisioneros palestinos, con los ojos tapados y tirados en el suelo, sometidos por contraste a escuchar una canción infantil.
¿Qué separa estas expresiones de “humor” de las actitudes que refrendan que todos los muertos son iguales, pero algunos son más iguales que otros (parafraseando a George Orwell)?
Dicho de otro modo, ¿qué las separa de quienes se desgarran las vestiduras frente al cruel ataque de Hamas contra civiles israelíes, al tiempo que ponderan los “excesos” del Estado de Israel contra la población, también civil, de Palestina? “Excesos” que, además, son cosa de todos los días hace bastante tiempo.
¿Qué las separa de agudos analistas occidentales (algunos aviesos) que debaten si las tácticas de ambas partes fueron correctas o no; obviando la raíz histórica, política, moral y humana del conflicto?
¿Qué las separa de expresiones como matanza indiscriminada, bloqueo, asedio, apartheid, limpieza étnica, genocidio, crímenes de guerra, castigo colectivo? O peor, mucho peor, ¿qué las separa de expresiones como “el pueblo de la luz” luchando contra “el pueblo de las tinieblas”, “mal necesario”, “animales sobre dos patas”…?
¿Qué las separa de hipocresías diplomáticas tales como “reducir las atrocidades”, “profunda preocupación”, “derecho a defenderse”, “bombardeos más amables”, “gestos humanitarios”, “pausa humanitaria”, “corredor humanitario”?
Ni el pueblo palestino es terrorista ni el pueblo judío es sionista. En igual dimensión, hay que entender que esta historia se trata, en esencia, de la ocupación por parte del Estado de Israel sobre el territorio Palestino y la resistencia que ha generado.
La exacerbación reciente del conflicto tiene causas coyunturales en el 7 de octubre, con el ataque artero de Hamas contra la población civil israelí; un acto atroz que desató una cadena de actos atroces, al tiempo que proviene de otros tantos durante tantísimo tiempo.
Dicho de otra manera, con una lectura descontextualizada, la mayoría de la gente estaría de acuerdo en que cualquier país tiene “derecho a defenderse”. Pero lo cierto es que Israel es una potencia militar ocupante en una tierra que, de acuerdo con el Derecho internacional, no le pertenece.
Moshé Machover, socialista y antisionista israelí, anotó recientemente en un artículo titulado Palestina: Esperando lo peor, que “el 7 de octubre fue un desastre para el pueblo palestino porque ha creado las condiciones para otra ronda de limpieza étnica”.
Al mismo tiempo, enfatiza que “si se bombardea a una población en la escala que está sucediendo actualmente, matándola de hambre, negándole el agua, destruyendo edificios esenciales, incluido el hospital al-Ahli (…) ordenando a un millón de seres humanos que se trasladen de donde están (…) a algún lugar donde seguirán siendo bombardeados, esto ya es una limpieza étnica”.
Contado en cifras, según informa el Ministerio de Salud de Gaza, octubre cerró con una treintena de periodistas asesinados; sesenta y tres trabajadores/as de la ONU, más de ciento treinta médicos y enfermeras, cerca de quinientas personas mayores, tres mil quinientos niños, ocho mil trescientos muertos confirmados; se suma a la destrucción tres iglesias, cuarenta y siete mezquitas, más de doscientas escuelas, más de doce hospitales fuera de servicio, más de doscientos mil edificaciones destruidas.
En su análisis, Machover recuerda los orígenes de Hamas (en la década de 1980), organización alentada por Israel en la Franja de Gaza.
Bajo el liderazgo del entonces ministro de Defensa Ariel Sharon (conocido como el carnicero de Sabra y Shatila) se pretendió que Hamas socavara a la Organización de Liberación de Palestina (OLP), principalmente a Fatah, que entonces era la gran ”organización terrorista” según Israel. Por el contrario, Hamas era considerada en gran medida una organización caritativa.
El error más perjudicial, sentencia Machover, se cometió bajo el mando de Benjamín Netanyahu, cuando, desde 2006, con el fin de dividir al pueblo palestino, se permitió a Hamas gobernar Gaza.
Lo que describe la actual situación no es solo el fracaso de la inteligencia y el ejército israelíes para prepararse contra la incursión de Hamas, sino el resultado de una política de fomento real de esta organización, con el fin de evitar la unificación del liderazgo palestino. Una suerte de bumerán lanzado por el ocupante contra sí mismo.
Memes incluidos, la situación recrudecida en Palestina es un parteaguas de opiniones y actitudes. Jorge Majfud, periodista y ensayista uruguayo-estadounidense, sostiene que muchos callarán, temblorosos de las consecuencias, de las listas negras (periodistas sin trabajo, estudiantes sin becas, políticos sin donaciones), del estigma social que sufren aquellos que se atreven a decir que no hay ni pueblos ni individuos elegidos por Dios ni por el Diablo, sino meras injusticias.
Al mismo tiempo, hay resistencias diversas y crecientes en todo el planeta contra esta barbarie, aunque no suficientes. No pocos judíos, por ejemplo, han tenido el coraje de salir a las calles, con el riesgo de represarías, a dejar claro que el Estado de Israel y el judaísmo no son la misma cosa. Estos representantes del pueblo judío saben que su convivencia con los musulmanes ha sido, por siglos, mucho mejor que esta tragedia moderna, razón por la cual han gritado en Washington y Nueva York, “no en nuestro nombre”, “paren el genocidio del Apartheid”.
Queda claro, un pequeño paréntesis, que el problema de Israel no es con los musulmanes, es con los palestinos. Recién bombardearon el Centro Ortodoxo cultural y social de Gaza, donde miembros de la comunidad cristiana ortodoxa estaban refugiados, con el supuesto de que sería un lugar seguro (no existe tal lugar en Gaza).
Moshé Machover recuerda haber firmado, en septiembre de 1967, poco después de la Guerra de los Seis Días, una declaración que anunciaba con agudeza el posible devenir de este conflicto que entonces iniciaba: ”La ocupación implica un gobierno extranjero. El dominio extranjero implica resistencia. La resistencia implica represión. La represión implica terror y contraterrorismo. Las víctimas del terror son en su mayoría personas inocentes. Aferrarnos a los territorios ocupados nos convertirá en una nación de asesinos y víctimas de asesinatos”.
Por detrás de la ocupación desatada a fines de los 60 está el problema mayor, lejos de ser resuelto: la partición del territorio de Palestina en dos Estado, una árabe y otro judío (sionista).
El reclamo mínimo ante los sucesos en curso incluye cese inmediato de los bombardeos, levantamiento del cerco en Gaza, fin de la represión a los palestinos en otros territorios, y el socorro internacional a las víctimas.
Pero el debate internacional tiene que ir más allá. Como reitera en su honrosa y simbólica renuncia a su cargo, Craig Mokhiber, director de la Oficina de Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, en Nueva York, se trata de alcanzar un estado único en toda Palestina histórica, basado en los derechos humanos, democrático y laico, con iguales derechos para cristianos, musulmanes y judíos y, en consecuencia, el desmantelamiento del proyecto colonialista profundamente racista y el fin del apartheid en todo el territorio.
Los gazatíes, dentro de la Franja, luchan por un día más de vida. A quienes estamos fuera nos corresponde defender la verdad. En Gaza se dirime una batalla decisiva cuyo estandarte más poderoso es aquel precepto bíblico que anuncia que solo la verdad (nos) hará libres.