El 24 de noviembre de 1910 a las nueve y cuarto de la mañana una apretada muchedumbre echó a andar tras la carroza imperial tirada por ocho caballos. La seguía un coche con más de cincuenta coronas, una banda de música y seis personas que sostenían en sus hombros el féretro de quien en vida fue Don Alberto Manuel Francisco Yarini y Ponce de León, Rey de Chulos y del barrio de San Isidro. Así correspondía el alma sensible y melodramática habanera a quien poco antes paseara regularmente por Obispo sobre un caballo blanco de cola trenzada. Sobre una montura que rechinaba un lujo inimaginable. Menos los amargados y las amargadas, todos salían a la puerta a verlo pasar.
En la multitud que seguía el cortejo y que sumaba más y más personas a medida que bajaba por Reina hasta la avenida de Carlos III en busca de Zapata, se apretaban encumbrados personajes. Doscientos coches avanzaban detrás, vacíos y sin ruidos. Dicen que fue hasta José Miguel Gómez, el presidente de la República y enemigo acérrimo de todos los liberales. Quién sabe si lo acompañaba su cúmbila Orestes Ferrara. Con total seguridad Armando de la Riva, el Jefe de la Policía. Para garantizar el orden, dijeron entonces. Enrique José Varona firmó el primero la esquela mortuoria y el comandante Miguel Coyula despidió el duelo del Papito Supremo. Desde el inicio de la República, uno de los más grandes y sentidos entierros.
¿Qué me puede identificar con Yarini? Casi nada y ninguna chulería por supuesto. Sus hábitos matutinos posiblemente. Seguía ciertas rutinas más propias de la hidalguía. Se tomaba algunas cosas con gran calma y disfrutaba de placeres que están fuera del alcance de los fanáticos del esfuerzo cotidiano. Se levantaba un poco tarde, desayunaba en paz hojeando los perfumados diarios y salía a pasear sus galgos. Un largo paseo hasta la fonda El Cuba, donde lo esperaba su inseparable Pepito Basterrechea. Brindaban por el nuevo día con un traguito de Ginebra, un mojito y un cognac. Salían de allí sonsos y contentos hasta Compostela donde seguían con una cervecita, uno o dos traguitos y se hacían limpiar los zapatos. Más felices no podían ser.
Ojos brillantes de envidia lo seguían a todas partes. León Darcy, Finet, Boggio, Mona, Lavière, Quoirrière y otros souteneurs de los clanes extranjeros. Todos sabemos del anzuelo dorado que mordió goloso y que lanzaron Lotot y sus consejeros. A pesar de que el francés alardeaba de que vivía de las mujeres y no moriría por ellas, una bala en el centro de la frente le cerró la boca definitivamente por una de ellas. Esa misma, La Petite Berthe. Yarini no murió instantáneamente. Tuvo tiempo de echarse encima todas las muertes de la trifulca librando de juicio y cárcel a su amigo juramentado. Tenía 28 años. Chulo y todo fue quien logró que se instaurara el Día de las Madres en Cuba. Y para todas las mujeres tuvo siempre un trato exquisito.
¿Terminó aquella rencilla con las muertes de Yarini y Louis Letot? Aunque no hubo herederos no me lo creo. Lo sucedido llamó demasiado la atención y los alardes de la chulería se movieron a la clandestinidad. Los proxenetas palidecieron en el oscuro anonimato del inframundo. Que se tenga noticia, la Sociedad Abakuá no inició o nadie más de la estirpe de Yarini. Busqué por años alguna pista. Sin demasiados afanes. Siempre recordaba el barrio al que solíamos ir a principios de los 2000 a tomar rones plebeyos en casa de Julio César Peña, el Calavera. Hasta un buen día que encontré finalmente evidencia gráfica de que la guerra podrida con los franceses no había terminado. Sigue en la sombra pujando por alumbrar el siguiente anticristo. Será cubano, estoy seguro.
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Nota:
¿Significa esto que los logos son descartables? No, para nada. El logo de un restaurante, así como su nombre, tendrían que ser demasiado infames para arruinar una buena experiencia gastronómica. Nadie va a un restaurante a hacer crítica de diseño. Jamás irás porque escuchaste a alguien decir que tenían un nombre notable. Las referencias personales, el reconocimiento social son los que determinan tal decisión.
Me preocupa en este caso la desidia. Si el establecimiento no se preocupa por sus señas personales… ¿se preocupará por la experiencia culinaria?
Sucede lo que hemos comentado antes. Puede que el logo herido pase por un proceso de resemantización si sobre él actuase una fuerza externa. Si la comida tuviese tanta calidad como para que el daño de la imagen se transforme en una señal identitaria efectiva. Cómo diría mi padre: es jugársela al canelo.