Conservo en una carpeta logos de entidades de servicios que me han resultado algo antipáticos, portadores de errores que se repiten monótonamente. Representaciones que aluden más al diseñador o al dueño del negocio en cuestión que al local que intentan singularizar. En otros casos, ya aplicados sobre un sistema de identidad testimonian indolencia ante el azote del tiempo y los elementos.
Quien siga con alguna regularidad estas reflexiones, puede observar veladas tendencias de confrontación en muchos proyectos que deberían transmitir a los clientes el mensaje opuesto. Puede darse la circunstancia en la cual el creativo —que diseña la interface entre el servicio o uso y el usuario final— con el fin de reducir de alguna manera las tensiones de sus rutinas vitales, proyecte soluciones que develan tales contradicciones. O exponen, en un comportamiento autolesivo, su necesidad de ser castigados por ellas. Sus logos y carteles crujen, chirrían y transmiten intolerancia, a pesar del uso de eventuales comentarios asertivos.
El logo de Date el gusto puede ser un perfecto ejemplo de este fenómeno. Digo puede porque es imposible asegurar que lo sea. A pesar de que la selección cromática es más acertada que errónea, se aplica sobre una profusión casi escandalosa de ángulos punzantes. Doce, para ser exactos. Esta intensa serie de paralelogramos superpuestos acoge en el centro el óvalo que contiene el nombre de la cafetería; que es, por otra parte, una carita contentona que se perfila a partir de rasgos de la tipografía. Digamos que los ojos se dejan ver en la panza de la letra “g” y en la letra “o”. Pero esto es dejar demasiado a la imaginación del cliente. Como la expresión parece vital para la propuesta, se le refuerza con sendos moretones sobre los ojos, que no aportan más que rasgos de intoxicación etílica al bellaco. Un sistema verdaderamente confuso.
El logo del Hostal Doña Juana también me parece un poco revuelto. La “Doña” ofrece a la vez hospedaje, restauración y ambiente musical. Si el comer en sí mismo no fuese en Cuba una necesidad perentoria que salta sobre todas las otras, dudaría en usar el espacio para una primera cita. ¿Qué pensaría una señorita de su casa al observar el cartel? Porque solo le falta el cake, la ambulancia y una sala de parto. Tomé esta fotografía desde la acera, en la calle 21, bastante cerca de mi casa. Y recuerdo que ladraron perros y fui interpelado por las personas que se balanceaban en el portal. Les dije lo mismo de siempre: yo colecciono logotipos. Sin más explicaciones.
Por otra parte, el entorno de Dulce y cremoso no puede ser peor. Aunque por el cartel no lo parece, es una heladería. Lo dulce y lo cremoso debería ser el helado que no se distingue en la señalética. Veo más una sopa de cebolla francesa y sus vapores. El fondo sobre el que reposa el logo es un caótico fotomontaje de combinaciones bajadas de internet. Y quiero pensar, por lo desastroso de la impresión, que fue hecho con la máquina que Charles Babbage patentó en 1840 —un monstruoso artefacto de dos toneladas y media que reposa en el Museo de Ciencias de Londres. Quiero pensar, también, que el sol y la lluvia borraron los colores originales del cartel. Porque necesito pensar para dejar de hacerlo, que nadie concibió este gélido amontonamiento lácteo en blanco y negro 1.
En los tres casos, el diálogo con el cliente rechina y este avanzará tenso al interior de cada local. Los anaqueles del diseño cubano se van llenando de disparates. Lo peor es que, de tanto verlos, se van convirtiendo en “el diseño”. Cientos de personas lo consumen a diario y lo terminan aceptando. Se adaptan porque es una respuesta evolutiva. Quienes sobrevivan a la mala praxis dejarán descendientes inmunes al absurdo y así, en unos pocos años, apenas quedarán quienes reclamen diseños acertados. Algo bueno tiene todo esto. Será para el turismo de comunicación visual. Vendrán a vernos, a tomar fotografías de nuestros modos y los enseñarán en las noches frías y de buen vino a los amigos. Otro revés convertido en victoria. También evolutivo.
1 Y a escasos centímetros de este cartel se lee otro: “Obra en demolición”.