Cuando llueve Miami se transforma en una ciudad distinta. Y en Miami está lloviendo hace casi dos semanas. Uno observa ese cambio detrás del timón manejando por toda la ciudad y comprueba cómo se ha vuelto más limpia.
La lluvia ha atrapado a Miami en medio de un intenso proceso de construcción. Desde los nuevos edificios, las nuevas avenidas y autopistas, el polvo que las construcciones levanta se desvanece con el agua que cae del cielo. La zona financiera es un ejemplo. En construcción permanente desde hace casi 30 años, el área de Brickell ha recuperado sus colores, las paredes están más limpias y el rojo se mezcla con el azul, el verde con el amarillo y resurge una ciudad más bonita.
Esto mejora el humor de la gente y hace que uno manejando se olvide del infierno que es el tráfico, con un sin fin de calles cerradas que obligan a grandes desvíos y las consecuentes molestias para las personas que transportamos. En Miami las calles se bloquan o desbloquean por las obras tan rápido, que el mapa que Uber o Lyft actualizan constantemente para ayudarnos a navegar no da abasto y muchas veces “se equivoca”.
Es por eso que a mí me gusta preguntarle a la gente si tiene algún trayecto preferido. Y, curiosamente, en los días de lluvia los clientes son más propensos a aceptar la sugerencia y diligentemente le explican a uno por dónde hay que ir y, ¿saben qué?, a veces conocen la ciudad mejor que uno que la recorre diariamente. “Vaya por aquí. Créame que conozco un ‘truquito’ fácil”, suelen decir. Y la verdad es que lo saben, funciona y es útil.
La semana pasada, bajo un intenso aguacero, me tocó llevar a una pareja al aeropuerto de Ft. Lauderdale, al norte de Miami. En el camino por la autopista me dice el marido que salga en determinada intersección. Le digo que nos desviamos mucho. Me dice que le haga caso. Era cierto, el cliente conocía una salida inadvertida para muchos, que conduce hacia una calle paralela a la pista del aeropuerto. Llegamos a la terminal unos 10 minutos antes de lo previsto en el mapa indicado por Uber.
Una media hora después, de regreso a la urbe me tocó otro cliente que iba para el aeropuerto y tenía prisa. Para mí significaba regresar de nuevo a Ft. Lauderdale cuando me podía perder nuevos clientes en Miami Beach, mucho más atractivos. De regreso, me acordé del “desvío” aprendido y volví a tomarlo. El cliente protestó porque miraba ansiosamente la aplicación y ella no indicaba ése camino. Le dije que no se preocupara, pero me miró con escepticismo.
Pero cuando vio que llegó con tiempo suficiente para montarse tranquilamente en su avión, su rostro cambió. “¿Cómo?”, me dijo. “Fácil, otro cliente me enseñó el ‘truquito’”. El hombre quedó tan contento que con la propina duplicó el valor de la carrera. Al pánico por perder el vuelo contribuyó sin duda que estábamos bajo el diluvio universal.
Por eso, pensándolo bién, la lluvia quizá no sea tan mala compañera. Yo detesto manejar con lluvia. Pero lo cierto es que esa agua pura que cae del cielo parece que purifica el alma y la gente se vuelve más complaciente. Le agradece a uno que haya podido llevarla a su destino. Ahora parece que nos espera un largo verano de aguaceros y temporales. Que nos traiga clientes con nuevas ideas para ayudarnos a escapar al tráfico infernal de esta urbe en perene construcción.
Porque si el sol y el calor se imponen, la vida vuelve a lo normal. Se encierran en su celular chateando, hablando o mirando películas y no les importa el tiempo que tarda el viaje. Lo suyo, en esos momentos, es el aire acondicionado del carro.