Estoy pensando meterme a artista plástico. La razón es simple: parece ser un trabajo fácil y poco complicado, apenas un poco de imaginación, saber aprovechar la credulidad de la gente y cortejar a los ricos que no saben qué hacer con su plata.
La idea se la robé esta semana a un italiano que invirtió dos dólares y cincuenta centavos en tres plátanos, colgó uno en una pared con una cinta plástica y lo vendió por 120.000 dólares. Nada mal, ¿verdad? Aunque yo sería más precavido porque después vino un artista de Nueva York y se lo comió. Lo hizo ahí mismo, delante del público que pensó que era toda una performance. Pero no. El hombre tenía hambre de verdad y no había nada qué comer cerca.
Las ferias de arte suelen dispensar bebidas, no comidas, falta grave que evitaría que la gente se comiera obras de arte porque se supone sean eternas. Las generaciones futuras lo agradecerían.
Una obra de arte también describe el estado del mundo en el momento en que fue creada. Lo del plátano es un ejemplo. Al inicio de la tercera década del siglo 21 (lo escribo así porque hace tiempo que no vivimos en el tiempo de los romanos) una obra de tarde que se componga de un plátano colgado en una pared que después es comido por un artista, quien no tiene nada que ver con la obra excepto que estaba con hambre cuando pasó por allí y se sirvió, es un reflejo de los tiempos que corren, cuando el hambre aumenta en el mundo; la sueca Greta Thunberg intenta resolver el problema en el combate contra el cambio climático y el anaranjado de Washington no sabe si será sacado de su despacho o no. Tampoco es que le importe mucho, porque él también se considera un artista contemporáneo.
Tremendo artista. Capaz de llenar un estadio y convencer a la gente de que pueden vivir sin seguros de salud, escuelas públicas, un retiro razonable y, sobre todo, pagando más tributos. Y se lo creen. Lo adoran. El resto de la humanidad lo aborrece. Sus colegas se ríen en su cara. Su mujer lo ignora siempre que puede, y el tipo, mientras, feliz de la vida. Se cree la última Coca-Cola del desierto. Vive en un mundo aparte, donde solo pasa lo que cree se debe a sí mismo. Por eso estoy por creer que también se va a meter a artista plástico.
Pero, ¿qué creará? Haciendo un estudio juicioso, hay varias opciones. Pudiera construir un muro invisible, imponer aranceles inexistentes o decretar que todas obras de arte tienen que pasar por su aprobación. Tendríamos así a las galerías y ferias de arte vendiendo más plátanos colgados en paredes, manzanas como decoraciones de Navidades, la quema de libros herejes –como la guía telefónica– en medio de una galería, todo esto acompañado de un grupo de gaiteros del Tirol, o la crème de la crème, un nuevo mapa del mundo con solo dos países: nosotros y ellos. Éxito total.
Porque después de todo, lo del plátano de Miami es un símbolo de esta ciudad. Es que por acá hay cada resbalón, que una cáscara de plátano lo representa todo. Desde esos políticos que se olvidan de decir que llevaron a la novia un fin de semana a Nueva York en vez de a la mujer porque esta tiene que quedarse en casa para cuidar de los críos; o son generosos con los amigos y los ponen a construir casas populares que pagamos todos, incluyendo los que no tienen plata para comprar un racimo de plátanos, y cosas por el estilo.
Por ello el arte es el futuro. Si colgar plátanos en la pared, además de decorar el espacio de la sala aumenta el pecunio del autor, en vez de trabajar en algo serio bien pudiéramos sembrar plátanos en la sala. El problema es cuando se pudren. Eso es sí un caso serio. Pero siempre hay una solución. Si no se puede cambiar de casa, se puede tumbar la pared. Todos viviríamos más amplios.
PS: La imagen es la última obra de Paco, mi perro, que también está comenzando su carrera artística. Lo vende por 150.000 dólares porque su pata no es menos que un plátano. Se llama “Cómo meter la pata con amor”.