Todas las mañanas The New York Times me toca a la puerta. Puntualmente a las seis de la madrugada. Lo siento cuando lo tiran al patio, envuelto en su característico celofán azul y el sonido retumba en toda la casa. Es un placer amanecer con un café en la mano y el periódico en la otra, principalmente si es el Times, quizá uno de los más bien concebidos del mundo.
Pero el periodismo impreso está de capa caída. El mundo digital avanza a pasos rápidos y aplastantes, y aunque los editores del Times han tenido éxito en mantener la operación en cifras verdes, la crisis les ha tocado a la puerta.
Normalmente cuando se habla de la crisis del periodismo los ojos miran hacia la fractura de la publicidad. Pero hay también otro tipo de crisis: la de los valores.
La prensa estadounidense siempre contó entre los suyos a los caricaturistas. Siempre fueron una especie de equilibrio del poder editorial y, si su trabajo es ejercido con puntería, terminan hasta corrigendo muchos errores de los editores y periodistas. La mirada sarcástica de una caricatura, o cartoon –en inglés– puede ser más certera que un titular. Una caricatura bien hecha no solo arranca una sonrisa, también deja al lector pensando. O al político furioso, que de eso se trata.
Hace mucho tiempo, no recuerdo por qué motivo, The New York Times dejó de publicar caricaturas en sus ediciones impresas en Estados Unidos. Hasta ahora quedaba un espacio en la edición internacional, pero eso se ha acabado. Todo tiene que ver con un dibujo, casualmente hecho por un conocido mío, el famoso caricaturista portugués Antonio, del semanario lisboeta Expresso.
Se trata de una imagen de Donald Trump paseando un can con el rostro de Benjamin Netanyahu a modo de perro lazarillo. Trump es “ciego”, usa la típica pequeña gorra Kipá y Netanyahu tiene un collar de donde cuelga una medallita con la Estrella de David.
Pues en abril, un editor del New York Times Internacional desde su redacción en Hong Kong decidió publicar el dibujo sin grandes pretensiones más allá, quizá, de llenar un espacio en blanco que quedó abierto en las páginas editoriales.
El trabajo de Antonio siempre ha sido controversial. Hace una década y media, creo, cuando a Juan Pablo II se le ocurrió que los condones no contribuían a la armonía familiar, el portugués dibujó al Papa con un preservativo en la nariz. La Iglesia protestó, claro está, pero el asunto se diluyó.
Ahora, quien no tiene el más mínimo sentido del humor es Trump, que acusó al Times de “antisemitismo” y el periódico terminó pidiendo disculpas por haber publicado un cartoon que ni siquiera era suyo. Y esta semana nos enteramos que no habrán más dibujos en todas sus páginas.
Con la decisión se ha dado un golpe en la libertad de creación pero, principalmente, de expresión de los caricaturistas porque el humor, la imagen y el cartoon están entre los grandes aportes del periodismo estadounidense al mundo. La caricatura provocan la ira del poder. Pero, por encima de todo, ponen a la gente a pensar.
Una caricatura vale más que mil palabras. No son sólo las fotos. Y vuelvo a lo de la crisis porque en los últimos tiempos parece que la guerra contra los caricaturistas está tomando su fuerza. A mediados del año pasado el Pittsburg Post-Gazette despidió a un caricaturista porque un dibujo suyo enfureció a Trump y, como el periódico quería complacer al presidente, nada más fácil que “botar el sofá”.
Acabar con las caricaturas no es la solución. Nos queda la esperanza de que esto no mate el sentido del humor.
¿Qué tiene toda esto que ver con manejar Uber o Lyft? Pues que no quiero ver a más colegas en Miami vendiendo casas o manejando para vivir porque los medios de comunicación se están cayendo uno a uno. Solo eso. ¿No les parece bastante?