Por estos días ha llovido mucho en el sur de Florida. Tanto que las calles se han inundado. Miami Beach parecía Venecia. No había góndolas pero la gente tuvo que arremangarse los pantalones para poder cruzar las calles. Es que esta ciudad, gobernada hace “siglos” por descréditos republicanos que no quieren saber nada del cambio climático y autoridades municipales que tampoco hacen algo para destupir los tragantes, en tiempos de lluvia estamos a la merced de nosotros mismos, no de los que viven de nuestros impuestos. Imaginen que estamos a punto de iniciar la temporada de huracanes y apenas la empresa eléctrica ha comenzado a cortar algunas ramas de los árboles.
El comportamiento de las lluvias tiene su particularidad en el área metropolitana. Hay zonas donde no cae una gota y otras donde el diluvio universal adquieres dimensiones bíblicas a diario. Puede no estar lloviendo en un barrio pero en el de al lado ni de casa se puede salir. Hialeah es uno de esos casos. Cuando llegué al sur de Florida me lo advirtieron: cuando llueve en Miami en Hialeah llueve tres veces más. Sin embargo nada o casi nada se hace para asimilar esa realidad meteorológica. Los tragantes siguen tupidos y el municipio no tiene fondos para resolver el asunto. Es más, una flamante planta de tratamiento de aguas tardó años en comenzar a producir algo después que el día mismo de la inauguración se rompió el motor de bombeo. El alcalde y sus concejales hicieron el papelazo de tomar un vaso de agua delante de las cámaras de televisión, elogiando lo pura y buena que estaba el agua, y después se descubrió que tuvieron que recurrir a botellas de agua mineral. Pero esas ilusiones en Hialeah son normales. Uno de estos días tengo que contarles el fenómeno que es Hialeah, la “ciudad que progresa”, como rige su slogan, pero no se sabe mucho hacia dónde.
Sin embargo, lo cierto es que las lluvias son buenas para los que manejan Uber, algo de bueno tendría que venir. Porque cuando llueve la gente tiene la tendencia, especialmente en las zonas densamente pobladas, de dejar el carro en casa y usar Uber o Lyft en sus desplazamientos. Pero para nosotros, pese a eso, es un problema.
La lluvia, como en todos lados, frena el tráfico, lo desorganiza. Es cierto que la gente maneja más despacio cuando hay lluvia. Pero muchos accidentes suceden después que pasa el aguacero porque comienzan a correr y se olvidan del piso mojado.
Lo peor de las lluvias en el perímetro urbano es que Miami no tiene un plan para enfrentar el tráfico caótico. Tu vas a Nueva York, Chicago, cualquier capital europea, y cuando llueve hay centenares de policías en la calle organizando el tráfico.
En Miami, no. Desaparecen todos como “ratas despavoridas” y vuelven a reaparecer cuando la lluvia para. A veces la lluvia es tan intensa que uno no ve más de dos metros delante del carro. La cosa se pone peor, como sucedió el lunes, cuando los aguaceros bíblicos vinieron acompañados de fuertes vientos. Algunos semáforos no aguantaron y se derrumbaron. Otros, sencillamente, dejaron de funcionar porque hubo un apagón.
Es que los apagones son normales en Miami con los aguaceros. No se prolongan mucho, pero molestan bastante. Esto se debe a que, por una razón que nunca he comprendido a cabalidad, en una ciudad de huracanes, todos los cables eléctricos están al aire libre. Hace años que la gente se queja de esto. Un día un alcalde del condado me dijo que los cables no son subterráneos porque es muy caro ponerlos bajo tierra. Pero cuando viene un huracán y tumban kilómetros de cables después la empresa eléctrica nos sube la corriente para pagar las reparaciones que, por cierto, no son rápidas. En 2017, después del huracán Irma pasara, el apagón, en algunas zonas, duró mas de 30 días.
No le hagan caso a la propaganda de que cuando esto sucede lo están reparando rápidamente. Es mentira. Lo dicen en los primeros días pero pasada una semana los políticos desaparecen, los alcaldes y concejales se esfuman, y nadie dice nada. Nadie sabe nada.
Volviendo a Uber. Con las lluvias se da un hecho interesante. Aunque el cliente de las plataformas de transporte suele tener cierto grado de sofisticación, a veces también hacen de las suyas. Suelen ser muy disciplinados, pero con las lluvias se vuelven ginebrinos. Cuando ingresan al carro casi piden disculpa por mojarnos los asientos, se deshacen en explicaciones de porqué han solicitado el servicio y son más generosos en las propinas. Eso lo veo bien, especialmente si las dan en efectivo. Todo bien. Es un placer servir a gente así.
Los que normalmente se portan mal son los que debían, por la naturaleza de nuestro trabajo, ser más complacientes con nosotros. Es un caso interesante. Los peores son los maleteros del aeropuerto. Por obra y gracia no necesariamente de Nuestro Señor, no les gusta que dejemos a los clientes en las aceras protegidas de la lluvia, como debe de ser. Uno no quiere que el cliente y su equipaje se mojen. Pero ellos, no. Como que les da placer, tan pronto nos ven, comienzan a gritar para que nos vayamos. Una vez uno en el puerto de Miami me golpeó el carro. Un día le pregunté a otro qué le pasaba y por poco me entra a golpes. Lamento mucho pero no puedo darles una explicación para esto. Es que no la tengo.
Como tampoco sé por qué en el sur de Florida llueve tanto así. Me dicen que es una cuestión de cercanía con las zonas tropicales. Puede ser. Pero el “palo de agua” es tan grande, que hasta interrumpe las recepciones caseras de televisión por satélite. Por eso en mi casa tengo cable que, ése si, es soterrado.
Por lo pronto el consejo al viandante es que llame un Uber siempre que llueva, que no se preocupe con mojarse que casi todos tenemos una paraguas al alcance de la mano cuando la cosa se pone mal. Y tampoco se preocupe si se moja un poco el interior del auto. Para eso estamos. Para que llegue seco a su destino. Aunque por veces, no es fácil. (También tengo toallas secas y limpias en el maletero a la disposición, por si mi consejo no funciona).