Puede parecer extraño, pero se puede manejar a cuatro manos. Lo descubrí hace días cuando tuve que hacer un viaje rápido fuera de Miami y pedí a un Uber que me viniera a buscar. Iba a decir un colega, porque es verdad, pero ahora me pongo en el lugar del cliente.
Me recogió Pablo. Como suele suceder, y al ver que yo no estaba dedicado a mirar mi celular o hablar por teléfono, además me había sentado a su lado, Pablo comienza a conversar. Y lo que cuenta es extraordinario. Me dice que su Uber es un negocio familiar. He escuchado muchas cosas, pero esta es una primera.
Pablo, un hombre de casi 70 años, se jubiló de un negocio dedicado a transportar mercancías. La espalda ya no puede más de modo que decidió por el dolce far niente. Se quedó en casa echándose fresco y mirando televisión. No tardó mucho en aburrirse. Me explica que estar solo en casa, aburre. La televisión no sirve, los amigos tienen que trabajar.
Estaba Pablo discutiendo el asunto con su mujer cuando ella lo mira muy seria y le sugiere: ¿porqué no dedicarse a manejar Uber? La idea a Pablo no le pareció mala del todo pero ¿y el carro? Están los dos conversando del asunto cuando se aparece la hija, que estudia en la universidad y se le acaba de caer una de las becas para el próximo curso.
Realmente, me cuenta Pablo, no hubo muchas discusiones. “Aquello fue sencillo. Yo estaba aburrido y mi hija necesitaba plata. Lo decidimos rápido. Compramos el auto y comenzamos a manejar el Uber entre los dos”. Y les fue bien. Se adaptaron cada uno a su horario, acordaron ambos mantener el carro limpio, dividirse los gastos de gasolina. Y todo el mundo contento.
Pero, “quién te dice”, me trata de sorprender Pablo con una gran sonrisa desplegada en todo el rostro, que al poco tiempo la mujer y el hijo deciden que también quieren participar en esa aventura de Uber. ¿Se imaginan una familia entera dedicada a explotar y sacarle partido al mismo coche? Pues eso es lo que Pablo y los suyos tienen.
Y me explica cómo es el asunto. Cada uno trabaja seis horas al día, por lo tanto el carro está funcionando todo el santo día. La jornada “laboral” comienza con la esposa de Pablo. Cuando éste llega a casa ya ella está lista esperando al carro, a él también, pero todas las mañana, me revela, hace el mismo chiste, “ah, ya llegó el carro”.
Por cierto, le han bautizado como Rocinante, por eso de que no se calla nunca. Es demasiada coincidencia, no creo que la cultura de para tanto pero aún así me atrevo: “el nombre dónde lo escogió”. Respuesta rápida: “Lo vi en una película americana”. ¡Ah!
Ellos se dividieron el día en cuatro partes iguales. Después de la madre sigue el hijo, que como trabaja de cantinero por la noche, le conviene más, le sigue la hermana y después Pablo que es el único que no siempre cumple totalmente su “turno laboral domestico familiar”. Explica que si logra conseguir 100 dólares antes de las 6 horas, “ya me doy por contento y vuelvo a casa”.
Pablo me cuenta algo que ya yo sabía pero siempre es interesante escucharlo. Pablo y yo nos parecemos. Ambos creemos que manejar Uber o Lyft es un trabajo muy entretenido. Hacemos ambos lo mismo. Miramos el asunto con cierta parsimonia, sin grandes luchas y lo aprovechamos para conocer a la gente.
Resulta que en la familia de Pablo se enfrentan juntos a todo, accidentes, mal humor policial, multas, jueces intolerantes y cosas así. Hace unos meses sucedió algo extraordinario que si no fuera verdad nadie lo creería. Padre e hija llevaban meses viéndose muy poco, porque ahora en verano ella ha cambiado “el turno” con la madre, hasta que al ingresar al edifico del juzgado en Miami, Pablo se encontró con su hija. Era lo mismo, lo de siempre cuando todos vamos al juzgado de policía de tráfico. Una multa. “El juez tardó como una hora en comenzar las audiencias. Nosotros aprovechamos para contarnos nuestras cosas. Al menos allí, “ni el marido de ella ni mi mujer nos interrumpen”, porque como ya habrán adivinado la “niña”, como él dice, es la niña de sus ojos.
Este trabajo le produce una satisfacción muy personal. Por primera vez en muchos años la familia se siente unida. Siempre tienen muchas cosas que conversar, ahora uno más en común y es mucho más que ayudarse unos a otros. “Esto es una hermandad familiar, ¿me entiende?”. Creo que sí, y también lo envidio.