La creación de plataformas electrónicas de transporte, que tienen muchos nombres por este mundo como Uber, Lyft, Cabify y otros, han resuelto un problema diario de millones de personas,: ser recogidas donde más les conviene y tener un servicio casi personalizado y barato.
Pero no ha sido una tarea fácil porque muy raramente ha sido bien recibido, principalmente porque representa una clara competencia, que algunos clasifican de desleal, contra toda una clase profesional que trabaja bajo regulaciones extremadamente estrictas en casi todos los países del mundo.
Pero las “reglas del juego” no siempre son iguales. Si en Estados Unidos el mercado es casi totalmente libre, sin grandes restricciones, en otros países se han levantado muros burocráticos, a veces infranqueables, y el advenimiento de las plataformas no siempre fue bien recibido. Ha habido, incluso, respuestas violentas.
En Portugal, por ejemplo, varios choferes de Uber han sido agredidos. La policía tuvo de intervenir, hubo prisiones y si el gobierno no hubiera intervenido y llamado a la cordura varios taxistas tradicionales estuvieran en prisión. La respuesta de estos, en Lisboa por ejemplo, fue declararse en huelgas que paralizaron las principales avenidas de la ciudad durante varios días el verano pasado.
Resultado: los choferes de las plataformas hicieron su agosto, los turistas –la ciudad recibe unos 10 millones anuales – no sabían qué estaba pasando ni porqué. Quizás porque llegan desde países donde los taxistas tradicionales aceptaron la competencia de las plataformas con resignación o naturalidad, y lo único que ganaron con ello fue que el gobierno ha comenzado a exigir a los choferes de las plataformas la creación de pequeñas empresas personales para poder salir a la calle.
Y esto trajo complicaciones. No solo aumentó la máquina burocrática del estado, como acarreó problemas suplementarios para los chóferes de las plataformas y tuvo su impacto natural en las ganancias. En septiembre pasado una muchacha que maneja Uber en su tiempo libre por las calles de Lisboa me contaba que la creación de empresas personales es un engorro porque, ante todo, es innecesario. “Todos los fines de año, Uber me manda un desglose de mis ganancias y gastos y eso es lo que yo entrego a hacienda para pagar mis impuestos de contribuyente singular. Si tengo que tener una empresa, entonces hay que pagar la licencia de la empresa, sube el escalón de los impuestos y todos los meses me llevo menos a casa”, me dijo.
Esto puede parecer algo razonable. Pero la verdad es que en los términos en que están diseñadas las plataformas de transporte es un problema serio, porque este trabajo es visto más como una forma de complementar ingresos. Tanto, que Uber, por ejemplo, prohíbe que un chofer trabaje más de 12 horas seguidas y aún así tiene que tomarse dos horas de descanso. Ya sé que es difícil de controlarlo, teniendo en cuenta que si el mismo carro ofrece servicios de dos empresas, va alternando y nunca cumple las 12 horas de trabajo. Por lo tanto, técnicamente, no se cansa. Pero la realidad es otra, no funciona en la práctica. Y se cansa.
Otro aspecto es la naturaleza de los que manejan las plataformas y las razones por las que necesitan de ese trabajo. El éxito de la idea es que rápidamente proporcionó una fuente de ingresos estable a millones de desempleados en el mundo. O estudiantes que necesitan pagar sus estudios. O jubilados a quienes las pensiones no alcanzan. O gente que quiere hacerse de un dinerito rápidamente para resolver un necesidad puntual.
Es que en muchos casos, manejar para una plataforma de transporte es un trabajo de necesitados, gente que tiene otro trabajo y éste no les alcanza. Esa es la realidad. Las agresiones no resuelven nada y lo que todo el mundo me dice es que casi siempre lo que experimentan es un buen servicio que muchos taxistas tradicionales no proporcionan, tal vez porque no son dueños de su carro y de sí mismos.
Pero calma, esto es apenas el inicio. Porque este rediseño del mercado laboral global, lo que se llama la “‘economía GIG” le falta mucho por delante y, me imagino, en una década las cosas no serán como ahora. En Francia, Inglaterra y Estados Unidos ya tenemos un “uber de aviones; en París están experimentado con un “uber de médicos” – el galeno certificado está dando vueltas por la ciudad y cuando alguien necesita sus servicios a domicilio acude el más cercano. Hay también plataformas de entrega de comida a domicilio, de transporte de mercancías, y hasta para salir a caminar perritos. Quizá uno de estos días tendremos los préstamos bibliotecarios a domicilio (¡ojalá!).
Esto es apenas el principio, gente. No vale la pena molestarnos. El capitalismo también evoluciona. Es la realidad implacable. Inapelable. ¿Quién sabe si algún día aparece un “uber de cartas de amor”.