Nadie sentía más aprensión por la idea de llevar la novela Cien años de soledad a la pantalla que su autor, el colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014). Habiendo sido guionista, creador de fundaciones para promover el arte cinematográfico latinoamericano e impulsor de una escuela para formar cineastas en La Habana vaciló ante los riesgos que corre cualquier adaptación literaria, más cuando tenía conciencia del potencial extra que en su literatura alcanzaba eso que los griegos llamaron entelequia.
Cada cierto tiempo García Márquez recibía suculentas propuestas para que la exitosa novela, publicada por Sudamericana en 1967, mutara hacia la gran pantalla. Las respuestas más o menos fueron siempre las mismas. Intentaba evitar la decepción de sus lectores, presentía el riesgo colosal que enfrentaría la obra privada ya del prodigio de ver a través de las palabras.
En efecto, la obra que había escrito durante dieciocho meses, y tras una anunciación en plena carretera, podría hundirse con el traspaso al lenguaje audiovisual. Si bien es posible su triunfo partiendo de una poética nueva y no menos magnífica, él no parecía dispuesto a experimentarlo.
García Márquez planteó sus temores a Akira Kurosawa en Tokio, un día de octubre de 1990 en que el director japonés esperaba un tifón para filmar. Conversaron sin ánimos de que fuera grabado el intercambio, aunque, además de serlo, acabó transcrito y publicado.
De este modo supimos que el director de Rashomon (por cierto, adaptación de dos cuentos de Ryūnosuke Akutagawa) afirmaba algunas incertidumbres sostenidas por el Premio Nobel del 82. Respondió sabiamente que “las imágenes del cine hay que expresarlas de otro modo” porque “la cámara no ve la realidad con los mismos ojos”.
Esta respuesta apoya lo que entendía García Márquez, y también los lectores suyos que hemos visto algunas de las adaptaciones de su obra al cine. El perfecto artefacto del éxito en su caso parte del magistral uso del lenguaje, de la concatenación de las palabras y de su ritmo. Es en la intimidad entre el lector y su libro donde ocurre el milagro.
Debido a eso, llevar semejante novela al cine supone un reto para la persona, o el equipo, elegido. Aun siendo genios todos, y contando con modernas tecnologías para los efectos visuales y la reconstrucción de los ambientes, será engorroso reproducir la belleza intacta de tantas escenas, donde un potente manantial de asociaciones se suceden en forma de imágenes colmadas de una épica intraducible.
¿Cómo mostrar a Melquiades tal cual Aureliano Buendía lo vio a los cinco años: “sentado contra la claridad metálica y reverberante de la ventana, alumbrando con su profunda voz de órgano los territorios más obscuros de la imaginación, mientras chorreaba por sus sienes la grasa derretida por el calor? ¿De qué manera entender al coronel Aureliano Buendía al destrancar la puerta y encontrarse a sus hijos, “diecisiete hombres de los más variados aspectos, de todos los tipos y colores, pero todos con un aire solitario que habría bastado para identificarlos en cualquier lugar de la tierra”? ¿Cómo mantener intacta la sugestión del reto gastronómico entre Aureliano Segundo y La elefanta?
Pero, estamos en 2019, García Márquez lleva cinco años muertos y sus herederos han aceptado el desafío de convertir Cien años de soledad no ya en una cinta memorable, sino en una mini serie pensada, escrita y grabada para Netflix, la plataforma de streaming cuya presencia en certámenes cinematográficos desata sonadas discusiones, pues algunos, como Steven Spielberg, aseguran que los materiales sin una explotación cinematográfica natural debieran ser excluidos de los premios pensados para filmes tradicionales.
Los hijos de García Márquez, Rodrigo y Gonzalo, serán los productores ejecutivos del proyecto, y parecen entusiasmados con el pacto alcanzado con Netflix. En un comunicado de prensa que coincidió con el natalicio del escritor, aseguraba Rodrigo que la actual época dorada de las serie es el momento idea para llevar una adaptación de la novela a las audiencias globales.
No cabe duda de que será un acontecimiento, pero, mi impresión es que a estas alturas y cómo anda el mundo, importa más una producción sobre la vida del escritor nacido en una Colombia anterior a la guerra cuyo genio le hizo uno de los autores más notables de su tiempo que esta sobre la más valorada de sus obras.
No por demeritarla, al contrario. Opino partiendo de la intraducibilidad de buena parte de las imágenes, y porque no estoy convencido de que el realismo mágico despierte a la gente como los despierta hoy mismo la realidad.
Pero, debemos ser pacientes, aguardar por el anuncio del reparto y ver los resultados, que seguramente no durarán tanto en llegar como anuncia el título de la obra en sí. Aún es demasiado pronto para emitir conclusiones definitivas.
Ojalá esta adaptación audiovisual de la obra de García Márquez, una de las novelas más importantes de la literatura universal, corra mejor suerte que las anteriores. A la última en ser llevada al cine, El amor en los tiempos del cólera, dirigida por Mike Newel en 2007, nada la tornó demasiado perdurable o popular; ni Javier Bardem, ni Giovanna Mezzogiorno, ni Catalina Sandino Moreno o Shakira. Ni siquiera la propia reputación del autor.
Por muchas semanas y meses se hablará y discutirá la serie, y tal vez hasta despierte nuevamente el interés por el libro que ya ha sido traducido a 45 idiomas y lleva más de 50 millones de copias vendidas.
Serán temas de conversación también Colombia, cierto folclorismo y exuberancia local, el Boom y otros autores. Del mismo modo volverá a renacer el resto de la obra literaria y periodística de García Márquez, un hombre que, por cierto, supo manejar muy bien su imagen y la de su ocupación, caminando siempre por la cuerda floja de la política, mostrando como defensa su buen humor, carácter bonachón y genialidad.
Y, si para la serie, Netflix invierte en publicidad tanto como para Roma, y si esta poderosa campaña la hace triunfar a la par de la novela en sus buenos tiempos, entonces podremos decir, humor mediante, como el escritor argentino Rodolfo Fogwill. Con el marketing, incluso después de muerto, habrá tenido García Márquez otra buena excusa para triunfar.
Hola. Por favor si no me equivoco la frase correcta debe escribirse: Si bien es posible su triunfo… y no como aparece escrita en el parrafo que comienza. “Sin bien es posible su triunfo…” Excúsenme el comentario sea para señalar esto pero como admirador de OnCuba no se los podía dejar de decir. Gracias.