Sangre de apóstol

Cuba debe ser, para salvarse, una tierra de paz y perdón, de puentes y no muros, de amor y no de odio, de reconciliación y justicia.

Foto: Alejandro Ernesto.

La vida y la muerte de Martí son un misterio para los cubanos. Un hombre de la segunda mitad del siglo XIX rige nuestras vidas con su ternura atronadora, y en pleno siglo XXI se atreve a enseñarnos cómo educar a nuestros hijos o cómo ser fiel a la patria.

La distancia entre él y nosotros es mayor que un siglo y medio. Su ejemplaridad es imposible en una era en la que el sacrificio no se soporta por más de dos horas. No estamos en época de escribir a mano, de componer cartas, de haber conocido en carne propia los grilletes, de viajar en barcos por el océano Atlántico, de recibir almohadillas perfumadas de regalo, de pelear a caballo, y de dar la vida por la independencia de tu país.

Martí nos guía hacia un mundo desconocido para él, sus valores de altruismo y dignidad no están de moda, su vida entregada al deber choca de frente contra un mundo enfocado en el disfrute pleno de los sentidos.

Pero Martí amaba la belleza y su poesía es honda huella de amor a Cuba y a las personas, además de prueba de su devoción por la humanidad toda. La dulce belleza del siglo XIX, sin embargo, no sirve para alentar a las veloces aspiraciones de los jóvenes de hoy.

José Martí debe ser traducido, como trató de hacer Julio Antonio Mella, otra corta vida incomparable. Él debe ser acomodado a las necesidades de los tiempos que corren, para que los pinos nuevos se acerquen a él como posibilidad y no como reliquia irrepetible.

El ejemplo de dignidad de Martí es universal. Un hombre culto y respetado que decide arriesgar su vida, una vida imprescindible para la libertad de Cuba, por el simple hecho de que no era justo ni honesto ni decente, pedir que los cubanos y cubanas fueran al combate, desde la clandestinidad de un partido de guerra.

La virtud que vence a la utilidad ha aparecido esporádicamente en los momentos que por eso se han hecho cruciales en la historia de Cuba: Hatuey ante sus verdugos, Carlos Manuel en San Lorenzo, Maceo en Baraguá, Martí en Dos Ríos, Abel y sus compañeros ante sus torturadores, Lidia y Clodomira martirizadas…

Pero en contra de esa luz siempre ha soplado un viento insano que ha llamado a la comodidad, a la traición, al oportunismo, a la cobardía y a la indignidad. Ha sido aquí y no en otra tierra donde se ha pedido que maten por nada a los estudiantes de medicina en 1871, donde se ha rematado a Martí, donde se ha masacrado a miles de hombres y mujeres negras en 1912, donde se ha delatado a los muchachos de Humboldt 7; y eran cubanos todos los torturadores de las mazmorras de Machado y Batista.

No somos un pueblo mejor que ningún otro. Dan miedo en el alma los alaridos nacionalistas que se visten de odio cuando es necesario, para quedar bien ubicados los oportunistas y los arribistas.

Por eso son tan despreciables los que se aprovechan de las fisuras para sembrar nuestra tierra de cráteres impasables. Cuba debe ser para salvarse una tierra de paz y perdón, de puentes y no muros, de amor y no de odio, de reconciliación y justicia.

Es un crimen de lesa patria usar a Martí para justificar la desconfianza en el pueblo, la censura, la represión a las ideas diferentes, y la desconfianza en el pluralismo político. Martí era un demócrata que creía en una sociedad justa, con igualdad, con equidad, en una República sin segregación y con un robusto estado de derecho.

También es indigno y triste manchar a Martí, abandonarlo después de ponerlo de guardia en cada esquina de Cuba, en cada parque, en cada plaza. Martí está agotado de tanta vigilia, y ahora debe pagar por nuestros errores y por el odio de los que no saben ni sienten como él.

El apóstol no murió en 1953, o murió un poco con cada joven asesinado ese día. Martí no muere cuando somos buenos, valientes y creemos en la justicia y en la utilidad del amor sin más.

Martí muere, mana sangre de apóstol, cada vez que alguien olvida que el pueblo de Cuba debe vivir feliz, digno y alegre, que merece la paz y el desarrollo, que la democracia también es posible en esta tierra, que la República es una deuda con su memoria.

Hay bustos de Martí más ultrajados que los que fueron ensangrentados. Hay bustos de Martí que están colocados en lugares para cumplir una indicación, para llenar una forma sin contenido. Para que Martí sea más que un símbolo, para que sea una referencia, tenemos que fundar una sociedad donde valga la pena la solidaridad, la humildad, la honestidad y la belleza.

Martí no es Gonzalo de Castañón ni los que ensuciaron su busto son inocentes estudiantes, pero es oportuno recordar que el odio no es cosa de juego, ni los ambientes enardecidos buen asiento para la concordia y la paz. No he visto jamás a la prensa referirse, con fotos y señales, con artículos, matutinos y alarma, a violadores, malversadores, ladrones, narcotraficantes, asesinos, y todos estos son delitos más graves que dañar un busto de un prócer.

El Estado de Derecho no es una multitud pidiendo justicia, el peso de la ley es solo lo que indica la ley desde antes de producirse el delito o la falta. Martí debe ser protegido por nosotros, en alma y piedra, con nuestro humanismo y con nuestra prudencia, con firmeza, dignidad y amor por Cuba y todos los cubanos y cubanas.

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