La Declaración de Independencia es un documento producido por el segundo Congreso Continental el 4 de julio de 1776. Proclamó que las Trece Colonias, en guerra con Gran Bretaña, se reconocían a sí mismas como trece nuevos estados soberanos e independientes, libres de nexos de subordinación a la Metrópoli. Estableció, en suma, la existencia de una nueva nación desde entonces llamada Estados Unidos de América.
Redactado por Thomas Jefferson, el texto le otorgaba sustancia filosófico-política a esa independencia, al enumerar los reclamos contra el rey Jorge III y establecer la validez de ciertos derechos naturales y legales: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Esa independencia tuvo profundos impactos en América Latina, incluida Cuba. De hecho, fue uno de los referentes, junto a la Revolución Francesa, de los patriotas que se lanzaron a la guerra contra España en 1868. Y también de José Martí, el alma de la Guerra Grande, en medio de un pensamiento crítico sobre los Estados Unidos cuya génesis y evolución pueden estudiarse paso a paso durante los 15 años que vivió en el país. Su acercamiento sigue siendo un punto de apoyo imprescindible en estos días en los que, acaso como nunca antes, señorean los extremos: “Es preciso —escribió en Patria— que se sepa en nuestra América la verdad de los Estados Unidos. Ni se debe exagerar sus faltas de propósito, por el prurito de negarles toda virtud, ni se ha de esconder sus faltas, o pregonarlas como virtudes”.
Este aniversario 244 del 4 de julio será sin dudas peculiar. Primero porque sobreviene en un país profundamente dividido y polarizado, casi tanto como durante aquella Guerra Civil (1861-1865) que fue como su segundo alumbramiento. Una polarización que recorre la cultura toda y se expresa políticamente en un Congreso que apenas encuentra terreno común para legislación bipartidista en temas clave de la hora como inmigración, derechos reproductivos y cuidado médico, entre muchos otros.
Segundo, porque ocurre en medio de una pandemia mal administrada desde el principio mismo por el poder ejecutivo, y en particular por el presidente Trump, cuya politización de un hecho epidemiológico ha tenido y sigue teniendo repercusiones en un sector no mayoritario de la población que llaman “sus bases”, pero bastante ruidoso e incluso beligerante, si viene al caso.
El repunte del virus constituye la consecuencia de una multiplicidad de factores, sobre todo de un batido de subjetividades en el que sobresalen cansancios, fobias, anarquías y transgresiones, estas dos últimas fundamentadas en las libertades individuales delineadas por la Constitución, mal entendidas y peor implementadas. El resultado de todo este verdadero imbroglio es que a fines de junio 2.5 millones de estadounidenses habían dado positivo a la COVID-19. El número de nuevos casos diarios aumentó de manera dramática y alcanzó verdaderos récords el 24 y 25 de junio: más de 37 000 contagiados diarios. El 2 de julio la cifra fue de 57 000, y todo eso a solo tres meses de presentarse los primeros enfermos. La voz cantante la llevaron, esta vez para mal, los estados de Florida, California, Texas y Arizona.
Tercero, por un correlato de lo anterior: un país con millones de desempleados que no siempre han recibido la asistencia federal con la agilidad necesaria. Es una ironía del destino, en el caso de un presidente que presumía haber bajado a niveles sin precedentes el desempleo, en especial entre afroamericanos y latinos. De acuerdo con cifras oficiales, en abril la tasa de desempleo fue del 14,7%.
A fines de ese mes, más de 3.8 millones de trabajadores habían solicitado beneficios por paro, a medida que la economía iba naufragando. Con más empleadores recortando las nóminas para ahorrar dinero, los economistas pronosticaron que el desempleo podría subir al 20 %, la tasa más alta después de la Gran Depresión (1929-1933), cuando fue del 25 %. En junio fue del 11 %, pero antes de que varios estados suspendieran las reaperturas económicas como resultado del repunte de virus. Sus efectos siguen haciéndose sentir en sectores varios de la población, en un contexto de incertidumbres.
Cuarto, Estados Unidos está sumido en una creciente efervescencia social desde el asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis, la gota que colmó la copa por el abuso y los excesos policiales, en especial sobre la población afroamericana, sobrerrepresentada en todos los asesinatos cometidos por las fuerzas policiales. Entre 2015 y 2019, los ciudadanos de piel negra representaron el 26,4 % de los estadounidenses ejecutados por los uniformados en todo el territorio nacional.
Sus víctimas integran una larga lista que incluye, entre otros nombres, a Cedrick Chatman (17 años, Chicago, 2013), Erick Garner (43 años, Nueva York, 2014), Michael Brown (18 años, Ferguson, 2014), Terence Crutcher (40 años, Oakland, 2016), Stephon Clark (22 años, Sacramento, 2018) y el propio George Floyd (46 años, Minneapolis, 2020). Esos hechos fueron la base para el activismo del movimiento Black Lives Matter, surgido en 2013 después del asesinato a tiros del adolescente afroamericano Trayvon Martin a manos de un vigilante. El antirrracismo ha salido a flote por múltiples frentes, como respuesta a un acumulado que se expresa claramente en los carteles: “Enough is enough”.
Ese proceso ha conducido a una mirada de la historia nacional que se monta sobre críticas previas. Se expresa en un rechazo a los símbolos confederados, mutilados por los manifestantes o trasladados a otros sitios por distintas autoridades locales. De hecho, se ha extendido a toda la Historia nacional, incluyendo a los padres fundadores de Estados Unidos. Se trata de una movida compleja, en la que no han faltado excesos, uno de ellos atentar contra una estatua de Miguel de Cervantes, quien obviamente nada tuvo que ver ni con el colonialismo ni con la matanza de poblaciones autóctonas.
Quinto, en apenas cuatro meses se celebrarán elecciones presidenciales. Aunque es muy pronto para pronósticos, las problemáticas antes enumeradas tendrán un impacto sobre los resultados, sin embargo difíciles de prever con anticipación. Lo cierto es que, desde abril, encuestas nacionales vienen marcando una tendencia desfavorable a la reelección. Lo preocupante para el equipo presidencial es que incluso esta mala noticia se extiende a estados clave en los que Trump había obtenido la victoria en 2016.
En efecto, tres recientes encuestas nacionales ubican a Biden como favorito entre los posibles votantes: más del 50 % de los encuestados dicen respaldarlo en noviembre. En una encuesta de Emerson (2-3 de junio), el vicepresidente de Obama le gana a Trump por seis puntos, con un 53 % de apoyo, en comparación con el 47 % que tiene el actual presidente.
Por su parte, una encuesta de Monmouth (28 de mayo-1 de junio) mostró a Biden con el respaldo del 52 % de los votantes. En ella, el candidato demócrata estaba aún más adelante que el presidente Trump, por 11 puntos. Mediciones llevadas a cabo por The Washington Post y ABC News (25-28 de mayo) ubicaban a Biden 10 puntos por encima, con el respaldo del 53 % de los votantes, en comparación con el 43 % de Trump.
Todo eso y más estará en las mentes de las personas que aquí viven cuando este 4 de julio estallen los fuegos artificiales celebrando el día en que los estadounidenses decidieron empezar a ser ellos mismos, cambiando de paso la redondez y los destinos del mundo.
Equilibrado comentario, como ven no siempre soy critico
Un trabajo como este se puede solo lograr cuando se conoce a fondo este pais.
Es como la punta de un iceberg.
Fellicito al autor y a OnCuba por publicarlo.
Con todo respeto al periodista, pero eixste un sesgo político en el artículo y se observa porque utiliza elementos en su análisis que no se sostienen.
1)El problema migratorio en este país es bipartidista y lo demuestra la composición del 111 Congreso en enero del 2009, mayoría demócrata en ambas cámaras con Nancy Polosi como vocera de la Casa y no se hizo nada para resolver el asunto migratorio. 2)La situación del aborto igual, un ejemplo claro son Michigan y Wisconsin; ambos estados ponen restricciones en el tema y son históricamente demócratas, hace poco (2016) votaron por los republicanos por una situacion estrictamente económica. 3)El asunto de la salud es también bipartidista, se trata de modelo socio económico; simplemente la salud es un negocio en este país y mucha gente (demócratas y republicanos) no van a ceder en esto.
Sobre la situación económica por la pandemia no merece siquiera la pena escribir, más de medio mundo está en horas bajas y este país es de los pocos que está bien. El desempleo actual es totalmente ajeno al manejo de la economía que pueda hacer el gobierno, sumado a que se percibe una fuerte presión política para que las cosas sigan igual un tiempo más, Texas (por ejemplo) es un Estado republicano y aún aqui así se siente la presión de los alcaldes demócratas en las principales ciudades del Estado para poner al gobernador entre la espada y la pared.
Sobre los afroamericanos asesinados pues qué decir, el 90% de ellos mueren a manos de otros afroamericanos. Creo entonces que es un tema que tiene mucha tela por donde cortar. Y así puedo seguir extendiéndome; simplemente porque los problemas nunca han estado de un solo lado.