Vicente, Vicentón, el Tinto, te nos fuiste de pronto, pero te irías cantando. Y es que tal vez, en el misterio de ese preciso viaje que es la muerte, la vida te lo concedió como un último regalo.
Vicente, Vicentón, amigo, tenías ya la guitarra entre tus manos y apuesto que al tener que irte en medio de una estrofa, no habrás querido interrumpir tu canto. Habrá llegado el punto en que ya no estabas con nosotros —alrededor de tu desfallecido cuerpo habría urgencia, miedo, confusión, cuando aún no conocían el saldo del dolor, definitivo—, pero confío en que tú seguirías contemplando todo aquello, desde ese raro mundo en que ya estabas, aún susurrando la tonada.
Vicente, amigo, hermano, te nos fuiste, pero cantando La Bayamesa, no pudo ser casualidad. Y tu oficio en la belleza íntima del canto habrá permitido para ti una especial oportunidad para el sosiego, y concluirla.
¿Qué nos separa ahora Vicente, que nos separará también mañana de cuando éramos simples inmortales?, ¡Hace apenas 50 años, Feliú! Y nos parecía evidente, sin necesidad de comprobación alguna, que la juventud nos sería eterna, porque no teníamos tiempo para imaginar final alguno, de tanta vida que teníamos dentro, en esa alforja que sin darnos cuenta se rellenaba con una nueva ilusión cada mañana. ¿Y cómo podría ser de otra forma, Tinto, si teníamos enfrente al mundo para conquistarlo? Y dentro de aquel cercano mundo: amores, cosas que aprender, retos para vencer, que sin duda venceríamos, aunque a veces al seco precio de una ilusión rota y el corazón algo estrujado. Como tantos hubo, tú lo sabes. ¿Qué nos pasó? ¿Dónde se nos escapó tanta maravilla?
En una reciente entrevista con Amaury Pérez, das la clave de toda tu existencia. Al verla, se comprende tu constancia a través de los años. La ética, la honestidad, la humildad y el compromiso con la verdad, con tu país, con tu ideología; lo sé porque de eso conversamos tú y yo tantas veces, ¿recuerdas?… Aunque debo comentarte, con cierta discreción, que noté en la entrevista que habías ganado mucho en claridad para explicarte… o quizá era yo quien había ganado capacidad para entenderte, porque es que debo respetarte ahora más, Vicente, cuando ya has terminado con tus pruebas en esta Tierra: hermosa, compleja, gris y luminosa, bendita y maldita al mismo tiempo.
Debo terminar, Vicente, con esta nota en que se mezclan recuerdos de conversaciones, tu ausencia, el dolor y la esperanza. Debo evitar ser sentimental, como recomienda nuestro amigo, ¿pero qué se hace cuando las palabras parece que no alcanzan y uno se queda sin ellas y siente que aún no ha dicho nada? Terminar. Y ayudar a abrir al mismo tiempo ese espacio que se te abre ahora, lleno de incógnitas y maravillas, para descifrar, para aprender, retos para vencer —como cuando éramos inmortales, ¿recuerdas?— porque estoy seguro ahora, Vicentón, que allí volverás a ser joven.
Se nos fue Vicente Feliú, hombre sincero, artista, trovador de los años… amigo por sobre todas las cosas y hermano por sobre todas las dificultades… ya no está con nosotros, ha empezado el camino de lo desconocido y lo ignoto… pero yo le seguiré hasta allí con mis oraciones y con el convencimiento de que esta partida es solo un hasta luego… Hasta pronto, Vicente.