Rey Ordóñez parece un turista gentil, en esta mañana de viernes. Arribó a La Habana hace aproximadamente una hora, quizás dos, tras mucho tiempo de ausencia. Está tratando de poner cada cosa en su sitio. Con un trago de ron en la mano, o de whisky, Ordóñez camina hacia una ventana del Cohíba y mira con atención los edificios del Vedado, la composición mínima de la ciudad. La Habana desde arriba parece una maqueta: los edificios y las azoteas ruinosas, las miles de ventanas, su incesante ruido, que es, en verdad, la conjunción de muchos ruidos, y la ancha franja de mar. Ordóñez demora el bosquejo unos segundos. Quiere acomodar La Habana actual, lo que la realidad le devuelve, a La Habana que por más de dos décadas ha venido amasando en su cabeza.
Viste un pulóver blanco, con unas gafas colgadas al cuello, un short negro, corto, y unos zapatos de tela, también negros. En el brazo derecho lleva un reloj y un tatuaje, en el brazo izquierdo no lleva nada. O sí. La cicatriz de una vieja operación, lo que Ordóñez llama la “marca asesina”.
Una marca como esa es algo por lo que un hombre debiera reconocerse. Pero en La Habana no reconocen a Rey Ordóñez. Ni por su rostro ni por el porte. A pesar de su carrera con los Mets de Nueva York, a pesar de sus tres guantes de Oro consecutivos, entre 1997 y 1999, a pesar de sus manos y su brazo poderoso, a pesar de sus acrobacias en el short stop, lo que más se conoce en Cuba de Ordóñez es el nombre.
Para la inmensa mayoría de los cubanos, es apenas el muchacho que se marchó con poco más de veinte años, la futura competencia de Germán Mesa, y que, según dicen (Ordóñez parece una especie de mito, como si no existiera), acabó a la defensa en las Mayores. Es decir, cogió cuanto quiso hacia derecha e izquierda y si se hubiera quedado en Industriales, habría que ver lo que hubiera sucedido.
Con cuarenta y un años, su complexión física denota la viva estampa del Big Leaguer retirado, del hombre exitoso que triunfó donde quiso. Ordóñez bien podría, por su presencia, conducir un programa de televisión, pero hay un problema, no habla demasiado. Aunque tal vez sí, no podríamos juzgarlo a las primeras de cambio.
Afuera se divisa el cielo, las puntas de algunas construcciones. Cosas que son las mismas en cualquier parte del mundo, pero Ordóñez sabe que está en La Habana. Es demasiada la contundencia del cambio. A veces la gente necesita escuchar su voz interior. Mirar la ciudad. Y medir el rostro que la ciudad le devuelve.
-¿Impresionado?
-Ayer me levanté a las dos de la mañana, desvelado porque venía, no podía dormir.
-¿Te queda gente aquí?
-Sí, quedan mis hermanos, mi padre, pero ya no conozco a muchos. Amigos y eso, quiero decir.
-¿Estarás mucho tiempo?
-No, pero vengo otra vez en junio. Llevo días con el corazón en la mano.
-¿Empezamos?
-Cuando quieras.
-¿Cómo te inicias en el beisbol?
-Tenía 8 años cuando empecé en Marcelo Sosa, una Pre-EIDE.
-Y tú carrera, cómo se desarrolla. Cómo llegas, por ejemplo, a Metros.
-Bueno, pues como se llega. Comencé en la categoría 10-12 años, después me bequé en la EIDE hasta los dieciséis. Hice el equipo Cuba infantil y juvenil y después entré a Metropolitanos, en el 89´. Jugué dos años con ellos y dos con Industriales.
-¿Te gustaba aquel Metropolitanos?
-Detalles como tal no me vienen a la mente, pero sí recuerdo que había buenos jugadores: Enriquito Díaz, Antonio Scull, Rafael Gómez Mena.
-Tú eras regular en Metropolitanos y llegas a Industriales y vas para el banco ¿Cómo te tomas eso?
-Bueno, yo pensaba pasar, pero en Industriales estaba Germán Mesa. Aunque en realidad Metros siempre fue un equipo de tránsito hacia Industriales. Es como la sucursal de Industriales.
-¿Aceptaste el cambio?
-No lo acepté, el primer año me puse bien bravo, como decimos nosotros. Ya después tuve que aceptarlo porque tenía que jugar.
-Haces el equipo Cuba a la Universiada del 93´, en Búfalo, y decides quedarte. ¿Qué te impulsó a irte del país en un momento que no era tan usual? Se había ido Arocha nada más.
-Buscar. En aquel tiempo tenía 20 años, y quería buscar otra cosa, probar hasta dónde daba mi calidad o si era posible triunfar en Grandes Ligas.
-No debutas en Grandes Ligas hasta el 96´. ¿Pensaste alguna vez que no podrías llegar?
-Es bastante difícil, porque es muy diferente la pelota en Estados Unidos a la pelota en Cuba. La disciplina, cómo se juega el juego. Allá, primero te mandan a una liga menor, para que te vayas entrenando, para que vayas cogiendo, aprendiendo. Es como en la escuela, primer grado, segundo, tercero, hasta que llegas. Algunos llegan y otros no. Es un proceso.
-Hay una anécdota del día que debutas. Jugabas contra los Cardenales, tiran de los jardines, cortas de rodillas y así mismo te viras y sacas en home. Se comenta que Ozzie Smith, al verte, dijo que ya se podía retirar porque había llegado su relevo a Grandes Ligas. ¿Cómo recuerdas semejante debut?
-Yo me erizo ahora mismo. Fue un orgullo y un impulso que el mejor short stop de las Mayores me haya dicho eso en mi primer año.
-¿Qué lugar se pondría Ordóñez entre los short stop cubanos?
Esa es una pregunta muy dura que no te puedo contestar. Eso se lo dejo a los fanáticos.
-Hay un mito sobre una declaración tuya. Se dice que te preguntaron si eras el mejor torpedero del mundo y tú contestaste que el mejor torpedero estaba en Cuba, que el original era Germán Mesa. ¿Fue así?
-Algo parecido. A ver, cómo te explico. Ya yo estaba en Grandes Ligas, y no iba a decir que era mejor que Germán, o mejor que Paret. Todo el mundo sabía, los especialistas sabían que en Cuba había un short stop como Germán Mesa, que era muy bueno.
-¿Y cómo fue la declaración exacta, la recuerdas?
-Creo que me preguntaron algo así como: “oye, dicen que en Cuba hay un short stop mejor que tú, ¿es verdad?”. Y yo dije que sí, que había uno mejor que yo, y me contestaron que no, que no lo podían creer, que era imposible.
-Tres guantes de oro seguidos, ¿cuál fue el truco?
-Es una habilidad que traigo. Yo creo que pude haber hecho mucho más, pero es lo que te dije, la disciplina, los entrenamientos, no faltar.
-¿Influyó la lesión en el hecho de que no hayas hecho más?
-No, otras cosas. Por ejemplo, cuando yo salí de Cuba no se hacían pesas. En Grandes Ligas necesitas mantenerte fuerte, porque son muchos juegos. Aquí, cuando yo jugaba, eran alrededor de cien juegos, y allá se juegan doscientos entre entrenamiento y temporada.
-Se habla mucho de tu factor de alcance. ¿Hacia dónde se te hacía más difícil desplazarte, hacia dónde fildeaba mejor Ordóñez?
-Bueno, aquí en Cuba para el hueco tenía más dificultad, hasta que un día probé de rodillas y se me hizo más fácil la jugada, entonces eliminé lo que me preocupaba más. Yo jugaba cargado a tercera.
-Alguien te ayudó a eliminar el error, ¿algún scout o algo?
-No, eso fue aquí, en una práctica en el terreno de Mazorra, en el Hospital Psiquiátrico. Fue por instinto. Me caí y probé. Incluso, es más rápida la jugada a la vez que te lanzas de rodillas, porque quedas en posición de tirar la bola. Si no, tienes que coger la bola, dar dos pasos, parar, y entonces tirar a primera.
-¿Alguien decisivo en tu carrera?
-No tanto decisivo, pero sí fue muy importante: Antonio Alama.
-¿Y en Grandes Ligas?
En Grandes Ligas es más difícil porque en Grandes Ligas eres tú. Tú eres profesional. Si tú pides ayuda, ellos te la van dar. Si no la pides, ellos no van a venir adonde estás tú. Es diferente.
-Vayamos al bateo. Tenías un gran tacto. Te ponchabas poquísimo, sin embargo no acumulaste grandes números ofensivos. A qué crees que se debió eso.
-A lo mismo que decía anteriormente. Quizás no le dediqué lo suficiente.
-¿Le dedicabas más tiempo a la defensa?
-No, yo creo que la defensa siempre estuvo.
-¿Es natural?
-Sí, es natural. Y lo otro: no es por justificar, pero bateaba en un turno muy difícil en la Liga Nacional. Era octavo y tenía al pitcher detrás. Vamos a suponer: hombre en segunda, dos outs, tienes un bateador detrás que es prácticamente noventa por ciento out, te van a hacer un pitcheo incómodo para ver si haces swing a bolas malas, para ver si dejan al pitcher abriendo tanda en el otro inning. Si buscas las estadísticas de la Liga Nacional, podrás ver que lo octavos bates no tienen mucho promedio.
-Se habla mucho del cuadro de los Mets de fines de los noventa, con Robin Ventura en tercera, Ordóñez de torpedero, Edgardo Alfonzo en segunda y John Olerud en primera. Se dice incluso que clasifica entre los mejores de la historia. ¿Estás de acuerdo?
-Yo creo que es el mejor. Te hablo de lo que viví y de los números que están.
-Si tuvieses que armar una novena, ¿arriesgarías una?
-¿Pero para jugar yo o para dirigir yo?
-Como quieras.
-Está duro.
-Arriesga una, hay tiempo.
-Oh, está duro.
-¿(Mike) Piazza de catcher?
-No, Piazza no. Es que hay muchos peloteros buenos con los que jugué y con los que hice buena química, pero te puedo decir la segunda con la que me hubiera gustado jugar más tiempo.
-Con quién.
-Con Padilla. Alfonzo también fue muy bueno, porque empezamos a jugar juntos desde Doble A y nos entendíamos bien, pero me gustaría haber jugado más con Padilla.
-Tus acrobacias levantaron gradas. ¿Eran todas necesarias, no hubo alguna ex profeso?
-Yo creo que eso sale. Creo que tú no puedes estar en el terreno pensando en brincar, y creo que hay jugadas que tienes que asegurar la bola. No es necesariamente que te tengas que tirar, pero si no te tiras la bola te puede dar en la punta del guante o pasarte cerca. Hay una diferencia entre asegurar una bola y tirarte a buscar una bola.
-Subway del 2000. Una final trepidante, tras cuarenta y cuatro años de espera, entre los dos equipos de Nueva York. Sin embargo, sufres una lesión en mayo y te pierdes la temporada, con Serie Mundial incluida. ¿Alguna especie de frustración?
-Sí, es duro. Hay muchos jugadores en el Salón de la Fama que no han llegado a una Serie Mundial. Pero me lesiono. La lesión no era para perder el año entero. Tuve mala suerte. El hueso se soldó mal y hubo que operarme otra vez. Fue frustrante, el equipo estaba en buen año y me lo perdí.
-La lesión cómo fue, en qué partido.
-Fue en Los Ángeles, en un robo. El pitcher se viró a primera, el hombre salió, el tiro fue alto, hacia mi izquierda, brinqué, y cuando di la vuelta el corredor me dio con el casco. Mira ahí (señala el antebrazo izquierdo), la marca asesina.
-Antes de irte de los Mets declaras que la afición de Nueva York era estúpida. ¿Qué pasó?
-No, fue una mala interpretación del periodista. El equipo supuestamente debía ganar, porque teníamos, entre comillas, nómina. A ver cómo explico. Ese año tenía los mismos números de siempre, pero jugar en Nueva York no es como jugar en la Florida o en Pittsburgh, que son dos periodistas. En Nueva York hay periodistas todo el día, desde que llegas al terreno hasta que te vas a la una o las dos de la mañana. Entonces yo le digo al periodista: “¿pero los fanáticos de Nueva York serán estúpidos? Ellos no quieren ganar más que nosotros”, entonces el periodista pone: “Rey Ordóñez dice que los fanáticos de Nueva York son estúpidos”. Me comieron, me cambiaron a los dos meses. Pero esa no fue la expresión mía, ese fue el equipo por el que yo jugué durante nueve años.
-¿Querías irte de los Mets cuando te cambian?
-No, claro que no.
-¿Y esa declaración es la que marca la salida?
-Ese comentario. Después el periodista me pide disculpas, pero yo le digo: “estás tarde”. Los fanáticos de Nueva York no perdonan.
-Luego, en Tampa y en los Cachorros, tienes números muy inferiores.
-En realidad estaba un poco decepcionado. En Tampa también me lastimo la rodilla, en otra jugada. Me preocupaba más la extensión de mi contrato, era el último año mío de contrato. Todo va para el piso, me tienen que operar como en abril. Y ya estaba jugando en la Americana, que es otra liga diferente. No era la misma disposición, el mismo ánimo.
-¿Alguna diferencia entre Ligas aparte de que los lanzadores batean en la Nacional?
-En la Nacional se juega más al hit and run. La Liga Americana es poder.
-En uno de tus años pródigos, cometes solo cuatro errores en ciento cincuenta y cuatro partidos. Incluso logras récord de ciento un partidos seguidos sin pifiar. ¿Todavía es una marca?
-No, me la rompieron. Es récord en la Liga Nacional, pero no en la MLB.
-¿Quién lo rompió?
-Mike Bordick, de los Orioles.
-Pero Bordick también jugó en los Mets.
-Fue mi cambio en los Mets del 2000, cuando me lesioné.
-¿Buen short stop Bordick?
-Sí, todo el que está en Grandes Ligas es buen atleta.
-Pero a ese nivel, digo.
-No me preocupaba Bordick. Me preocupaba más Vizquel, por ejemplo.
-¿Y la prensa siguió la cadena de juegos de tu record?
-Debieron de seguirlo, pero yo me sentí un poco molesto. Cuando le rompo la marca a Carl Ripkens, de noventa y seis o noventa y ocho juegos, eso pasa inadvertido. No hicieron homenaje ni nada. Cuando Bordick rompe el mío, automáticamente toman los spikes y el guante y los llevan al Hall de la Fama.
-¿Crees que porque Bordick sea norteamericano haya habido algún tipo de privilegio?
-Seguramente, porque tendría que haber sido parejo, igual para los dos.
-¿Tú, en lo personal, sentías alguna presión mientras pasaban los partidos y no pifiabas?
-No, no piensas en eso porque es tu trabajo. Cuando lo pensé, hice el error.
-¿Dónde fue?
-Se acaba la temporada del 99´ y abrimos la temporada del 2000 en Japón ante los Chicago Cubs. Estamos en el infield, en la práctica, y le digo a un venezolano, Melvin Mora: “oye, compadre, ciento un juegos sin hacer error”, y Mora me manda a callar, para que no hable del tema.
-¿Sobre qué pifiaste?
-Sobre un rolling lento por arriba de segunda. En el Tokyo Dome el césped es artificial, la bola dio en el borde interior entre la tierra y el sintético, se me levantó, y ahí mismo fue.
-Vayamos a Cuba. ¿Has seguido el Clásico Mundial?
-Sí, claro, siempre. Y la Serie Nacional también.
-¿Qué te parece la pelota cubana de hoy?
-Hay calidad, pero debemos mejorar mucho tácticamente. Otras cosas también. Los catchers protestan mucho, por ejemplo.
-Si tuvieses que comparar la pelota de hoy con la pelota que jugaste a inicios de los noventa, qué dirías.
-Yo creo que en mi tiempo había un poco más de calidad, en general, en todos los equipos.
-¿Pero se debe al talento o a otros factores? No sé, a mí me parece que tenemos el mismo talento, que potencialmente Yulieski Gourriel podría ser tan bueno como cualquiera, pero que existen problemas de fondo, de base, de estructura, en la pelota cubana actual.
-No creo. A mí me parece que antes también había más calidad.
-¿Y este equipo del Clásico que te parecía?
-Un equipo bueno, que podría haber luchado un poco más.
-¿Te agradaba Víctor Mesa como director?
-Le pone un poco de presión a los jugadores, para mi gusto.
-Arruebarruena, ¿cómo lo ves?
-Muy bueno. Juega suelto, elegante, lo hace fácil.
-¿A la altura de Ordóñez?
-No, no tanto como yo (bromea y se ríe). Ya, serio: buenas manos, buen brazo. A mí me gusta mucho Arruebarruena.
-Se dice incluso que podría superar a Germán Mesa.
-Podría ser, talento tiene.
-Y Paret, ¿te gustaba?
-Veníamos juntos de los juveniles. Paret mejoró mucho con los años, y lo demostró.
-Si te digo Industriales, qué me responderías.
-Ese es el mejor equipo.
-Y entre Industriales y los Mets, con quién te quedas.
-Yo creo que con los dos.
-Y si te digo Cuba.
-Bueno, Cuba es mi vida, mi país. En el I Clásico presionamos a Estados Unidos para representar y jugar por el equipo, eso es un sueño, pero no se pudo.
-Volver a Cuba veinte años después. ¿Puedes definirlo?
-No sé, es volver a lo de uno, adonde uno nació, a tu tierra, imagínate. Estoy impresionado. Todavía tengo un salto en el estómago. No me lo creo, y no me parece verdad.