Esta columna iba a abordar otro tema, pero en estos días se habla mucho de Chile, Bolivia y Ecuador, por las protestas y la violencia que se ha desatado. Pero todo el mundo se ha olvidado de Haití. A inicios de semana recogí en el aeropuerto a un haitiano que viene escapando de su país. Lo que me cuenta pone los pelos de punta de cualquiera y casi nadie le está prestando atención.
Yo quiero mucho a Haití. Es pueblo de gente trabajadora, accesible, apacible y hospitalaria. Comencé a viajar allí desde finales del 1994 cuando el ejército de Estados Unidos desembarcó para sacar a los militares corruptos del poder, dar inicio a un proceso de paz con la presidencia de René Preval, y seis años después otros comicios terminaron por instalar en el palacio presidencial al cura salesiano Jean Bertrand Aristide del poder. Aristide apenas duró cuatro años. Rápidamente se enmarañó en una cadena de corruptelas y desató otra crisis que para resolverla el ejercito norteamericano tuvo que desembarcar de nuevo y posteriormente, hasta no hace mucho, fue sustituido por un contingente brasileño. Ahora no hay nadie allí de la comunidad internacional intentando imponer el orden.
Mientras tanto, Haití sufrió una serie de desgracias. Durante más de un año estuve escribiendo sobre el temblor de tierra del 2010, la epidemia del cólera que trajeron los burkas nepaleses cuando Naciones Unidas decidió incorporarlos a las tropas de la MINUSTAH, el contingente de paz. Después vino otra crisis, cuando un cantante de rock haitiano afincado en en el sur de Florida, Michel Martelly, ganó las presidenciales. Los haitianos tuvieron un poco de tranquilidad, pero no duró mucho. El cantante-presidente no logró reencaminar la economía porque la comunidad internacional no estuvo a la altura de sus promesas. Pero también porque las diversas elecciones y procesos políticos no lograron apartar de la esfera del poder a los herederos de los Duvalier, Padre e hijo, que gobernaron con más que manos de hierro al país durante casi seis décadas.
Desde que Martelly dejó la presidencia, Haití no ha vuelto a tener un día de paz. El senado constantemente ha intentado bloquear las iniciativas del gobierno, la llegada de ayuda internacional e, imaginen, el desembarco de combustible. El presidente actual se llama Jovenel Moise y, si acaso, controla su casa.
Lo que me cuenta mi cliente es realmente impresionante. Intentaré reconstruir de memoria lo que me dijo en poco más de media hora.
“Me fui de Haití porque ya no podemos siquiera montar un negocio. Una de las cosas que logramos después que los Duvalier se fueron fue el desarrollo de la industria turística. Yo trabajaba desde hace un año en el hotel Best Western. (La primera gran inversión hotelera en Haití después del terremoto). Nos iba bien, teníamos clientes que daban trabajo a todos. Pero hace unos dos meses, después que Estados Unidos dejó de recomendar las visitas a mi país, los turistas disminuyeron. Solo en Puerto Príncipe han cerrado ocho hoteles, en Cape Haitién (al norte del país) los siete que habían están todos cerrados. No tienen ni comida que dar a los huéspedes”, me dijo.
Lo peor de todo son las manifestaciones. La mañana en que voló a Miami y dejó a la mujer y su hija atrás, hasta asentarse mejor en Miami, sucedió algo inédito. “Un grupo de bandoleros intento asaltar el hotel Karibe. Eso nunca había sucedido. La gente siempre respetó a los hoteles y los turistas. Pero tienen hambre, no tienen trabajo”, enfatiza.
El gobierno de Moise ha intentado ciertas reformas políticas. Una de ellas fue intentar desdolarizar la economía y autorizar la circulación apenas del Gourde, la moneda nacional. No ha funcionado por el Gourde entró en una espiral de devaluación y el dólar terminó imponiéndose en las calles. Los bancos han cerrado, de modo que los empresarios no han podido importar mercancías y alimentos. Los anaqueles de las tiendas están vaciándose. La filas de gente se acumulan en las gasolineras porque el abastecimiento de crudo está prácticamente congelado. El mercado negro desde la vecina República Dominicana, controlado por las mafias fronterizas de ambos lados, es lo poco que abastece el país.
“El problema no es tanto el presidente sino el parlamento. El senado está prácticamente paralizado. Los senadores que son todos conservadores pasan horas discutiendo lo que no hace falta. Cada palabra de ellos es una piedra en el camino del presidente. Moise no ha logrado formar gobierno porque le tumban todas las propuestas. La gente está cansada ya y por eso ha tomado las calles. Lo que pasó la semana pasada es un indicio de la tensión permanente en que vivimos hace ya cinco años”, recuerda.
“Lo que pasó la semana pasada”, realmente sucedió hace dos, pero el tiempo parece paralizado en Haití, allí el mundo diario tiene otro ritmo. Lo que sucedió es sencillo de narrar pero inaudito en la historia moderna del país.
Un senador había salido de una sesión más, inútil ,de la Cámara Alta y vio su carro rodeado por un grupo de manifestantes que le reclamaba la aprobación de un gobierno para que el país recomience a funcionar. No se sabe si asustado o por prepotencia, el senador desoyó los consejos de los guardaespaldas y salió del auto empuñando su pistola Glock de 9 milímetros. Dice el senador que disparó al aire, pero lo cierto es que la reyerta tuvo el saldo de un manifestante y un periodista heridos. Y, como dice mi interlocutor, “la gente no suele volar”. Lo interesante fue que, al día siguiente, ningún senador se insurgió contra su colega devenido en pistolera y este nunca se ha disculpado.
Las manifestaciones se han agudizados en los últimos días. Aunque la prensa no presta mucha atención a la violencia haitiana y las imágenes son pocas, lo cierto es que se ha intensificado. La Iglesia católica, que tiene cierta influencia en la población, ha sacado a los fieles a la calle y cerrado las escuelas religiosas. Las demás también están cerradas. Como era de esperar, la manifestación terminó en enfrentamientos después que los participantes demandaron la renuncia del presidente.
Este por su parte ha hecho una advertencia seria. O las tres principales empresas de abastecimiento de electricidad pagan sus impuestos al gobierno o Moise ha dicho que pretende nacionalizarlas. “Otro desastre. El gobierno no tiene a nadie para administrar una nacionalización porque no controla la importación del combustible. Esa es la verdad. No tiene respuesta para las demandas de la gente. No apacigua la violencia y solo la estimula aún más. Es un desastre total”.
Y lo peor, enfatiza, cansado ya de nada más llegar a Miami ya tiene que estar recordando la tragedia que dejó a tras para un periodista que se interesa mucho por su país, es que “nadie nos quiere ayudar. Estamos entregados a nuestra suerte, como en la lucha contra los franceses”. Me dio pena su narrativa. Pero más pena me da que nadie, ni mis colegas, se interesen por esta tragedia que parece no tener fin y adquiere proporciones casi bíblicas.
Una vez escrito este comentario me he enterado de algo verdaderamente inaudito. El senador cubano americano, Marco Rubio, que hace alarde de aconsejar al presidente Donald Trump sobre la política latinoamericana de Estados Unidos y ha abogado por una intervención en Venezuela, a inicios de mes vino al ruedo a decirle al mandatario que ni se le ocurra enviar gente a Puerto Príncipe. “Lo único que me interesa es que hay democracia, elecciones y se imponga la ley. No tenemos nada que ver con quién se queda o quién renuncia”, afirmó, según el Miami Herald.
increible, no se oie de Haiti en TV