Me acaban de decir que Formell se murió y llevo un rato mirando parpadear el marcador de escritura del Word sin atinar a decir algo al respecto. No porque no me lo crea —en el mismo año que se han muerto Santiago Feliú y Gabriel García Márquez, fallecer ya parece una moda—, sino porque Juan Formell es un hombre demasiado apabullante, un hombre demasiado esencial, y escribir apresuradamente de gente así suele ser un acto injusto, sino inútil.
Cuando Formell le responde a Amaury Pérez en su programa Con dos que se quieran que resuelve los baches que provocan las salidas de los músicos de Van Van a golpe de composiciones quizás estaba pasando desapercibida una de las lecciones de vida más importante que hemos recibido los cubanos en buen tiempo. En tiempos de justificaciones, culpas atribuidas a otros, soluciones insolubles y metidas de pata de toda laya, esta respuesta cargada de orgullo propio y elemental reconocimiento de la importancia de trabajar uno mismo para conseguir cambiar el estado de cosas es mucho más que un comentario de un director de orquesta inteligente; es una alerta en clave de timba de la necesidad impostergable que tenemos de pasar de la queja y empezar a hacer algo (efectivo) con nuestros problemas.
Hay músicos malos, mediocres y magníficos. Y hay un club minúsculo formado por músicos destinados a transformar radicalmente el panorama sonoro de un país. Y si alguien en Cuba es miembro VIP de dicho club es Juan Formell. Casi nadie se hubiera atrevido en los años setenta cubanos a tomar una formación de charanga; cambiar contrabajo, piano, flauta de cinco llaves y pailas por bajo eléctrico, teclado, flauta de sistema y las pailas; introducir una guitarra eléctrica; mover el trabajo vocal a tres voces en lugar del unísono y modificar ligera, pero significativamente los acentos rítmicos del son. Él corrió el riesgo y el riesgo terminó convirtiéndose en Van Van, la catedral cultural de la música bailable cubana, uno de los últimos refugios que sostiene esta nación tambaleante.
Dice Amaury Pérez que con Juan Formell pasa una cosa rarísima: todo el mundo lo ama; desde los críticos más exigentes hasta el último de los bailadores. “Nunca leí una crítica mala”, dice Pérez de este extraño caso de transversalidad del cariño, por llamarlo de alguna forma. Y es que con su mezcla de crónica social, energía musical y excelencia en los arreglos Juan Formell y Van Van han marcado a cada una de las generaciones de cubanos –bailadores o no, importa poco– de los últimos cuarenta años, incorporándose a esa imprecisa región que llaman cultura popular y que se traduce en un marcar inconsciente del pie derecho, en cierta vuelta de casino aprendida asociada a un tumbao particular, en letras de canciones tan conocidas que ya es imposible saber si la canción entró en el habla popular o la frase popular entró en la canción.
A estas alturas Formell era más un monumento viviente que un provocador activo, pero saberlo por ahí, respirando cerca aun cuando no estuviera halando a Van Van, nos transmitía seguridad, una tranquilidad irracional acerca de la supervivencia de determinados órdenes en el mundo. Pero setenta y un años son bastantes para un tipo que vivió tan intensamente, el favorito de la noche y el espectáculo.
Los bailadores del lado acá quedan un poco huérfanos, pero piensen en lo mucho que se van a divertir del otro lado con ese ritmo pegajoso que acompaña a todas partes a Juan Formell. Así que nada de llanto. Mejor escojan entre las decenas de temas de Van Van alguno que les guste mucho, suban el volumen y empiecen a pasillear como si no hubiera nada más importante. Después de todo, y él bien que lo sabía, el son es lo más sublime para el alma divertir.
Gran músico, magnífico autor , recuerdos de los años setenta donde al pueblo cubano estaba ambiento de buena música bailable , buen artículo donde con lindas palabras resumes al gran músico de todos los tiempos JUAN FORMEL