El pasado 16 de junio se estrenó en cines mexicanos la película infantil Lightyear, una continuidad de la famosa saga Toy Story. En el largometraje de una hora y 45 minutos de duración una pareja de mujeres se besa en una escena de apenas 1 segundo. Aunque de manera muy fugaz, el beso fue suficiente para que madres y padres se escandalizaran, y para que algunos cines advirtieran en su promoción que el filme contenía “ideología de género”, aunque ningún niño o niña haya percibido diferencia alguna en aquella muestra de amor y afecto.
El filme ya ha sido censurado en 14 países. Solo el 56% de los usuarios de Google indicó que les gustó la cinta, un porcentaje bajo para los estándares de las producciones de Disney-Pixar.
En las redes sociales se debatió acerca de la escena, llegando a la conclusión de que lo que realmente disparaba las preocupaciones era una evidente lesbofobia. Es cierto que se pueden tener dudas de cómo responderle a las infancias cuando hacen preguntas relacionadas a la sexualidad de manera general y esto ocurre porque seguimos reproduciendo una moralidad cristiana tabú en torno al tema, cada vez más distante de una educación sexual integral abierta y sana. No obstante, hay grandes diferencias cuando estas interrogantes se convierten en barreras y prohibiciones que esconden un verdadero rechazo a las personas con sexualidades no heteronormativas.
Educación con enfoque de género: un derecho de las infancias
El escándalo lesbofóbico a causa de un beso entre dos mujeres en un largometraje de dibujos animados me hizo recordar a Haymée, una amiga entrañable a través de la cual comprendí lo que era la discriminación por razones de orientación sexual.
Conocí a Haymée en la secundaria. Generalmente permanecía apartada del grupo, siempre con una sonrisa tímida y enfocada más en el deporte o en las actividades de los pioneros exploradores que en el aula. En los recesos o en los matutinos, la mayoría se juntaba alrededor de las muchachas que siempre eran el centro, o de los varones que más se destacaban. Ella no. No era “como las demás”, pero tampoco yo, así que nos llevamos bien desde entonces.
Después nos tocó el mismo albergue y el mismo cubículo en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas “Vladimir Ilich Lenin”. Y allí, todas las jóvenes nos hicimos una, a pesar de nuestras grandes diferencias. La convivencia, la intimidad y la solidaridad nos hizo afianzarnos unas con otras en las buenas, y en las malas.
Y una mala, entre tantas que pasamos, le tocó a Haymée. Una mañana nos despertamos con el rumor burlesco e inescrupuloso de que la habían visto besándose con otra estudiante. El hecho constituyó un escándalo para quienes a los 15 años “nunca” habían escuchado hablar de relaciones homosexuales como algo normal y común. Comenzó un bullying homofóbico muy cruel contra ella, que también era blanco de expresiones de discriminación en las colas del comedor, en el baño o dentro del propio albergue, por estudiantes de la misma aula y hasta por los pasillos. De alguna manera terminaron tildándonos despectivamente de “lesbianas” a algunas de quienes convivíamos con ella.
Entre nosotras hubo un juramento tácito que no necesitó palabras: no la íbamos a dejar sola. Nos trasladábamos juntas, acuerpadas, a cada lugar. El momento más crítico, después de reiteradas burlas, fue cuando tuvimos que defendernos físicamente luego de meses de agotamiento, a pesar del estatuto de la escuela, que establecía la expulsión a quien ejerciera violencia física.
Nos graduamos; después de muchos años le pregunté a Haymée si recordaba esos episodios y ella me contestó que siempre los recuerda, porque marcaron su vida.
Conversamos de aquella etapa y también de lo que vino después, si sintió algún tipo de discriminación o, incluso, alguna manifestación violenta debido a su orientación sexual. “En la universidad al principio fue complicado, pues siempre existían personas que no comprendían lo que era ser homosexual, pero lo más que pudieron hacer fue agredirme verbalmente. Lo que puedo decir es que, por suerte, siempre tuve amigos que me apoyaban y eso me ayudó mucho a salir adelante. En la calle también me han agredido verbalmente, diciéndome ‘tuerca’ o ‘qué desperdicio’. A pesar de que no expreso públicamente mi inclinación sexual, siempre he sido de respetar a los demás.”
Si bien la discriminación sexual tiene lugar desde edades tempranas en las escuelas y por personas desconocidas en la calle, el hogar y la familia no dejan de ser medios de posibles hostilidades para personas consideradas disidentes sexuales, lo que en ocasiones provoca la expulsión de sus viviendas. Por tanto, comunicar que se es homosexual constituye todo un dilema. Haymée comenzó por su familia y por sus amigos más allegados, “en algunos casos no ha sido fácil, pero por suerte las personas cercanas a mí lo han aceptado e incluso me han apoyado para no sentirme fuera de lugar, para no tener que esconderme, ni dejar de ser yo por agradar a alguien”.
En Cuba, la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género del año 2016 —y última publicada hasta el momento—, reveló que el 77% de la población encuestada considera que las personas homosexuales deben disfrutar de los mismos derechos que el resto de la ciudadanía, sin embargo, solo poco menos de la mitad de las personas (49,1 % del total) manifestó estar de acuerdo con el matrimonio entre personas del mismo género.
Haymée vive en Uruguay desde hace más de cuatro años; un país que desde el 2013 aprobó la Ley del Matrimonio Igualitario, desde el 2018 cuenta con una Ley Integral para Personas Trans, cuyo antecedente fue la Ley sobre el derecho a la identidad de género y al cambio de nombre y sexo en documentos identificatorios; y que además cuenta con varios programas estatales destinados a las personas pertenecientes a la comunidad LGBTIQ+ que fomenta iniciativas de inclusión como los cupos laborales en los ámbitos estatales y los privados; entre otros.
Ante estas notables diferencias legales respecto a la Isla, mi amiga comparte que en Cuba “simplemente me adapté a dejar de lado los obstáculos y concentrarme en ser yo misma. Fuera de Cuba pude comprobar que son un poco más maduros respecto a este tema, (…) no he tenido ningún problema con mi orientación sexual, es un tema más que hablado en ese país (Uruguay). No existen diferencias entre personas heterosexuales y homosexuales, al contrario, en los centros de trabajo, por ejemplo, les gusta tener personas con distintas orientaciones sexuales.”
Son ejemplos que alientan la actual encrucijada respecto al Código de las Familias en Cuba, a pesar de tener un precedente también alentador para el país con relación a los derechos de la población LGBTIQ+, a la necesidad de concientizar y sensibilizar en temas de diversidad sexual y de género, y a la obligación de (des)educar a la sociedad cubana respecto a la aceptación y abrigo de estas comunidades discriminadas. Un ejemplo de esto último lo fue la Resolución 16 de 2021 del Ministerio de Educación de Cuba, a partir de la cual se actualizó el Programa de Educación Integral de la Sexualidad; no obstante, fue suspendida hasta nuevo aviso y todavía no se le ha vuelto a dar “luz verde” para su desarrollo.
El nudo político del referéndum como requisito para la aprobación del Código de las Familias ha puesto una vez más en una situación de desventaja a las personas LGBTIQ+, históricamente preteridas; sobre todo teniendo en cuenta los datos arrojados por la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género del 2016, y otros datos adicionales también desfavorables: solo el 31 % del total de la población está de acuerdo con la adopción de menores de edad por parejas formadas por dos hombres y el 34,6 % concuerda cuando la pareja se compone de dos mujeres. La adopción por familias homoparentales ha sido otra disputa en el proyecto de ley.
Todavía no sabemos cuál pudiera ser la reacción del público cubano al ver la película infantil que dio inicio a este texto, pues las dos mujeres que se muestran afecto mediante un beso también aparecen con un niño en brazos, lo que desató más rechazo aún. Para Haymée “hay puntos importantes en el Código de las Familias que pienso deberían aprobarse, pero en algo no estoy de acuerdo y es que no debería llevarse a votación (…) para mí debería ser una ley ya aprobada, pues no creo que las personas tengan el derecho a votar por esa decisión.”
Es importante recordar que, a pesar de no encontrarse regulado formalmente, el Estado cubano ha dado tímidos pasos judiciales y registrales concernientes al reconocimiento de parejas lesbianas respecto a la crianza. El primero fue el fallo emitido en el año 2017 por un Tribunal municipal que concedió la guarda y cuidado de dos niñas y un niño a su abuela Violeta Cardoso, quien convivía con Isabel, su “pareja de hecho”. Si bien la custodia fue reconocida a favor de la abuela, uno de los elementos que evalúan los tribunales cubanos para dicha concesión es la relación de pareja y convivencia. El segundo tuvo lugar en el 2020, cuando el Registro Civil admitió inscribir y el Ministerio de Justicia emitió la certificación de nacimiento de un niño con dos madres, Dachelys Valdés y Hope Bastian.
Las avanzadas neoconservadoras y los fundamentalismos religiosos no solo socavan los derechos de las personas disidentes sexuales y de género. Las desigualdades reales son resultado también de nuestras sociedades, que mantienen prejuicios conservaduristas expresados en homofobia, lesbofobia y transfobia. Esa misma sociedad también compone a las instituciones, a los centros de trabajo estatales y privados, a los centros de enseñanza, está presente en la guagua, en la bodega, entre los vecinos y entre los propios familiares.
Avanzar en el pleno reconocimiento de las poblaciones LGBTIQ+ constituye un compromiso de todas, todos y todes. De ahí que no se me borrarán las últimas palabras de Haymée cuando le pregunté cómo le hubiese gustado que hubiera respondido aquella escuela nuestra frente al beso de dos mujeres jóvenes. A eso, me respondió: “simplemente, (me hubiera gustado) que no me agredieran ni me molestaran”.