En medio de la euforia beisbolera por la actuación cubana en el Clásico Mundial, otra importante expresión cultural de la isla tiene este domingo un merecido festejo. La trova, consagrada hace apenas unos meses como Patrimonio Inmaterial de la nación, celebra hoy el día dedicado a sus cultores. A los hombres y mujeres que con su guitarra y su voz han abonado por más de un siglo el alma de Cuba.
Cada 19 de marzo se conmemora con toda justicia el Día del Trovador Cubano. La fecha rinde homenaje a José “Pepe” Sánchez, aquel sastre santiaguero que, sin conocer la escritura musical, se convirtió en pionero de la música trovadoresca en la isla y en autor del primer bolero: “Tristezas”. En su honor se organiza en Santiago de Cuba un importante festival, que realiza ya a su edición 60 y que este día le rinde tributo a él y a los demás cantores que descansan en el cementerio Santa Ifigenia, con conciertos y otras actividades, como el llamado “Sendero de los trovadores”.
Pepe Sánchez iluminó un camino que luego muchos han seguido con sus guitarras hasta la actualidad. Y aunque la trova, como la vida, ha evolucionado lógicamente con el paso del tiempo, y también ha bebido de otras sonoridades e influencias, aún conserva la conexión con sus fundadores. Mantiene el aliento creativo y el espíritu bohemio de quienes iban cantando de bar en bar, de café en café, y componían lo mismo a la caída del sol que en pleno amanecer, inspirados en el brillo cautivador de unos ojos, o la perfidia de unos labios que les hirieron el corazón con alevosía.
La trova tradicional, la de Pepe Sánchez, sus contemporáneos y seguidores, es el germen de todo lo que vendría después, de corrientes y movimientos como el Filin, la Nueva y la Novísima Trova. Sin sus líricas letras y evocadoras melodías no podría comprenderse la rica tradición de la cancionística cubana, la obra de cantautores tan relevantes como César Portillo de la Luz, Martha Valdés, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola.
Tampoco la de Lázaro García, Augusto Blanca, José Aquiles, Gerardo Alfonso y Santiago Feliú, entre tantos otros.
Aprovechando entonces el actual entusiasmo beisbolero, y en tributo al Día del Trovador, le propongo armar un Team Cuba de la trova tradicional, una novena de figuras imprescindibles de aquellos tiempos iniciales que merecen estar por siempre en el altar de la cultura cubana. Resisto, no obstante, la tentación de llamarles Team Asere, para no provocar la furia de los puristas —aunque sospecho que a muchos de aquellos trovadores, gente de pueblo al fin y al cabo, no les molestaría el término—, y apelo a un posible orden al bate, más que a supuestas posiciones a la defensa, porque no los imagino esperando por los batazos de otros, sino madero en mano, o mejor, guitarra en ristre, conectando extrabases musicales.
Este es mi lineup, pero el suyo bien podría ser diferente.
1er bate: Por su papel como precursor de la trova cubana, el hombre proa de la alineación no puede ser otro que el mismísimo Pepe Sánchez (1856-1918). Natural de la barriada santiaguera de Los Hoyos, impulsó la composición trovadoresca con su bolero “Tristezas” —también conocida como “Tristeza” o “Me entristeces, mujer”— y otras obras como “Elvira”, “Cristinita”, “Rosa”, “Himno a Maceo” y “Cuba libre”. Aun sin formación musical, fue también guitarrista, cantante, promotor de tertulias y serenatas, mentor de otros trovadores y fundador de varias agrupaciones. Sin él, no podría escribirse la historia de este género ni de la música cubana en general.
2do bate: Para este turno clave en un lineup elijo al también santiaguero Rosendo Ruiz (1885-1983). No por gusto está considerado uno de los cuatro grandes de la trova tradicional y uno de los trovadores más prolíficos de su época. Entre sus muchas obras se cuentan “Venganza de amor”, “Entre mares y arenas”, “Dos lindas rosas”, “Falso juramento”, “Redención” y “Te quiero así”. De comenzar a tocar con una rústica guitarra de corteza de palma llegó a convertirse en profesor de ese instrumento y a escribir un Método de estudios prácticos. Además, fundó tríos y cuartetos, y fue el padre del también músico y compositor Rosendo Ruiz Quevedo.
3er bate: En el turno que muchos asignan al mejor bateador de un equipo no cabe otro nombre que el de Gumersindo Garay (1867-1868). Sindo es el as de esta novena, un genio que sin saber de escritura ni de teoría musical fue capaz de componer más de 600 obras y de crear armonías que todavía asombran. Bohemio, bromista, trasnochador, aventurero, su larga vida da para una novela y su música tiene la posteridad asegurada. Ningún catálogo de la trova y la canción cubana puede prescindir de creaciones como “Perla Marina”, “Tardes grises”, “Amargas verdades”, “Retorna”, “Guarina” y “Mujer bayamesa”. Qué clase de average el suyo.
4to bate: Si Sindo es el tercer bate del equipo, entonces el cuarto es Manuel Corona (1880-1950). Lo de esta pareja es cosa de leyenda. Como el santiaguero Garay, el villareño Corona tiene varias de las obras más elogiadas y populares de la trova tradicional. Son particularmente célebres sus composiciones con nombre de mujer: “Mercedes”, “Aurora”, “Santa Cecilia” y, en primerísimo lugar, “Longina”, quizá el jonrón más largo de todos los viejos trovadores. Pero a esos hits habría que sumar otros como “Doble inconsciencia”, “Confesión a mi guitarra” y sus también conocidas respuestas musicales a las canciones de otros autores. Un auténtico slugger.
5to bate: Para cubrirle las espaldas a Corona, nadie mejor que el último de los cuatro grandes de la trova tradicional: Alberto Villalón (1882-1955). Nacido en Santiago de Cuba, escribió su primera canción a los 14 años y desde entonces compuso cientos de obras. A diferencia de la mayoría de los trovadores, podía leer la música y tuvo una buena formación cultural gracias a su posición acomodada. “La palma”, “Boda negra”, “A Martí”, “Me da miedo quererte” y “Yo reiré cuando tú llores”, están entre sus temas más difundidos. Fue también un notorio guitarrista y, por si fuera poco, estuvo entre los fundadores del Sexteto Nacional de Ignacio Piñeiro.
6to bate: Si Oriente fue la cuna de grandes trovadores, el centro de Cuba no se queda atrás y ahí está Miguel Companioni (1881-1965) para demostrarlo. El nacido en Sancti Spíritus bien pudiera ser el cuarto madero de este team por su prolífera vida. Era un toletero nato. No se amilanó por perder la visión de niño y se convirtió en un excelente guitarrista, además de dominar otros instrumentos. Entre sus obras, que pasan de 300, resalta el clásico “Mujer perjura”, pero a este habría que sumar títulos como “La lira rota”, “Por qué latió mi corazón”, “Estrella matutina”, “Amelia” y “Esther”. La Casa de la Trova espirituana lleva merecidamente su nombre.
7mo bate: De Sancti Spíritus es también Ángel Rafael Gómez (1889-1971), otro que bien merecería un puesto más destacado en el lineup. Si su nombre no le suena, no se extrañe. Nadie lo conoce de esa manera, sino como “Teofilito”, el bardo de “Pensamiento”, sin dudas uno de los mayores vuelacercas de la trova tradicional. Su obra, no obstante, atesora muchos más títulos de diversos géneros, como “Pienso en ti”, “Yo no sabía”, “Esfuerzos nulos” y “Si volvieras a mí”. Estudió música desde niño y aprendió a tocar varios instrumentos. Y no solo resaltó como trovador: formó parte de la Banda Municipal, fundó una charanga francesa y dirigió Coros de Clave.
8vo bate: En un mundo mayoritariamente masculino, María Teresa Vera (1895-1965) brilló por derecho propio. Su inclusión en este lineup no busca cumplir con cuotas de género ni nada parecido, sino reconocer una de las trayectorias más notables de la trova cubana. Integró cuartetos, sextetos y otras agrupaciones, pero fueron sus dúos, en particular con Rafael Zequeira y Lorenzo Hierrezuelo, los que la consagraron en el ámbito trovadoresco. Guitarrista y cantante extraordinaria, defendió en su voz temas de muchos autores y también suyos, pero ninguno lograría más fama que su inmortal “Veinte años”, con letra de Guillermina Aramburo.
9no bate: No por cerrar esta alineación, es menor la impronta trovadoresca de Patricio Ballagas (1879-1920). “El Camagüeyano”, como solían llamarle sus amigos en referencia a su tierra natal, es una de las figuras cimeras de aquella época, y a pesar de su temprana muerte dejó una reconocible huella en la manera de componer y tocar la guitarra. Integró dúos, tríos y otras formaciones. Fue uno de los guitarristas más celebrados de su tiempo, y como compositor, introdujo el contracanto o contrapunto para dar mayor realce a la voz segunda. Entre sus obras resaltan “Timidez”, “Cuanto reniego”, “Yo te vi como las flores” y “El trovador”.
Ninguna novena de pelota está completa sin un buen banco, sin hombres que puedan salir como emergentes en un momento decisivo o asumir el liderazgo si los titulares caen en un slump. Y, por fortuna, al Team Cuba de la trova tradicional no le faltan excelentes bateadores para empuñar la guitarra a la hora buena.
A riesgo de avivar la polémica voy a empezar este listado con Miguel Matamoros (1894-1971). Se le reconoce más como sonero, pero que lo mismo como compositor que con su célebre trío —junto a los también grandes Siro Rodríguez y Rafel Cueto— hizo merecimientos de sobra para incluirse, incluso, en la alineación abridora. Basta oír temas del lirismo de “Juramento”, “Reclamo místico”, “Lágrimas negras” y “Mariposita de primavera”, para enviarlo enseguida al cajón de bateo.
Pero Don Miguel no estará solo en el dugout. Para no hacer demasiado larga la lista, voy a dejar en cinco los nombres que le harán compañía al afamado autor de “Son de la loma” y “Dulce embeleso”. Sin orden de distinción, siento entonces a su lado al cienfueguero Eusebio Delfín (1893-1965). Compositor de ese clásico que es “¿Y tú qué has hecho?” —conocida también como “En el tronco de un árbol”—. Al habanero Oscar Hernández (1891-1967), compañero de Corona, a quien debemos dos hits indiscutibles de la canción trovadoresca: “Ella y yo” y “Rosa roja”.
También al santiaguero Emiliano Blez (1879-1973), “El Decano”, discípulo de Pepe Sánchez y gran amigo de Sindo, con quienes actuó en muchas ocasiones. Blez fue autor de temas como “Amoroso idilio”, “Corazón de fuego” y “Dueña eres, mujer, de mis amores”. A su coterráneo Salvador Adams (1894-1971), quien tocó con el propio Matamoros y otros grandes de antaño. Adams dejó para la posteridad títulos tan significativos como “Sublime ilusión”.
Finalmente, al menos conocido pero no menos importante José “Pepe” Figarola (1893-1977), para muchos el mejor cantante primo de la trova tradicional santiaguera, que integró agrupaciones con Pepe Sánchez y Emiliano Blez, entre otros trovadores, y en cuya voz se popularizaron temas de estos y otros autores, y también propios, como “Un beso en el alma”.