El 26 de mayo de 2016 los Estados miembros de la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto (IHRA, por sus siglas en inglés), de la que Estados Unidos forma parte, adoptaron una definición de antisemitismo actualmente validada por el Departamento de Estado. Allí se establece: “Con la humanidad todavía marcada por el antisemitismo y la xenofobia, la comunidad internacional comparte la responsabilidad solemne de luchar contra esos males”.
De acuerdo con el Departamento aludido, las expresiones más típicas de antisemitismo incluyen, entre otras, las siguientes:
- Pedir, ayudar o justificar el asesinato de judíos en nombre de una ideología radical o una visión extremista de la religión.
- Hacer acusaciones mendaces, deshumanizadoras, demonizadoras o estereotipadas sobre los judíos o sobre su poder, en especial, pero no exclusivamente, enfatizar el mito sobre una conspiración judía mundial o sobre los judíos controlando los medios de comunicación, la economía, el gobierno u otras estructuras de poder.
- Negar el hecho, el alcance, los mecanismos (por ejemplo, las cámaras de gas) o la intencionalidad del genocidio del pueblo judío a manos de la Alemania nacionalsocialista y sus cómplices durante la Segunda Guerra Mundial (el Holocausto).
- Acusar a los judíos de inventar o exagerar el Holocausto.
- Responsabilizar colectivamente a los judíos por las acciones del Estado de Israel.
El antisemitismo se apoya en la creencia de que los judíos son una “raza” separada, lo que lo convierte en una forma específica de racismo. Los estereotipos vigentes los presentan como seres engañosos y depredadores, a menudo propagando mitos de agentes “globalistas” con influencia financiera que persiguen subvertir las culturas y naciones blancas occidentales. (Los manifestantes de Black Lives Matter y LGBTQ+ suelen ser vistos por los antisemitas como herramientas de esa “gran subversión”).
Según el Southern Poverty Law Center (SPLC), organización de monitoreo de derechos civiles y grupos de odio en Estados Unidos, donde vive la comunidad judía más numerosa fuera de Israel, “el antisemitismo sustenta a gran parte de la extrema derecha, unificando a seguidores de diversas ideologías extremistas en torno a esfuerzos por subvertir y malinterpretar el sufrimiento colectivo del pueblo judío en el Holocausto y presentarlos como unos oportunistas”.
Esa construcción ideológica ha sido, en efecto, un estandarte del llamado “movimiento del poder blanco”, en el que los judíos figuran como manipuladores que utilizan a los negros y otros actores no blancos para desafiar el dominio social y político de los primeros. Estos grupos a menudo se autodenominan con un nuevo eufemismo: “revisionistas históricos”.
Pero el antisemitismo no solo comprende a ese “poder blanco” sino además a entidades sui generis como la Nación del Islam. Fundada en Detroit en 1930, esta organización predominantemente negra sostiene que el pueblo judío es uno de los principales impedimentos para el progreso de los afroamericanos: los han acusado de cosas tan extravagantes como de ser los causantes de la esclavitud, las leyes Jim Crow y otras formas de opresión.
De acuerdo con el SPLC, en 2023 el antisemitismo Estados Unidos llegó a un punto problemático debido al crecimiento geométrico de los crímenes de odio. Figuras políticas de alto rango han hecho en el pasado reciente comentarios antisemitas que han terminado retroalimentando a los extremistas y contribuyendo a “normalizar” la retórica adversa.
Recuerdo, por ejemplo, que una cena del entonces presidente Trump con el negador del Holocausto Nick Fuentes y el rapero antisemita Ye (antes llamado Kanye West) provocó las condenas de muchos actores sociales, incluyendo miembros del Partido Republicano. Muchas otras figuras públicas de la política siguen utilizando la retórica antisemita, incluida la invocación del multimillonario húngaro George Soros como un manipulador escondido detrás de causas progresistas.
El discurso de Biden
Sin estas coordenadas no es posible entender el discurso de Biden acerca del “feroz aumento” del antisemitismo en Estados Unidos. No solo se está refiriendo a problemas como los anteriores sino además a algunas expresiones del fenómeno documentadas en campus universitarios durante las protestas propalestinas, en las que “estudiantes judíos [han sido] bloqueados, acosados y atacados mientras caminaban a clases”, dijo.
Ahí validó las protestas pacíficas y no violentas, después de asegurar en otro lugar que no lanzaría la Guardia Nacional contra los jóvenes manifestantes, como ocurrió el 4 de mayo de 1970 en Kent State, Ohio, acción represiva que dejó un saldo de cuatro jóvenes muertos y nueve heridos. “Ya sea contra los judíos o cualquier otra persona, los ataques violentos y la destrucción de propiedades no son protestas pacíficas. Son contrarios a la ley”, subrayó.
El patrón es el mismo de antes. Dice un texto crítico: “Es un recordatorio de las protestas encabezadas por estudiantes que tuvieron lugar en los años 60 y 70, con críticas similares provenientes de personas en posiciones de poder con el mensaje de que la forma más efectiva de presionar el cambio social es evitar por completo la agitación. Los manifestantes deberían organizarse de maneras que sean percibidas tranquilas y convenientes. Sin embargo, incluso en los intentos de protesta pacífica se despliega la policía y se suspende o expulsa a los estudiantes”…
Pero lo que no se establece con claridad es el deslinde entre judaísmo y sionismo, términos que muchas veces terminan como sinónimos, cuando en realidad no lo son. A pesar de contados incidentes específicos, ese fue tal vez el rasgo distintivo de las protestas universitarias: que no han sido contra una “raza”, una religión o una etnia, sino contra el genocidio de los civiles palestinos por parte del Estado de Israel.
Protestan, en una palabra, por hechos como estos: “El bombardeo israelí de Gaza durante siete meses ha matado a más de 34 600 personas, según el Ministerio de Sanidad de Gaza. La mitad de los 2,2 millones de habitantes de Gaza están al borde de la inanición y la hambruna es inminente, según una escala utilizada por las agencias de Naciones Unidas. También ha aumentado la preocupación por una operación militar israelí prevista en Rafah, al sur de Gaza, lo que ha provocado nuevos llamamientos al alto al fuego”.
Y también, muy particularmente, por el apoyo de la política estadounidense al Estado israelí, concretado como gesto más reciente en la aprobación de un paquete de 17 mil millones de dólares en ayuda militar a esa nación; mientras se destinan unos 9 mil millones en ayuda humanitaria a la población de Gaza (el Senado lo ratificó por mayoría).
Pero por primera vez el apoyo incondicional a los gobernantes israelíes y sus acciones ha entrado en crisis, un acto relacionado, sin duda, con factores globales y domésticos; entre estos últimos, las protestas que sacuden el país de Este a Oeste. Esta postura ha levantado voces de “traición” en ciertos grupos sociales y organizaciones políticas, a veces demócratas, a veces republicanas.
“Joe Biden no merece sino condena, censura y desprecio fulminante por su anuncio de que retendrá cantidades significativas de la ayuda recientemente aprobada a Israel en caso de que el Gobierno comience un asedio total al último reducto de Hamás en Rafah”, escribió John Podhorest en las páginas de la revista conservadora Comentary.
Esa es la discusión. Y ha llegado para quedarse durante un tiempo.