Durante mi paso por España hace algunos años, pasé un par de días con mi amiga Thaís y su familia, quienes viven en las afueras de Barcelona. Thaís, una talentosa fotógrafa, me propuso una excursión a un lugar que, según ella, sería un deleite para mi cámara. “Te vas a dar un gusto inmenso haciendo fotos, como me lo di yo cuando me llevaste a recorrer La Habana”, me dijo, evocando nuestros paseos fotográficos en Cuba.
Después de una hora de viaje en auto y de atravesar un inmenso bosque que parecía sacado de una película de historias medievales, divisamos un conjunto de casas altas y construcciones de piedra. Habíamos llegado a Santa Pau, un pintoresco pueblito enclavado en el corazón del Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa, donde más de 40 volcanes han permanecido dormidos por más de 11 mil años.
Santa Pau es una joya que ha resistido el paso del tiempo desde la Edad Media, una de esas maravillas dispersas por la geografía española que conservan su encanto original. Recorrerlo es como viajar a una dimensión donde el tiempo parece haberse detenido.
Las ciudades medievales surgieron cuando los antiguos núcleos urbanos, abandonados tras las invasiones bárbaras, se comenzaron a repoblar gracias al desarrollo agrícola iniciado en el siglo XI, lo que generó un bienestar económico que a su vez favoreció los intercambios comerciales. Santa Pau fue fundada a mediados del siglo XIII, cuando los barones se establecieron en el lugar y erigieron el castillo de la Baronía.
Actualmente con alrededor de 1600 habitantes en toda la comarca, Santa Pau conserva el recinto de la villa vieja, con una fisonomía y características medievales muy marcadas. El casco histórico, concebido principalmente en la primera mitad del siglo XIV, es un testimonio vibrante de esa época medieval. Al adentrarse en sus estrechas e irregulares calles, uno se siente transportado a un pasado donde murallas robustas protegían a los habitantes y el bullicio de los mercados impregnaba el aire.
El castillo, ubicado en el corazón de la parte antigua de Santa Pau, fue el núcleo alrededor del cual se desarrolló la trama urbana del pueblo alrededor del año 1300. Aunque actualmente está en desuso, su presencia sigue siendo un testimonio imponente.
Mientras recorríamos las callecitas empedradas y observábamos las antiguas edificaciones, no podía evitar imaginar cuántas historias guardarán aquellas casas y aquellas piedras. Era domingo y el pueblo parecía desierto; nos cruzamos con pocos pobladores. La calma reinante añadía una atmósfera aún más mística a nuestro paseo.
Explorar el casco antiguo de Santa Pau fue más que una simple visita turística; fue una inmersión en la historia medieval, donde cada esquina y cada piedra narran pasajes de un tiempo pasado pero siempre presente en la esencia del lugar. La fusión de historia, arquitectura y naturaleza crea un escenario perfecto para cualquier amante de la fotografía y de la historia.
Pasé horas capturando fotográficamente la esencia del pueblo. Desde los detalles arquitectónicos, la luz que se colaba entre las callejuelas y las viejas puertas hasta los paisajes campestres. Todo en Santa Pau parecía digno de ser retratado.
Nos detuvimos en la Plaza Mayor, también conocida como Firal dels Bous, para disfrutar de un café en una pequeña cafetería. Es una plaza porticada de forma triangular. La tranquilidad del lugar nos envolvió en una sensación de paz y asombro. Thaís me habló sobre cómo la plaza había sido un centro comercial vital desde el siglo XIII, donde los mercados y ferias daban vida a la comunidad.
A unos metros de nuestra mesa se alzaba majestuosa la iglesia gótica de Santa María. Es imponente su estructura y diseño intrincado. Esta iglesia reemplazó a la antigua iglesia románica de Santa María de los Arcos después de que los terremotos del siglo XV la dañaran gravemente. La historia de la iglesia gótica está intrínsecamente ligada a la resiliencia de la comunidad, que reconstruyó su lugar de culto en medio de la adversidad.
Caminamos toda la calle del Puente y la calle Mayor, las principales arterias del núcleo medieval. Desde las pequeñas tiendas hasta las antiguas casas de piedra, todo parecía estar en su lugar desde hace siglos.
Durante nuestra caminata, nos encontramos con algunos de los pocos habitantes del pueblo. Un anciano nos saludó con una sonrisa amable y nos contó historias sobre la vida en Santa Pau cuando él era joven. Sus relatos añadieron una capa extra de autenticidad a nuestra visita, haciéndonos sentir más conectados con la historia viva del lugar.
Desde el mirador Portal del Mar disfrutamos de una de las mejores vistas de los valles circundantes. El día estaba despejado y nos quedamos allí un buen rato, simplemente admirando la belleza del paisaje.
Mi día en Santa Pau fue una inmersión en la magia medieval de España. La tranquilidad y la belleza del lugar, combinadas con su historia, hicieron que cada momento allí fuera, como lo había vaticinado mi amiga, memorable y fotografiable.