No solemos conformarnos con el horario. Impuntuales por naturaleza, no estamos nunca de acuerdo con los límites. Pero no expresamos nuestra inconformidad cuando somos victimarios, sino cuando consideramos que alguien pretende aprovecharse de nosotros. Quiere decir, de nuestra inocencia. Que no es tal, pero en fin, así vamos por la vida. En las tiendas, por ejemplo, se cumple en exceso el horario de “cerrar”. Y se retrasa con rigor el de “abrir”.
Si en la puerta de cristal se lee “De 9 a 6”, entendemos que se abrirá pasadas las 9, y será inaccesible alrededor de las 5 y 30. Hay gente incauta que se cree de verdad lo que está escrito en las puertas, en las vidrieras, en las farmacias y en las gasolineras. Pobres tenderas, farmacéuticos, peleteros y despachadores de gasolina cuando un alborotador reclama el cumplimiento del horario. Se quedan patidifusos mientras el exigente clama por lo que considera un derecho. Hay que ver los rostros: la tendera se asombra como quien dice “¿De qué planeta vienes?”, y el reclamante parece decir “Me voy a quejar al periódico”. Pero si la tendera se queda pasmada, igual le sucede al ciudadano al llegar a las oficinas de reclamación del periódico: están cerradas.
Quienes respetamos el disparate de apertura y cierre cubanos, acudimos a los lugares al mediodía. Se supone que en el centro de los horarios no haya contrariedad posible. Pero resulta que a veces coincidimos con el tiempo del almuerzo, lo cual es fatal, fatal. Nos quedamos esperando, comprensibles, sin sospechar que el período post comida es justamente el que aprovecha la secretaria sindical para reunir a los trabajadores en lo que se conoce como “mítin relámpago”. Más que un relámpago ocurre un aguacero de rayos y centellas, con toda la calma de un deshielo gota a gota. Más tarde, luego del mítin trueno, cuando ya toca abrir, “llega” la mercancía.
En otros lugares, la mercancía “llega” sin estorbar al cliente. Pero entre nosotros el arribo de artículos forma parte del horario laboral, sin discusión. Las gasolineras cierran, las farmacéuticas se dirigen al almacén, y los tenderos se ponen a contar. Perfume a perfume, sandalia a sandalia, toalla a toalla, hebilla a hebilla. Y el público mira a través de la puerta de cristal. Dos… doscientos pomos de brillantina, cuatro… cuatrocientos desodorantes, mil uno cepillos dentales y pierde la cuenta a eso de las 5 y 30, cuando ya hay que “cuadrar la caja”.
Otra forma muy graciosa de mostrar que ningún horario resulta bueno, es cuando bien temprano se intenta pagar una caja de fósforos que cuesta cuarenta centavos, con un billete de cinco pesos. El tendero nos rechaza con un argumento dudoso: “¿A esta hora con ese recado?” Y lo mismo nos dice si se aproximan las cinco de la tarde: “¿A esta hora con ese recado?” El recado queda boquiabierto o mejor dicho, bolsiadentro, y nosotros, sin fósforos. A los muchachos nunca les parecen adecuados los horarios de botar la basura. “¿Antes de almuerzo, mamá?”; “¿No ves que ya me bañé?”; “¿Pero sin desayunar?”; “¿Tan tarde como es?”.
Entre las normas de educación hay al menos dos que nunca llegan a entenderse del todo. ¿Se deben romper los papeles de regalo frente a quien nos extiende un presente, o dicho acto debe llevarse a cabo en privacidad? Confieso que nunca he sabido la respuesta correcta. Me gustan los envoltorios de regalos, así que trato de preservarlos. La otra duda es ¿cuál es el rango aceptable para llamar a una casa? Alguien me dijo una vez que los manuales de buena conducta señalan las diez como límite. O sea, que entre las diez de la mañana y las diez de la noche, es posible hacer sonar el teléfono sin que seamos considerados inoportunos.
Sin embargo, hay amistades que cuando escuchan mi voz a las diez y cinco minutos del día, me preguntan “¿Pasó algo para que me llames a esta hora de la madrugada?”. Por el contrario, soy enemiga de la noche, de modo que si un amigo me llama después del noticiero de las ocho, me asusto. Creo que alguien ha muerto o está gravemente enfermo.
Definitivamente, no nos ponemos de acuerdo con los horarios, para no hablar de los “ahora” y de los “ahorita”. Ambos términos son confusos. O duran medio segundo, o toda la eternidad. Qué le vamos a hacer. Ahora mismo, por ejemplo, no sé si esta estampa será bienvenida. ¿Probamos mejor ahorita?
Divertido su reportaje, entretenido, de la realidad de la vida en Cuba y otras partes del mundo, gracias por traernos este tipo de periodismo.
La estampa de esta escritora siempre es bienvenida, la busco con asiduidad por su sentido de la realidad entregada con un humor inteligente que alegra mi día. Gracias.
BUENISIMO, ME ENCANTA CUBA Y ME SIENTO MUY BIEN CUANDO VOY, PERO ESE TEMA DEBERIA RESOLVERSE, ME IMAGINO QUE SI LOS TRABAJADORES VENDEN POR COMISION, ESO QUEDARIA RESUELTO, PERO BUENO, ESO ES SOLO MI OPINION.
Buen articulo, como reza un dicharacho: es la verdad verdadera…jajaja. En mi zona hay un DITU, en el cual desde hace ya un tiempo las ofertas de productos que vende se reducen a 3 o 4 renglones (las croqueticas, los cigarros, caramelos y galleticas, ni hablar de refrescos o cervezas o jugos o nada parecido) y sobre las 6:30 de la tarde (que es regularmente cuando la gente sale del trabajo y suele comprar alguna chuchería) cierra para el cambio de turno, o sea, no cierra, porque se queda abierto, pero no despacha a nadie y se ponen a contar caramelo a caramelo, croqueta a croqueta, uno por uno y lo ponen en un papelito y lo firman y todo, como si estuvieran entregando lingotes de oro. Y la gente esperando en la cola y echandose todo el PLAY. Para mi es vergonzoso, primero porque es una falta de respeto para los clientes y segundo porque evidentemente si tienen que contar con tanto rigor, lo que dan a entender es que se roban entre ellos mismos. Yo tuve la oportunidad de estar en Venezuela (Venezuela socialista, con Chavez como capitan del barco) y jamás vi una tienda o cafeteria, por pequeña o grande que fuera, cerrada por inventario o cambio de turno o entrada de mercancia, esas cosas se hacen de noche o de forma tal que no se pare la venta. Pero lo malo de Cuba es que a nadie le importa, si venden o no venden a nadie le importa. Por eso el mercado cuentapropista es el emergente y el estatal es el decadente.