El salsero venezolano Oscar D´ León popularizó, con la canción “Regalo de Dios”, la afirmación de que “madre hay una sola, padres como arroz”. Tal sentencia tiene cada vez menos sentido, es cada vez menos cierta. La paternidad, como la maternidad, es un tipo de vínculo, con contenidos concretos, con mandatos sociales específicos, con desafíos históricos notorios.
Los roles de la paternidad tienen, hoy, más de responsabilidad que de ayuda, más de comunicación que de disciplina, más de afectos que de rigor, más de cercanía que de distancia. Este tránsito se nominaliza en la progresiva sustitución del sustantivo padre, rigor en toda letra, por el de papá, más flexible y accesible.
Cada vez más los papás son una constante en los parques, hospitales y escuelas, en los lugares de aprender fuera del sistema formal de educación. Son más los papás que acompañan las tareas docentes y las domésticas. Papás que cuentan historias antes de dormir, papás de acompañar, de escuchar y de aconsejar.
La paternidad responsable y positiva es una demanda creciente, tiene más señas de naturalización de las que podemos, quizás, observar. Se amplía como dimensión de la cotidianidad. Lo cierto es que se transita del rigor de ser padre a otras formas de paternidad. La autoridad incontestable se trasmuta en autoridad dialogante. Esto acontece tanto en preceptos legales como en la configuración de una cultura liberadora, la cual también se abre paso en la densa madeja social cubana.
El Código de las Familias, que será próximamente votado en referéndum, da cuenta de esta realidad. Cerca de treinta de sus artículos refieren directamente a los papás; también reconocidos como sujetos de derecho en la naciente norma. Esta, y es bueno decirlo, remueve asentadas injusticias que dificultan el derecho y el crecimiento que entraña otra paternidad.
Sin embargo, no es posible hablar de una nueva paternidad sin resignificar el rol de la maternidad, entendida en clave de relación social liberadora, dignificante, donde se crean nuevas pautas de poder en la vida cotidiana. Relación que es, en sí misma, un desafío a los cánones del patriarcado que, no lo obviemos ni un minuto, pugnan por prevalecer.
¿Los nuevos moldes de la paternidad son una cuestión estrictamente generacional? Creo rotundamente que no. Con independencia de los mandatos sociales prevalecientes, en épocas distintas han existido modelos contra hegemónico. Es probable que la diferencia, en los tiempos que corren, sea la llegada al espacio público, a la disputa política y jurídica, así como a la contestación civilizatoria que este asunto entraña.
La afirmación de que “madre hay una sola, padres como arroz”, no es operante para ninguno de los dos sujetos. Esta evoca, por un lado, un modelo de madre sacrificial, subordinada, esclavizada por un mandato social que le exige amar sin límites a todas las personas que la rodean, menos a sí misma. Madre que se consume en un servicio que no implica su realización, autocuidado y dignidad. Madre como sinónimo de padecimiento.
Por otro lado, tampoco es sostenible que los padres sean “como arroz”, en el entendido de que cualquier hombre, por el acto de procrear, ya adquiere esa condición. No es sostenible que ser padre tenga como condición la lejanía afectiva, incluso física, o de vida fácil, irresponsable. No es sostenible, además, el rol de proveedor asignado a los padres, lo que incluye el mito de que siempre tengan la situación bajo control. No lo es, de igual manera, la comprensión del ser padre que segmenta el poder y los privilegios en abierta asimetrías en relación a las madres.
Comprender el papel de los afectos, la relación franca con el sentir; reconocer y aceptar que los hombres lloran, es decir, que sienten, es una llave maestra para la nueva paternidad. La revolución de los géneros en la que vivimos hace varias décadas lo es, además, en el mundo de los afectos. Amar, temer, ser feliz, padecer angustias eran cuestiones vedadas a los hombres, al menos lo era su manifestación abierta. Este lastre pesadísimo limitó, considerablemente, esa relación social tremenda que es la paternidad.
Se puede afirmar que este no es un asunto resuelto. Prevalecen todavía, por ejemplo, notas de autoayuda que, al referir el control de las emociones, su reconocimiento y gestión, parecieran describir un asunto estrictamente femenino. Lo cierto es que no es posible hablar, a cabalidad, de una nueva paternidad si se desatiende la liberación de los afectos, dígase la humanización que ello implica. Toda paternidad liberadora está condicionada por una nueva relación de los hombres con sus emociones y sentimientos.
Este es una perspectiva definitoria para empujar a la paternidad más allá de los límites del Capital, atuendo contemporáneo del patriarcado. La igualdad entre hombre y mujeres en materia de cuidados y crianza, responde, en buena medida, a la necesidad de que las mujeres lleguen al mercado laboral. Esto, en una estricta comprensión, no rompe con el patriarcado, sino que refuerza su capacidad de adaptación y reproducción.
Otra cosa, sí distinta, es asumir la paternidad en su dimensión de experiencia afectiva, la cual es viable en los términos de una relación de cuidado consciente y de apego físico en el proceso de crianza. Paternidad en tanto experiencia emocional que genera crecimiento humano.
La paternidad, en su relación con la maternidad, y en su relación con la crianza de niñas, niños y adolescentes, es contenido para las relaciones de poder, esas que se dan en el ámbito micro. Una nueva paternidad significa poder compartido, sin jerarquías impuestas, significa diálogo como condición de crecimiento, derecho como impulso a la vida digna. Una paternidad democrática es proyecto de una vida en comunidad con semejante signo.
Vivimos tiempos de profundo cuestionamiento civilizatorio. En este nuevo episodio histórico de cambio de época se baten con fuerza el conservadurismo, las tradiciones, incluso el fundamentalista, con formas de rupturas liberadoras. La creación de una nueva época, tensa y hermosa a un tiempo, donde nada podrá ser igual, donde toda forma de dominación será impugnada, confirmará el desuso de aquel canto que afirma “madre hay una sola, padres como arroz”.