Un año atrás nos parecía imposible estar leyendo sobre la muerte de Sigfredo Ariel, uno de los poetas más notables de su generación, quien trascendió este género literario para incursionar como crítico musical, ilustrador y cronista de la realidad aciaga que le tocó vivir.
Con tan solo 57 años nos dejó este artista y a poco más de un año del lamentable suceso, Osvaldo Doimeadiós regala Luz junto al equipo que ha conformado con la Comunidad Creativa Nave Oficio de Isla. Se trata de una pieza teatral que busca recrear parte de la impronta del autor, nacido en Villa Clara. Pero Luz es también un homenaje, un “ensayo de autor” para aquellos que no conozcan su obra. Símbolos, metáforas escénicas y poesía se acompañan —¿cómo no iba a ser así?— de música cubana e internacional, con arreglos de la Banda Municipal de Boyeros para la puesta en escena.
En ese sentido, la música en vivo pudiera confundir al espectador, que podría creer que se encuentra ante un musical, género al cual acude Doimeadiós en Luz, también para reverenciar al poeta con este montaje preciso donde el espectador queda abrumado (en el buen sentido), por el imaginario de Sigfredo.
En Luz, como en los textos de Sigfredo, cabe un país. Una isla íntima que encontramos a diario y que a veces se nos escapa pero ahí está, a la vista de quien quiera y sepa apreciarla y esa esencia, que captó el autor, ahora es descrifrada por Doimeadiós y su equipo de trabajo.
De ahí esa conjunción de elementos físicos encontrados en la poesía de Ariel, que carga la obra de cierto misticismo alrededor del artista fallecido en 2020. Poco a poco los actores engranan parte del ecosistema que rodeó en vida al homenajeado, mientras asumen diferentes roles en el espectáculo.
No hay prisa en el escenario. Los actores —devenidos en cantantes a cada rato— pasean por la plataforma, como quien desfila por una alfombra roja antes de comenzar un show, transitan desde la platea hacia la improvisada vitrina, suben la tarima e interpretan su tema, luego acogen otro personaje y rotan en escena.
No hay protagonistas, tampoco voces líderes o un coro estricto, las personas devienen en sí mismas “accesorios” intercambiables que buscan (re)descubrir al poeta y a esos personajes que rondan su poesía, que vamos conociendo a medida que transita la puesta en escena.
Doimeadiós se vale de este elenco coral muy bien conformado; tampoco descuida las cualidades vocales del reparto, al igual que el repertorio musical, conformado principalmente por temas del bolero, el fílin y la cancionística nacional, otro de los aciertos en Luz.
Esa consonancia viene dada por los poemas descifrados en escena: Pequeña canción a la hora de salir, Un bolero muy lento, Discos cubanos, Trova, Doris la cantante, son algunas de las lecturas dramatizadas que evidencian esa excelente curaduría musical, a cargo del propio director, la profesora y directora coral Carmen Rosa López y Daya Aceituno, directora de la Banda Municipal de Boyeros, proceso donde además intervinieron los propios actores. Válido señalar, además, que este trabajo se realizó de conjunto con la escritora Laidi Fernández de Juan, quien se encargó de escoger los poemas de Sigfredo para la obra. Este último aspecto es fundamental. El trabajo de Fernández de Juan, amiga entrañable de Ariel, provee una selección que permite incluso al espectador desconocedor de la obra de Sigfredo tener un buen referente, al no quedar implícito en la puesta en escena su tema central; aunque tampoco resulta del todo necesario para lograr entenderla y disfrutarla.
Una lectura dramatizada de poemas con acompañamiento musical, un musical de teatro con un guion a base de poemas, una obra de autor referencial… no podemos enfrascar en esquemáticas categorías este espectáculo que, eso sí, cumple el propósito principal de toda pieza teatral: entretener al público con un arte de calidad y, en dicha acción, educar.
Homenajes aparte, emociones fuera, Luz arroja una mirada personalísima de amigos, investigadores y conocedores de la vida y la obra de Sigfredo Ariel, quien “en más de una ocasión supo que era considerado por la crítica si no el mejor poeta de su generación, uno de los más valiosos, (…) pero nunca lo creyó, ni tampoco se evaneció con los múltiples premios que recibió”, confiesa Fernández de Juan.
La pieza no puede escapar de la nostalgia; de ahí se nutre aunque no abusa de esta para involucrar sentimentalmente al público, que por sí solo logrará descifrar el amasijo de elementos retóricos que aluden directa e indirectamente a Sigfredo Ariel porque “al final la luz puede acercarnos. Puede, incluso, ofrecer remedios pasajeros a nuestros malestares. Pero ni en el teatro, por sí sola, la luz hace milagros”, precisa el especialista Eberto García Abreu, uno de los asesores escénicos del montaje.
Ese sentimiento, triste, es el que al final nos queda, un vacío que combate este equipo creativo con ese cierre que nos enseña que no vale la pena ese lamento perenne por la muerte, al fin y al cabo “La vida es un sueño” decía Arsenio Rodríguez, y con ese canto que invita al público a sacudirse las penas, caemos nuevamente en este mundo donde nos queda la luz, toda.