Los haitianos en EEUU, una comunidad muy sufrida, intentan empujar a Washington para que ayude a estabilizar y normalizar el país caribeño que enfrenta una permanente crisis de desarrollo y estabilidad.
Sus activistas lo dicen claro, “las administraciones prometen mucho pero no hacen nada. De repente es como si hubiera una paralización”, explica Joseph Jean-Pierre, un activista cultural a OnCuba. “No nos prestan atención cuando las cámaras de televisión se van del país”. Y tiene razón. Haití solo aparece en los noticieros locales cuando hay violencia, la situación económica del país no es tema de los programas dominicales de debate político y, peor aún, el mundo hispano no parece interesado o aproximarse a sus vecinos haitianos.
Marleine Bastien es, quizá, una de las más aguerridas activistas en el Pequeño Haití, desde que a fines de los 80 llegó al sur de Florida. Ha estado en todos los frentes, y esta semana se quejaba amargamente a la revista Time, que se siente como un nuevo punto bajo. “Es como si la comunidad sufriera un trauma colectivo, hasta el punto de que en nuestro centro tenemos miembros que vienen y nos dicen: ‘No puedo dormir, no soporto ni siquiera ver las noticias’”, dice.
Antes de Navidad, las familias que ya luchaban bajo las presiones financieras de la pandemia le dijeron que ahora tenían que reservar dinero en caso de que sus familiares en Haití fueran secuestrados y tuvieran que pagar un rescate. “Nunca escuché eso antes”, dice ella. En los últimos meses han incrementado los secuestros. Desde un grupo de misionaros norteamericanos, hasta un médica cubana residente en el país. Están ya en libertad pero se desconoce si porque hubo un rescate financiero por el medio.
Hace unos años, los europeos se tatuaban el nombre en diversas partes del cuerpo por si eran secuestrados y aparecían descuartizados.
Es cierto que la diáspora haitiano-estadounidense está acostumbrada a las noticias inquietantes de la isla. Pero en los últimos meses, Haití no solo ha atravesado el asesinato de un presidente en ejercicio, una crisis constitucional y repetidos atentados contra la vida del primer ministro en funciones, sino también un devastador terremoto que mató a miles, seguido de una tormenta tropical y una prolongada crisis de combustible.
Esto ha llevado a algo nunca visto, grupos de pandillas poderosas han saltado al vacío; ahora controlan más de la mitad de la nación, según algunas estimaciones. Se financian tomando como rehenes a ciudadanos prominentes y comunes por sumas exorbitantes. Haití ahora cuenta con la tasa de secuestro más alta del mundo.
El terror haitiano llega a Miami
Es así como los haitiano-estadounidenses han estado viendo cómo se desarrollan estos horrores en las pantallas de sus teléfonos, conectados por WhatsApp y las redes sociales, pero se sienten impotentes ante las súplicas diarias de ayuda de amigos y familiares. “Existe la presión constante de los miembros de la familia que están muertos de miedo, llamando a la gente aquí para pedir ayuda”, explica Bastien. “Y simplemente te sientes atrapado”.
El presidente Joe Biden criticó abiertamente las políticas de Haití del expresidente Donald Trump. Mientras cortejaba el voto haitiano-estadounidense en Miami durante su campaña de 2020, acusó a Trump de “abandonar al pueblo haitiano mientras la crisis política del país paraliza a esa nación”. Pero los críticos aquí y en Washington dicen que hasta ahora Biden no ha hecho nada diferente. Su administración ha seguido empleando una ley de salud pública de la era Trump que utiliza la pandemia de coronavirus como justificación para deportar a los haitianos a un país que muchos llaman zona de guerra.
Acusan a Biden de traer a Florida la crisis haitiana
Tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse en julio pasado, las iniciativas para la transición del país a un nuevo gobierno se han estancado en medio de una feroz lucha por el poder, agravada por la violencia generalizada de las pandillas.
Grupos haitianos y observadores internacionales dicen que las deportaciones en curso solo aumentan la inestabilidad y la violencia. Hasta ahora, más de 17,000 haitianos han sido deportados bajo la administración del presidente Joe Biden, agotando los recursos limitados en medio de la inseguridad alimentaria, un sistema de atención médica “al borde del colapso” en un país con la tercera tasa de vacunación COVID-19 más baja del mundo y una economía colapsada, según una carta de diciembre firmada por Amnistía Internacional y otros siete grupos de derechos humanos que protestan por las deportaciones.
“Si fuera cualquier otra nación, Haití estaría en las noticias todos los días, cuando consideras un país donde en muchos lugares los niños no van a la escuela, las tiendas están cerradas, los negocios cierran todos los días, las calles están vacías”, dice Bastien. “Este es un país bajo asedio, sin embargo, no se lee sobre eso todos los días en los periódicos. Y está justo aquí. Está a 90 minutos de aquí”.
Es más, “[Washington] no parece importarle realmente Haití hasta que se produce un desastre humanitario de una escala sin precedentes, pero estamos viendo uno en cámara lenta que se desarrolla justo frente a nuestros propios ojos”, enfatiza la activista.
“Joe Biden se arrodilló en el Pequeño Haití (de Miami) e hizo promesas sobre proteger a las personas, no separar a sus familias, no expulsarlas a un país que ha sido designado como demasiado peligroso para deportar a las personas. Cada una de esas promesas se rompió”, dice Nana Gyamfi, directora ejecutiva de Black Alliance for Just Immigration, un grupo de defensa nacional de los inmigrantes con sede en Nueva York. “Esta Administración realmente ha empeorado la situación”, enfatiza.